domingo, 10 de enero de 2010

En cicle por el Centro

Alejandro Arriaza pedalea por el Centro Histórico junto a los ciclistas que el año pasado consolidaron diferentes proyectos para reclamar su espacio en las calles.
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Cae la noche de un sábado de agosto en el Parque Central de la ciudad. En un gran escenario se desarrolla uno de los conciertos que forman parte del Festival del Centro Histórico, y a unos metros de allí, junto a la Catedral, un curioso grupo se va reuniendo.

Más de un centenar de personas, entre adultos y niños, todos, eso sí, en bicicleta. Estamos ahí por la misma razón: Convocados por el colectivo Manifestarte para su segundo paseo nocturno en bicicleta por el Centro Histórico.

Alrededor de las siete y media de la noche, el paseo arranca. Como una enorme serpiente transportada sobre docenas de ruedas, el centenar de participantes enfilamos sobre la séptima avenida de la zona 1, ocupando un solo carril, para no ser estorbosos al resto de la humanidad que viaja encerrada en sus cajas metálicas de cuatro ruedas.

Sobre ruedas
La idea original del paseo fue de dos amigos, Edgardo Lou e Irineo Alonzo. Ambos se transportan mayormente en bicicleta, y habían hablado muchas veces de hacer un paseo de noche en bicicleta por el Centro Histórico, donde Irineo vive, entre amigos. Decidieron pedir al colectivo Manifestarte, al que ambos pertenecen y que organiza una vez al año uno de los festivales artísticos más importantes de Guatemala, en el Cerrito del Carmen, que les echara una mano con la primera convocatoria.

“Para nuestra alegría el colectivo nos ofreció hacerse cargo por entero de la actividad, porque es mucha la ayuda que se necesita”, dice Lou. “Irineo y yo seguimos encargándonos de cosas como la elaboración de los recorridos, los afiches y unas normas mínimas de seguridad, pero la organización general de la actividad está ahora a cargo de todos los miembros del colec-tivo”, agrega.

A pocas cuadras de iniciado el recorrido sobre la séptima avenida doblamos a la derecha, para arribar al Cerrito del Carmen, el cual empezamos a bordear para luego subir sobre la doce avenida. Allí hacemos un alto, aprovechado por un miembro del colectivo que instruye a los participantes sobre la importancia histórica del cerrito para Guatemala. Resulta que estas actividades no tratan sólo de andar paseando sanamente un rato en bicicleta; uno también recibe un baño de cultura.

La multitud sobre ruedas arranca nuevamente. Toda clase de ruedas, además. Porque no sólo hay bicicletas. Varias personas van en patines; como un padre de familia que acompaña a su hijito, quien sí va en bicicleta infantil, con sus reglamentarias rueditas traseras de soporte. Y hasta un padre de familia que acompaña a sus niños, y que seguramente no consiguió bicicleta pero, incapaz de dejar a sus retoños aventurarse solos en la noche, va trotando junto a ellos, en pantaloneta y camiseta gris.

“La respuesta de la gente ha sido la mayor satisfacción de la actividad”, comenta Lou. “La primera vez no esperábamos más de cuarenta personas, pero atendieron un poco más de cien. Esta noche hay como ciento cuarenta”, prosigue.

Observo al abigarrado grupo y mientras pedaleo, mi mente viaja también, hacia el pasado, hacia otra ocasión en que acompañé a un bloque de ciclistas.

Cada mes
Fue cuatro años atrás, en la segunda mitad de 2005, cuando un grupo de unas 30 personas, en bicicleta, patines y hasta un monopatín, se reunió en el parque Morazán (re-nombrado Jocotenango) un viernes por la tarde, para formar la primera masa crítica de Guatemala.

La idea fue de una joven pareja, la estadounidense Jill Replogle y su novio guatemalteco, Erwin Cox, que quisieron iniciar en el país un movimiento que ya estaba en auge en otras naciones (lea: Mundial). “Siempre me ha interesado promover la bici como un medio de transporte mucho más práctico y ambientalmente responsable”, dice Replogle.

Ese día los participantes viajamos desde el parque, en la zona 2, hasta el Obelisco, zona 9, ocupando la calle y reclamando el derecho de todos los ciclistas de usar tranquilamente la vía pública. Nuestro paso produjo sonrisas de aprobación de parte de algunos y bocinazos y malas caras por parte de otros, demostrando que Guatemala todavía no estaba lista del todo para asumir los derechos del ciclista, sin contar algunos incidentes de riesgo, como amables camioneteros que aventaban sus vehículos contra las bicicle-tas, en la idea de que lo que veían seguramente no era más que una visión, imposible por lo tanto de sufrir daño alguno.

Diversas dificultades produjeron que la iniciativa eventualmente cayera en el abandono. “El mayor problema fue la falta de dedicación de los participantes, o quizá la falta de gente”, cuenta Replogle, quien ahora radica en Estados Unidos junto a Cox, su esposo. “Hay muchas razones para que la gente no participe”, prosigue.

“El humo, la falta de seguridad, el miedo a ser atropellado. Pero al final la razón por la que lo dejamos fue porque queríamos que se convirtiera en un movimiento más orgánico, que requiriera de poca organización y liderazgo, y eso no pasó”.

Sin embargo, la semilla de la iniciativa germinó y ahora hay un nuevo grupo detrás de la masa crítica, grupo que una vez al mes reclama las calles de la ciudad para la bicicle-ta. “Alrededor de 65 personas se reúnen cada primer domingo del mes para los paseos en bicicleta”, dice Manuel Gómez, miembro del grupo.

Un colazo
Nuestra expedición nocturna continúa. De la doce avenida nos trasladamos a la octava, en dirección sur. A lo largo del camino se nos va uniendo otra clase de ciclistas: los de a diario, esos guatemaltecos esforzados que se rifan el físico atravesando la ciudad, con su Trébol, su Anillo Periférico, su Boulevard Liberación, en heroísmo cuasi-suicida, en un medio de transporte que si bien es totalmente inseguro, ciertamente es más barato. Muchas veces, además, cargando cajas de mercancía o tambos de gas propano.

Nos hemos encontrado a varios de ellos esta noche, que se unen a la masa durante varias cuadras, encantados de la abundante e inesperada compañía, eso sí, siempre después de preguntar con clásica timidez chapina si nos pueden acompañar, no vaya a resultar que es algún evento exclusivo y los echen por colados. Todo lo contrario, todos son bienvenidos. De pronto las hileras de viejas casas y edificios que nos flanquean desaparecen, y se abre ante nosotros el Centro Cívico. Me sorprende la rapidez con la que vamos atravesando la zona 1 de un extremo al otro, la fluidez con la que avanzamos amparados por el grupo.

La mole del edificio de Finanzas Públicas nos contempla con curiosidad, desde los ojitos que son las ventanas con luces encendidas, oficinas desde las que algún burócrata que tuvo que quedarse a trabajar tarde seguramente contempla con envidia al centenar de ciclistas que pasan frente a su trabajo.

Doblamos rumbo a la novena avenida e ingresamos a la Plaza Barrios. Allí el grupo hace una nueva parada junto a la antigua estación central de Fegua, hoy Museo del Ferrocarril, para escuchar otra explicación histórica, de la cual no me entero en absoluto porque, junto a otros cuatro o cinco ciclistas, tomamos la plaza como pista de velocidad. Sucumbimos ante la adrenalina de los colazos de nuestra niñez.

A esas horas hay poca gente en el lugar, cuyo amplio espacio resulta ideal para pedalear sin límites, inclinándose para tomar las curvas a velocidad. Nos estamos divirtiendo todos, mientras el caballo de Justo Rufino se encabrita asustado por nuestro paso, y el viejo presidente nos mira ceñudo, con desaprobación. ¡Pero qué falta de respeto darle vueltas a un héroe de la Revolución de 1871 en esos absurdos caballitos de metal; habráse visto tamaño irrespeto!

Puro barrio
El recorrido avanza. Nos sumergimos ahora, por la trece avenida, rumbo al norte, en las entrañas del barrio Gerona. Allí el panorama es otro. A diferencia del corazón del Cen-tro Histórico, todo oficinas, negocios y restaurantes, este es barrio, puro barrio. Afuera de las casas están todavía los vecinos, que platican entre sí mientras sus hijos juegan tenta o se compran un tortrix en la tienda, y los patojos más mayorcitos se cantinean desmañadamente a las chavitas en los portales.
Allí el paseo depara otras satisfacciones, cuando el vecindario en pleno sonríe, aplaude y alza la mano empuñada con el pulgar hacia arriba, como si estuvieran viendo pasar el Tour de France (o aunque sea la Vuelta ciclística de Guate).

Sintiéndonos todos unos Lance Armstrongs en pos de nuestro trigesimoséptimo título doblamos por la doce calle para pasar victoriosos bajo el Arco del Triunfo, perdón, el Arco de Correos.
El fantasma de Ubico nos ve pasar pasmado desde el Arco, añorando tener a mano su vetusta Harley para unirse al grupo, que en un instante está doblando por la quinta avenida. Al llegar a la novena calle, le damos la vuelta a la manzana, para darnos el lujo de sextear, aunque sea una cuadra, en bicicleta. A lo lejos se percibe la bulla normal de un sábado por la noche en el Pasaje Aycinena.

Volvemos a la quinta avenida, por la décima calle, para tomar la octava calle, hoy peatonal. El reloj de la Catedral marca las nueve cuando pasamos, ruidosos, cansados y contentos, bajo sus agujas. En apenas dos horas atravesamos el Centro Histórico de norte a sur y de este a este, y volvimos.

Entre la multitud se cuenta gente que participa en otros grupos de ciclistas, como Diana Cameros, que se reúne con otros amantes de la bicicleta, cada primer domingo de mes al final de la Avenida Independencia, en Ciudad Nueva, zona 2. Empiezan sus recorridos a las nueve de la mañana y terminan alrededor del mediodía.

“Al principio íbamos sólo por el Centro Histórico, pero ahora tratamos de que nuestros recorridos salgan de la zona 1, porque se trata de ir abarcando cada vez más de la ciudad”, dice Diana, cuyo novio, Benjamín Houdek, tiene un negocio, La vía verde, donde vende bicicletas clásicas y artículos para ciclistas (lea: Para bicicletear).

La jornada termina. Hemos vislumbrado, además, lo que podría ser Guatemala, si hubiera disposiciones más favorables para los usuarios de este medio de transporte salu-dable, eficiente y de bajísimo costo. Las condiciones para tal situación todavía no están dadas, comenta Lou: “No existe una cultura de respeto al peatón, mucho menos al ciclista”, dice el cofundador del paseo nocturno. “Por seguridad del grupo, detenemos el tráfico en los semáforos, y los conductores se portan muy agresivos con los ciclistas”, agre-ga. No obstante, una ciudad ciclista quizá no sea un sueño tan lejano y ya hay esfuerzos en ese sentido (lea El sueño de Cathal). Mientras ello se concreta, seguirá el esfuerzo de colectivos como Manifestarte o Masa Crítica, que buscarán que la bicicleta, más que un modo de recreación, sea una forma de vida.

El sueño de Cathal
Cathal O’Meara es un diseñador industrial irlandés, defensor acérrimo del uso de la bicicleta. Cathal fue contactado por la Municipalidad de Guatemala a través de la ONG noruega Diseñadores sin Fronteras, para que diseñara un plan maestro de ciclovías (carriles especiales donde sólo transitan bicicletas) para la ciudad de Guatemala.

Ha realizado talleres y reuniones convocando a ciclistas regulares (los que usan la bicicleta como medio cotidiano de transporte, a diferencia del ciclismo deportivo), para ente-rarse de los temas que más preocupan a éstos y del origen y destino de sus recorridos, y así elaborar mapas de las rutas por donde más ciclistas transitan.

Así ha averiguado que los caminos más transitados por ellos abarcan las zonas 1, 3, 6, 7 y 11 de la ciudad. Cathal trabaja mano a mano con el departamento de Movilidad Urba-na de la comuna (encargado de las rutas del transmetro) con el fin de crear toda una red de transporte alternativo que permita descongestionar la ciudad. Así como le entusiasma la versatilidad de la bicicleta, a Cathal le indignan las cifras de la problemática del transporte urbano.

“Veintitrés por ciento de los viajes que se realizan a diario en la ciudad son en carro”, cuenta, “¡y ocupan setenta y ocho por ciento del espacio de las carreteras! Y tampoco hay espacio para los peatones, porque se construye demasiado pensando en función de los automovilistas”, prosigue.

Acerca de la posibilidad de que Guatemala se convierta en una ciudad ciclística, Cathal cuenta cómo en Bogotá, el ex alcalde Enrique Peñalosa construyó 300 kilómetros de ciclovías en sólo tres años. “Aquí todos dicen que no se puede ir en bicicleta, que es peligroso. Pero también es peligroso en Ámsterdam, en Dublín... en todas partes hay problemas por resolver. También está la cuestión cultural; la gente asocia la bicicleta con pobreza, creen que en cuanto tienen un poco de dinero tienen por fuerza que comprarse un carro”, continúa.

Pero para Cathal la bicicleta es más bien una solución al problema de congestión del tránsito. Y para subrayar la necesidad de acudir más a la bicicleta en las ciudades, cita al gran historiador urbano del siglo XX Louis Mumford: “Pretender lidiar con el problema de la congestión del tráfico urbano construyendo más autopistas es como que un gordo se afloje el cinturón para lidiar con su problema de obesidad”. Falta, una vez que Cathal concluya todas sus investigaciones, la difícil tarea de conseguir organismos internacionales que financien su sueño actual: una ciudad de Guatemala donde andar en bicicleta sea seguro, agradable y al alcance de todos.

Papra bicicletear
Masa Crítica sale hoy, domingo 10 de enero, a las nueve de la mañana del parque Jocotenango (Morazán), en la zona 2. Normalmente esta actividad se realiza cada primer domingo de mes. Para más información visite masacriticaguatemala. Contactos: masacriticaguate@gmail.com y Manuel Gómez, 5505-6539.

El primer recorrido nocturno por el Centro Histórico de 2010 se realizó el pasado 3 de enero. Para conocer la fecha del próximo visite el blog echuamano.

Para contactar al grupo de ciclistas de Ciudad Nueva, escriba a dianacameros@gmail.com, o llame la tienda La vía verde: 4081-4333.

Mundial
El término masa crítica fue acuñado por el diseñador estadounidense de vehículos George Bliss, para designar un fenómeno que se observa en China. Allí, en los cruces callejeros sin semáforos de las grandes ciudades, los ciclistas se van acumulando hasta alcanzar tal número que pueden cruzar sin riesgo, pues su masa detiene el tráfico. Partiendo de esa idea, en 1992 se realizó en la ciudad de San Francisco, California, la primera masa crítica que buscaba celebrar el ciclismo y recuperar las calles para este medio de transporte. Hoy en día se realiza una vez al mes en multitud de ciudades alrededor del mundo, en países tan dispares como España y Japón.
*Con información de Wikipedia

T. Alejandro Arriaza alecantautor@hotmail.com
F. Manifestarte y Masa Crítica

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