domingo, 6 de diciembre de 2009

La misión de un director

Bruno Campo








Oswaldo J. Hernández revela la inmensa tarea detrás de un vasto proyecto sinfónico bajo la batuta de un joven conductor.
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Mediodía. Teatrino del Centro Cultural Metropolitano. Para llegar allí se requiere: ubicarse en la 7a. avenida y 12 calle de la zona 1, entrar al antiguo Edificio de Correos, subir cuatro niveles, llegar a la terraza, esquivar a lo largo de los pasillos a decenas de patojitos que afinan y desafinan sus instrumentos.

¿Por qué el teatrino? Porque en su interior ensaya la Orquesta Juvenil Municipal a comando del director, apenas de 27 años, Bruno Campo. Es bueno, supongo, encontrarlo en su ambiente natural. Pero hay que esperarlo un poco. La orquesta ensaya para dos grandes conciertos con los cuales representará a Guatemala en el II Encuentro Internacional de la Joven Orquesta y Coro de Centro América (lea Presentación).

Al grito de “1,2,3... Yan pam, ¡pam!, pam, pa, ¡pa, pam!”, Bruno es intenso. Demasiado. En este instante dirige la pieza Son sones que el guatemalteco Paulo Alvarado compuso especialmente para la Orquesta Municipal allá por 1983. Una composición llena de paroxismos; difícil, intimidante.

En la puerta nos hemos aglomerado algunos impertinentes. Hay un niño, una micra (mocos, uniforme, estuche de violín en la mano) que dice “yo mejor ya ni entro, me va a madrear”. Y luego, en efecto, Bruno madrea a toda la Orquesta desde el podio. Han entrado mal en un compás, han estropeado la partitura. Son regaños eficaces, precisos, lacerantes y llenos de afecto los que aterrizan sobre la sección de vientos, encima de la parte de cuerdas y también en los encargados de las percusiones. Por mi parte ya le hubiera lanzado una tuba, un atril, lo que fuera, al director. Sin embargo, la orquesta se mantiene quieta, incluso aprecian tal presión. El sonido y la sincronización mejoran inmediatamente al compás que Bruno dirige de nuevo.

Poco después el mismo Bruno me explica que hace uso de un método pedagógico distinto, uno efectivo que no cree en el convencionalismo de que al músico académico hay que ponerlo a estudiar desde chiquito para que domine a totalidad un instrumento. Algo que aprendió, me cuenta, cuando formó parte de la Sinfónica Nacional de Venezuela hace unos años.

El oboe y el director
La orquesta toma un breve receso. Bruno la tiene allí desde las 8 de la mañana y necesita descansar. Para entonces ya pasa de la 1 de la tarde.

Un poco más relajado, en su oficina desde donde funge como director del Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Guatemala, me cuenta cómo ha llegado hasta ese “echarse sobre sus hombros tan enorme responsabilidad”. Sin duda es un puesto de decisiones, de talento, de responsabilidad y de demasiado aguante.

Sucede que Bruno nació con oído absoluto, aquel capaz de distinguir los intervalos de frecuencia de las 12 notas que integran la escala musical. “Ya de pequeño podía reproducir cualquier canción que escuchara utilizando únicamente un pianito de juguete (de escala diatónica), a baterías”.
Pero nacer con esta cualidad solicita adiestramiento y desde los 8 años, la madre de Bruno lo induce a tomar clases de oboe.

Hasta ahí “todo normal”, dice. Y de pronto, con apenas 14 años, todo supone un “explotar” para él. La Unesco paseaba por Latinoamérica un proyecto venezolano enfocado a las orquestas sinfónicas juveniles. La idea era trasplantar analogías de este propósito en toda América Latina como “una obra social para la sistematización de la instrucción y práctica colectiva de la música como instrumento de organización social y desarrollo comunitario”, explica el director.

En ese sentido, lo primero que sorprendió a Bruno era la didáctica de los venezolanos: “Hacían tocar a un niño, cualquier instrumento, de hoy para mañana”. Es precisamente en uno de estos talleres que a Bruno se le brinda la oportunidad de dirigir por primera vez. “Me dijeron: ‘¿Te sabes el himno de tu país?’ Bueno, pues sí. ‘¿Te sabes las medidas, el tiempo?’; sí, respondí. Allí dirigí a un mundo de gente con 14 años. Es que yo –confiesa– antes, desde los vientos, con el oboe, era bien cae mal. Caía mal porque corregía. Oía los errores, el destiempo de los demás y lo decía aunque el director replicara ‘ya está jodiendo éste otra vez’”.

El oráculo Abreu
De este primer acercamiento, el proyecto venezolano avalado por la Unesco despega y se conforma la Orquesta Sinfónica Iberoamericana respaldada por el fundador del Sistema de Orquestas Venezolanas, José Antonio Abreu. Por supuesto, Bruno quería ser parte de ella y así audiciona entre más de 200 candidatos.

El azar le otorga, según dice, una señal. Su turno de audición era el número 1. Bruno me confiesa ser un poquito supersticioso: “Siempre he creído que las cosas que tienen que pasar están marcadas y tienen que pasar. Lo único que te toca es seguir trabajando, ser intuitivo, honesto, enérgico y apasionado”.

A la vez de profesar ciertos dotes de compromiso casi arribistas: “Soy un engasado. Cuando plantearon el proyecto de la Unesco hice algunos cuadros mentales y me volví un freak: ensayaba y ensayaba como loco con el oboe”. De aquel primer turno de audición los jueces quedaron impresionados. Bruno iba de viaje a Venezuela, a formar parte de la Orquesta Iberoamericana. Tenía las ganas, la actitud, la volición personal.

Luego de su participación en el taller, el maestro Abreu se interesa por el desempeño de Bruno. “Abreu es un helicóptero, está sobre todo. Tiene similar magnitud que el Oráculo de Matrix; así de grueso”. Consecuentemente, Abreu lo invoca y le pide que se quede un poco más.

Tendríamos que decir aquí lo bien que le fue, de su interpretación de la pieza Sansón y Dalila, de Saint Saens para entrar a la Sinfónica Nacional de Venezuela, de su desarrollo en un nuevo sistema pedagógico y de su enriquecida relación, tanto profesional como personal, con el maestro Abreu.

Bruno regresaría a Guatemala pero muy breve. Debía irse de gira a Europa, debía integrarse ahora a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela. Apenas tenía 16.

La misión encomendada
Es interesante ver la trascendencia del proyecto sinfónico de Abreu en Venezuela. Incluso es impermeable a cambios azarosos, en términos políticos, en términos globales. “Se mantiene, sí. Era vigente sin el presidente Hugo Chávez y hoy continúa todavía con Chávez. Pero eso no es importante, a Abreu lo que le interesa es que su misión con los niños esté estable y desarrollándose”, menciona Bruno, antes de crítico, recordando su situación específica en un punto histórico de Venezuela. Un punto en que decide regresar a Guatemala.

Acá se gradúa en la escuela de cine de la Universidad Galileo, explora una faceta como ingeniero de sonido, se introduce al tema de la publicidad, la animación... pero descuida su vocación.

El oráculo, es decir, Abreu lo sabe y a finales de 2005, Bruno recibe una llamada: “Querido, me han contado que has abandonado tu instrumento... pero te cuento que estamos formando la sinfónica juvenil latinoamericana. Te quiero en Venezuela... en menos de 15 días”.

Allá va Bruno, con más de 4 años de no tocar el oboe, claro, a recuperar la tesitura, tanto en la partitura como en el estado de ánimo. “Todo tenía una magnitud 15 veces superior”, recuerda y frente a Abreu, le es otorgada una misión: todo aquello debía suceder también en Guatemala. “Tu misión”, le dice Abreu, “es escoger a un grupo de niños para una orquesta, la cual deberá tener la capacidad de crear un sentido de pertenencia en la sociedad, si logras este primer punto el camino es para adelante; lo segundo, tocar puertas, buscar apoyo institucional; por último, man-tenme al tanto”. Bruno tenía 23 años.

Tres meses bastaron para que Bruno empezara a destacar. Si bien, en su persona esconde ciertos conflictos con algunas fundaciones, con otras orquestas precedentes, a las que se niega mencionar, sigue las instrucciones recibidas de Abreu al pie de la letra. Primero, una orquesta de 250 niños en la colonia La Verbena, zona 7. Segundo, en enero de 2006 empieza a tocar puertas. Habla con el gobierno de Óscar Berger, y nada. Habla con los encargados de la Municipalidad, y hay un proyecto, medio abandonado, medio en desuso: la Orquesta Sinfónica Juvenil Municipal.

La Municipalidad contaba con una apuesta por el desarrollo de la cultura. Esto se traduce en la escuela municipal de pintura, en la escuela municipal de danza. “Faltaba la de música”, indica Bruno, quien con el antecedente de Venezuela, obtiene apoyo completamente “y para adelante”.

Ahora dirige cinco escuelas dentro de la ciudad, la Comisión para el Sistema de Orquestas de Guatemala, y está en busca de apoyo privado para encauzar por el mejor camino su difícil misión como director.

Presentación
El II Encuentro Internacional de la Joven Orquesta y Coro de Guatemala (JOCCA) se celebrará esta semana en Guatemala. Para clausurar, la Orquesta Juvenil Municipal ofrece dos conciertos. Uno, el jueves 10 de diciembre, a las 7 p.m., en la Gran Sala del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. Y otro, el viernes 11 (6:30 p.m.) en el Centro de Formación de la Cooperación Española, en Antigua Guatemala. Ambas presentaciones son gratuitas. Deben presentar invitación. Más información: 2251-3898 (Escuela Municipal de Música) y 7832-1276 (Centro de Formación).

Una Orquesta Municipal
La orquesta se fundó oficialmente en mayo de 2006. Su primer concierto, dirigido por Bruno Campo, celebró los 10 años conmemorativos de la firma de la Paz en diciembre de ese año. A partir de entonces ha acompañado infinidad de eventos, en diversos barrios de la ciudad. Las edades de sus integrantes oscilan entre 9 y 17 años. Con este proyecto, a pesar de las críticas de hacer proselitismo por medio de la actividad cultural, la comuna capitalina intenta promover el desarrollo en los jóvenes y una apertura de convivencia para la sociedad.

“Todo encargado de un proyecto plasma parte de su temple en lo que hace. Aun así, este es un proyecto de la sociedad, de los niños. Esa es su personalidad (de la orquesta) y es la que está representándonos”.

T. Oswaldo J. Hernandez ohernandez@sigloxxi.com
F. Morena Pérez mperez@sigloxxi.com

1 comentarios:

Prado dijo...

Genial. Lo de lanzar el instrumento al director me parece una actitud que yo mismo adoptaría. Así que la aplaudo. Gran trabajo con la orquesta. Les oigo ensayar desde mi oficina. Y tiene razón de corregir al a sección de vientos. Cada vez suenan mejor.