domingo, 6 de diciembre de 2009

El hidalgo del Centro Histórico








Tasso Hadjidodou, escribe Alejandro Arriaza, es un ciudadano del mundo, chapín adoptivo y testigo de más de medio siglo de andanzas en la zona 1.
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“Ah, el eterno dilema de Tasso: Griego de origen, belga de nacimiento, ciudadano francés, y más chapín que el tamal del sábado.”
Manuel José Arce.
El hogar de Tasso Hadjidodou, como cueva de tesoros sacada de una historia de Las mil y una noches —versión Macondo— es en efecto, en primer lugar, un escondite. Clavado en el fondo de un gran parqueo, junto al alto edificio que alberga a la mayoría de secretarías del Congreso de la República y a media cuadra del callejón que desde hace algunos años lleva su nombre. El camino es de hecho una prolongación del Callejón Tasso Hadjidodou. Encontrar la pequeña puerta de madera, que carece de núme-ro, me tomó casi una hora. Di varias vueltas y consulté a muchos para saber qué timbre presionar.
Una vez recibido por el menudo y frágil —aunque lleno de energía— propietario y superado el asombro inicial, el lugar es una mezcla deliciosa de museo, ar-chivo, biblioteca. Su morada está salpicada por un desorden exquisito por el cual Tasso se disculpa.
Yo estoy un poco cohibido, en parte por el retraso y por el peso que rodea a su figura (lea Una vida en Guate y Un niño muy culto). Pero en cinco minutos el brillo en los ojos, la amplia sonrisa y el fino humor que irradian del hombre me hacen sentir como si estuviera con un amigo de toda la vida. De inmediato hacen su aparición el café y las champurradas. Tasso —no se puede esperar menos de alguien que proviene de culturas francófonas— es un fino anfitrión.

Recuerdos, recuerdos
Pinturas, esculturas, condecoraciones, libros y pósters colgados de las paredes o apilados sobre mesas. Hay cultura viva por doquier. Y vaya si vive. La casa es todo, menos un lugar gris y apagado. Dos niños vivarachos y gritones, de unos seis y ocho años, nietos del ama de llaves, María Guerra —“aunque es mujer de paz”, añade Tasso con alguna picardía— corren de arriba para abajo sin que él parezca reparar en ellos.
Aparece de pronto, como visión sorprendente, un hada diminuta con un plato en la mano. Es la hermanita de los dos niños, de dos años y medio. “La amiga más pequeña de don Tasso” dice la madre de la nena, quien ha venido con sus energéticos críos.
Tasso, ante tanta actividad sonríe beatífico, y dos grandes retratos que presiden el salón, de un hombre de aspecto severo y grandes bigotes, y de una mujer aún más se-vera —los griegos padre y abuela paterna de este peculiar hombre del renacimiento— parecen verlo todo con cierta molestia, ante la imposibilidad de hacer algo al respecto.
Otro retrato que cuelga por ahí es uno a lápiz, de Manuel José Arce, que fue gran amigo de Tasso y le dedicó una de sus columnas periodísticas, recogida después en el libro Diario de un escribiente, y de la que procede el epígrafe de esta nota.
También hay varias fotos del obispo Juan Gerardi. “Trabajé con él el tema de situación de pobreza”, comenta. “En mi vida ha habido épocas buenas y malas, y la muerte de monseñor fue uno de los momentos trágicos para mí”. Y claro, multitud de representaciones gráficas del habitante de la casa: a tinta, a crayón, al óleo, de todas clases. Llama la atención un extraordinario retrato, muy luminoso. “Lo hizo Manolo Gallardo, para una exposición que presentaría con motivo de los 60 años de mi llegada a Guate –que se celebraron en enero de este año–. Lo que no me dijo era que mi cuadro iba a estar rodeado por 60 cuadros de hermosas mujeres que él había pintado, ¡y que las chicas iban a estar ahí! Luego me dio el cuadro en préstamo, para que lo conservara mientras viviera.”
También destaca, con su peculiar sentido del humor, un cuadro de un perrito negro y lanudo. “Esa es una historia, un poco divertida y un poco triste —dice medio en serio, medio en broma—, ese era el perrito de mi madre y luego yo fui el sustituto”.
“¿Y ese de aquel póster es usted?” pregunta Cecilia, la fotógrafa que me acompaña, señalando al fondo del salón. La pregunta parece complacer sobremanera a Tasso. “¡Buena pregunta!”, dice alegre, y nos lleva a examinar el afiche con detalle, encendiendo para ello una luz del fondo.
“Me encontraba una vez en el festival de teatro de la ciudad de Avignon, en Francia y cuando vi este póster dije, ‘uy, pero si soy yo’ y me compré uno”. Y efectivamente, la fuerte nariz, la cara que se adelgaza hacia la barbilla, la situación de los ojos y la amplia frente, formados con fragmentos de antiguas piedras, es una excelente muestra de diseño gráfico. Los elementos componen un rostro que es igual al de Tasso. Pero unas hojitas de laurel que asoman a un lado de la cabeza descubren de quién se trata, aun antes de leer el título: es el cartel de anuncio de una representación de la obra Julio César, de William Shakespeare. La imagen es en realidad la de un actor romano nota-blemente parecido a este griego-belga-chapín.
Tasso ya se encuentra descolgando otra foto de la pared, para ilustrar una historia más. Porque, como diminuta ametralladora con chaleco, una vez arrancado, Tasso Hadjidodou no deja de disparar anécdotas, historias, comentarios, datos de tiempos pasados, presentes y hasta futuros, cuando esboza sus esperanzas sobre el porvenir. Ahora, sostiene una foto en la que un Tasso un tanto más joven —ronda ahora los 88 y medio— estrecha la mano de un amable y rollizo sacerdote. Es el padre Joseph Wresinsky, fundador del movimiento de solidaridad y ayuda internacional Cuarto Mundo, del que Tasso fue presidente durante 35 años. “Ahora ya soy sólo presidente hono-rario” añade con modestia.

Blancas navidades tropicales
Diciembre es para Tasso un mes tranquilo. “Es que en temporada navideña la gente se va, y hay menos actividades”, explica, lo que me lleva a preguntarle un poco por sus propias navidades infantiles. “Muy diferentes —dice— En Bélgica, donde yo viví mi infancia, el día especial para los niños es el 6 de diciembre, Día de San Nicolás. Esa mañana se dejan los regalos en las chimeneas de las casas, y es de gran emoción para los pequeños. Luego, el día de Navidad se hacía algo como una cena o una reunión, pero ya no era tan especial. Es el día 6 cuando los niños celebran a este Saint Nicklaas o Sinterklaas, según el país de Europa que se trate. El personaje luego derivó en el Santa Claus de hoy, cuando en Estados Unidos confundieron su nombre. Aunque, bueno, quién sabe si ‘confundieron’ —dice con una pizca de malicia— porque la gente del mercado, cuando se trata de masificar algo, sabe muy bien lo que hace”.
En mi infancia, continúa este hidalgo del Centro Histórico, mi madre me llevaba al centro de Bruselas, a los grandes almacenes, con sus trenes que caminaban por toda la vitrina, y los caballitos de juguete que hacían cabriolas y cabalgaban solos. “Era muy bonito. Y por la época del año, siempre había nieve”.
“Cuano uno es niño cree que San Nicolás es un ser humano. Yo descubrí a un primo que hacía de San Nicolás, ¿y sabe cómo? —dice con brillo adolescente en los ojos— por el anillo que usaba. Debería haber sido policía, bromea”. Fue la nieve uno de los grandes cambios que Tasso vivió cuando partió de Europa, rumbo a Centroamérica. “Esa fue una gran diferencia, cuando vinimos a Guatemala con mi esposa. Todo era tan diferente, y claro, las navidades sin nieve también. Ella murió poco después, en circunstancias extrañas. Debió viajar a Amberes, Bélgica, porque su padre estaba muy enfermo, y fíjese, el padre murió un lunes y ella, el sábado, de la misma semana”. Y por única vez durante toda la conversación con este hombre vital, entusiasta y optimista, una tenue sombra de pesar le cruza apenas un instante el rostro, una pena que posiblemente medio siglo de distancia no ha podido curar del todo.
“¿Y hoy en día, sus navidades?”, pregunto.“Verá, aunque siempre estoy en actividades culturales, yo no soy una persona muy de fiesta, y no crea que es por la edad; siempre he sido así. Yo valoro mucho la amistad, quizás por haber sido hijo único. Entonces ver a mis amigos es un gran placer para mí. No es celebra-ción, es juntarnos al azar, felices de volvernos a ver. Mis navidades son tranquilas, no hago nada especial. Pero si mis amigos quieren venir a verme, son bienve-nidos”.
Quizás hay algo en la comercialidad de las fechas que lo exaspera, algo que le hace sacar ese grinch que vive escondido en tantas de las personas que co-nozco, así que se lo pregunto: ¿hay algo que le moleste o le desagrade de la Navidad?
...Hmmm, demasiado esperar de una persona tan llena de energía. Por primera vez creo ver en Tasso un gesto de total perplejidad antes de contestar. “¿Algo que me moleste de la Navidad? No”, responde, para luego contraatacar, con esa malicia casi adolescente que es su marca registrada. “¿A usted, hay algo que le moleste?”. “Mejor pasemos a lo siguiente”, le digo, y lo invito a dejar su morada.

El Centro y Tasso
Salimos a caminar. Acompaño a Tasso en un recorrido por los lugares a los que acostumbra ir cotidianamente. Enfilamos sobre la séptima avenida. Tasso hace comenta-rios acerca de cualquier cosa, desde los graffitis de las paredes hasta los agujeros de las banquetas. “Se podría hacer un reportaje sólo sobre los agujeros que hay”, dice con malicia tras advertirle a Cecilia de un hoyo en el que podría haber tropezado mientras tomaba una foto.
Llegamos a Casa Ibargüen, frente al edificio de Correos. El inmueble fue tomado por la Municipalidad como Anexo del Centro Cultural Metropolitano. Tasso es miembro del Consejo Cultural de la Municipalidad, y también es presidente honorario del Festival del Centro Histórico.
Nos muestra los amplios y hermosos salones de la casa, ahora mismo vacíos, mientras comenta sobre las exposiciones que allí se montan. Cada cierto tiempo repite con asombro, “y esta era la casa particular de una familia”. Es sorprendente, en efecto, imaginarse viviendo en el lujoso edificio. “En el fondo, desde que vine a Guatemala, nunca viví fuera del Centro Histórico”, dice Tasso “y vivo en mi residencia actual desde hace 25 años”.
“Ahora estoy muy contento de que ya no botan casas antiguas. Es muy agradable, por ejemplo, ver en la Feria del Libro a la gente comprando libros a precios có-modos. Además, mermó el éxodo de antes, cuando las familias se iban del Centro. Hay gente que se quedó, y otros que aunque se fueron a vivir a otro lado conser-van las casas de sus ancestros”. Nos trasladamos frente al edificio del Centro Cultural Metropolitano, donde hay una exposición de los alumnos de la Escuela Municipal de Escultura. “Este es un Centro Cultural que funciona maravillosamente bien”, dice Tasso. “Lo bonito es que han tomado volumen los cursos de pintu-ra, escultura y música. Por cierto, hay un director muy joven que ha logrado aglomerar una gran cantidad de niños” —se refiere al maestro Bruno Campo, director de la Orquesta Sinfónica Juvenil Metropolitana.
“Usted puede ver que sí hay cosas que se hacen”, dice Tasso mientras contempla las esculturas. “La gente se fija más en la cultura. Soy optimista, pero eso no significa que no quede mucho por hacer. Los nacimientos que se suelen hacer en esta época, por ejemplo, son sólo una vez al año. En cambio las exposiciones son constantes. Lo que es agradable de ver es la felicidad de quienes toman las clases. Esto es comparable con lo que se hace en otros países”.
Pero entonces, inquiero, ¿qué le falta a la cultura de Guate para alzar vuelo? “Hay mucho que hacer, y no sólo son los artistas; es toda la población. Hay que apren-der a visitar exposiciones, desde los jóvenes hasta los jubilados. Esto de las exhibiciones es fantástico para los establecimientos educativos. La gente no me cree cuando les cuento que hay 740 de estos centros educativos en la zona 1. Todos los alumnos deberían venir”.
Dejamos el otrora Palacio de Correos. Caminamos de regreso por la abigarrada y fantástica mezcla de discos piratas, zapatos tenis, ropa y hasta perfumes que ofre-ce la Sexta avenida. Tasso rememora “yo conocí la sexta de antes. Cuando vine a Guatemala era obligado sextear, salir de noche a ver las vitrinas de los almacenes. Ahora ha cambiado y la problemática actual de la avenida es el próximo paso del Transmetro”.
Le pregunto entonces a este hombre que ha visto medio siglo de cambios y evoluciones de la zona 1 cuál es el mayor problema del Centro Histórico, y se ríe como si le hubiera preguntado si hay vida después de la muerte. “No le voy a decir, pregúntele al alcalde —bromea para luego ponerse más serio—. Es muy difícil encontrar una solución que satisfaga a todas las partes. Pero yo creo que los pasos que se han dado hasta la fecha son irreversibles, y creo que se percibe un compromiso de estudiantes, maestros y autoridades del Centro Histórico para seguir en tan buen camino”.
Nos vamos acercando de nuevo al gran parqueo que esconde el pequeño reino de cultura, recuerdos y vibrante esperanza de este conocido habitante del viejo casco de la ciudad. Nos despedimos. Lo veo alejarse, a paso lento pero seguro. Tasso se pierde en la distancia; seguramente se dirige a remojar en café la inconclusa champurrada que dejó por realizar este recorrido por su querida zona 1.

Una vida en Guate
Tasso Hadjidodou nació en Lieja, Bélgica, el 9 de enero de 1921, de padres griegos. El 15 de enero de 1949, vino a Guatemala con su esposa en visita turística, pero decidió quedarse, maravillado por el país. En 60 años de estancia continua en Guatemala ha sido agregado cultural, diplomático, columnista de prensa, y se ha convertido en un pilar fundamental de la cultura del país. Ha ocupado diversos cargos, funcionales y honorarios, en asociaciones culturales guatemaltecas.

Un niño muy culto
Gracias a la educación que recibió en casa, Tasso siempre estuvo cerca de la cultura. Cuando entró a la escuela ya sabía leer. Un día, a los 5 años, entró sólo en los museos que rodean el Parque del Cincuentenario, en la ciudad de Bruselas, donde vivía. Se hizo amigo de los museólogos, quienes le ayudaban en sus redacciones escolares. Desta-caba también en matemáticas y como él mismo dice, “tengo más de 80 años de ser lector”.

“Le pregunto entonces a este hombre que ha visto medio siglo de cambios en la zona 1 cuál es el mayor problema del Centro Histórico; y se ríe como si le hubiera preguntado si hay vida después de la muerte”.

“Aunque siempre estoy en actividades culturales, no soy una persona muy de fiesta, y no crea que es por la edad, siempre he sido así. Valoro mucho la amistad, quizás por haber sido hijo único”.

T. Alejandro Arriaza alecantautor@hotmail.com
F. Cecilia Cobar ccobar@sigloxxi.com

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