domingo, 20 de diciembre de 2009

Don Tamal, nada del otro mundo

Julio Serrano Echeverría
julitoserrano.blogspot.com
Sencillo en Guatemala tiene tres acepciones fundamentales. La primera la explican los rótulos “no aceptamos billetes grandes, por favor traer sencillo”. La segunda es un vil eufemismo de la pobreza, “es que es gente sencilla”. Y la última tiene que ver con una actitud ante la vida, se es sencillo cuando se tienen suficientes razones para sobrestimular al ego y simplemente se continúa sin pensar en ello.
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Estas personas sencillas suelen ser o hacer grandes esas pequeñas cosas, o sea, las que perduran. Tres razones que me permiten pensar que el tamal es sencillo. Hoy me dispongo a visitar a todo un personaje de nuestra cultura, don Tamal, sí, don.

Su casa, antigua y acogedora, es una maravillosa cápsula del tiempo. Sus robustas paredes de adobe sostienen una discreta galería que cuenta algunas de las hazañas de nuestro anfitrión: “Familias llevan tamal a indigentes”, “Se inicia la temporada del tamal”, “Un tamal puede hacer la diferencia”. Son notas más bien pe-queñas, “la gente se acostumbra usted, de tanto verlo a uno, uno se vuelve invisible”, me comenta con la voz un tanto gastada. Me invita a sentarme.

Don Tamal es un tipo galán, robusto. Sus manos laboriosas hablan de largos años dándole y dándole. No vale la pena calcularle la edad; es algo así como ese tío que se las sabe todas, o se las inventa.

Ahí, sentado en su sala, resulta casi inevitable no pensar en la voz de locutor “tierra del son, de las guapas mujeres…”, sin embargo, no hay distancia en ello; hay algo de nacional en esa sala que no tiene nada que ver con el Inguat, Reyna Barrios, o la selección de futbol. Tiene que ver con sentirse parte de algo sin sentirte incómodo. “A nosotros nos cuesta sentirnos de acá, como si ser guatemalteco fuera algo del otro mundo”, dice con el gesto un tanto serio, como diciendo que, efec-tivamente, ser guatemalteco es de este mundo.

Le pregunto algunas cosas sobre su vida; me dice “mire, es fácil, yo vengo de donde usted prefiera, y voy adonde me diga; mi razón de ser en esta vida no es te-ner algo que contarle de mí, es poder sentarme acá con usted”, y sonríe. Entiendo, pues, estar acá no es para lograr la descripción ordenada y estética de la vida de este personaje; es para hablar de la vida puesta en acción, oseasé, una forma de fiesta.

Pura vida
Alargar la letra “a” cuando se va a hablar de la experiencia es privilegio de muy pocos. “Aaaaaaaay, joven, yo sí he estado en todas las fiestas, en todas, no me he perdido una, y míreme, ese es el secreto…”, baja un poco la voz y se acerca a mí “hay que pasárselo bien”.

Se le ve rojo, se le ve negro, se le ve de arroz, de maíz, que de pollo, que de cerdo, con picante y sin él. Don Tamal sabe que la supervivencia consiste en la adap-tación, y si no lo sabe, lo practica. “Cuando la gente cree que ya me tiene bien medidito, me les transformo”, dice sonriendo. Cada familia, cada casa, cada tiendita tiene su personalísima relación con don Tamal; en ese sentido es algo así como el Santa Claus de la gastronomía guatemalteca, le da algo distinto a cada miembro de la familia. Arreglos legendarios, recetas ancestrales, ritos y maneras muy particulares para cada casa.

Del alcohol no tiene mucho que decir. “Lo respeto” dice a secas, pero con cordialidad. Con la música sí se le transforma la cara, “no pues, si no se puede festejar sin bailongo”, asegura, mientras acomoda sus brazos simulando un baile de salón. ¿Y qué pasa con la religión? le pregunto, “qué pasa de qué”, me dice bastante indiferente. Pasa que uno se confunde en las entrevistas, pienso. Pero se vale, soy yo el que sonríe ahora.

No, no son amenazas
Muchas de las tradiciones locales se han visto intervenidas por diversas razones. Muchos sospechamos que básicamente es una trampa mercadológica en la que algunos caen. Aunque habrá quien diga que, de cualquier modo, muchas fiestas son producto de tradiciones que no nos son propias, vale la pena decir que nos apropiamos de unas y hay otras que nos apropiaron. Le comento a don Tamal algo parecido, y se ríe. “Mire la gente que prefiere comer chompipe que tamal, están en su derecho, yo no digo nada, igual chupan kuxa que etiqueta negra, pero lo que sí le puedo decir es que conmigo, toda la gente vuelve, siempre”.

Es fácil entenderlo; las tradiciones no son un peso, son maña, fluyen por los años y como si jugaran escondite, van apareciendo y desapareciendo a su ritmo. “Que evidentemente este momento histórico ha cambiado en algo la forma en que las vivimos, ni dudarlo, yo tomo Coca Cola sentado en el sofá mientras veo en la pared un póster del Xelajú Mario Camposeco junto a unos banderines, uno del Real Madrid y otro del Barcelona. No, no le voy a ninguno, pero hay que tener algo de qué hablar; nunca se sabe, ¿ verdad?”.

El tiempo pasa
Empieza a oscurecer y don Tamal prende las luces, unos bombillos rojos. Son casi las siete de la noche. “Yo soy barato, no me le niego a nadie”. Está en todos lados, la mayor parte del año pero sobre todo en las fiestas, tiene mucho trabajo, pero su trabajo es pasársela bien, hacer que la banda se la goce.

“Mire, ¿y esto para qué es?”, pregunta, refiriéndose a esta entrevista. Yo ya no sé muy bien qué responderle, pero le recomiendo que le presuma a su esposa la noticia, que va a salir uno de estos domingos. Él se ríe con fuerza: “Mi esposa me dijo un día que mi ropa olía a leña de otro hogar y me sacó por la buena. Es difícil esto, usted, pero alguien tiene que hacerlo”.

Yo he pasado una tarde de pura sabiduría; pienso que David Carradine pudo haber estado tranquilamente a mi lado escuchando esta conversación. Como pienso también que no hay que pensar tanto las cosas. Este broder es sencillo, no se complica. Un tamal es un tamal, pensará uno; claro, nada del otro mundo... más bien, todo lo contrario.