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Antes de entrar al restaurante anoto unas preguntas de última hora en mi libreta. El que elegí para este encuentro es uno de ambiente relajado, ideal para conversar y tratar de entender a mis entrevistadas. Abro la billetera y se bajan dos tarjetas. Una de crédito y otra de débito. A simple vista parecen inofensivas, incluso sonríen.Seguir leyendo...
Crédito, la reina, desenfunda su primer pensamiento. “Yo soy más honesta que una mujer o un hombre. Me siento más feliz cuando me usan. No tengo culpas. Te doy lo que necesitás, cuando querrás”.
¿Qué pensás del guatemalteco que tiene tarjetas?, pregunto.
El guatemalteco es gastón, no sabe ahorrar, es derrochador y le encanta comprar cosas que no necesita. Le fascina. Es ciego y débil, una presa muy fácil. Y yo soy un mal necesario.
Confieso que tu soberbia me heló la espalda. ¿Pero qué harías si aprendo a usarte?
—En ese instante un rayo de luz hizo brillar su logo—. No vas a poder. Por Dios, sos chapín… ¿tengo que decir más? Mirá, ustedes no planifican su futuro, viven el día a día. Sin pisto no son nada y gracias a Dios estamos nosotras para darles estatus. Y siendo sus aliadas les damos la posibilidad de comprar su felicidad.
Reviso mis notas cuidadosamente antes de lanzar una nueva pregunta. Mientras, reparo que Visa y risa son palabras que alegran, es más, te invitan a gastar con una sonrisa. Esbozo una mueca y rememoro mis días de trabajo en la agencia. “Master, ¿tendrá precio este momento?”. Ah… los publicistas.
Definite en una palabra
Poder. Poder comprar cualquier cosa para vos. Me encanta que me necesités, que podás comprar algo que te sirva y que podás hacer feliz a otra persona.
Qué insistencia con tu discurso. Parecés de una oficina de relaciones públicas.
Cuando gastás sos feliz y esa felicidad tiene un precio. Nada es regalado, todo cuesta.
¿Cuáles son los sueños de una tarjeta de crédito?
Me gustaría que los guatemaltecos tuvieran más dinero. Así me deslizarían más veces por la máquina que me registra. Eso me haría sentir una tarjeta plena, queri-da y deseada.
Creo que nos estamos desviando del tema.
Es que es una perfecta armonía. Yo obtengo mi orgasmo cuando me pasan por la ranura y vos el tuyo cuando aprueban la operación. De algún modo sos un voyerista, te encanta verme cuando me deslizan. Pero si querés hablar de otras cosas te puedo contar que me encantan las fiestas, los cumpleaños, la Navidad, el Año Nuevo, San Valentín... Para mí esos son los días de mayor éxtasis.
Y los problemas de la gente cuando está endeudada hasta el cuello ¿no te preocupan?
Eso también, me lo paso por la ranura. Me gustaría que todos tuvieran mucho dinero y así gastaran más. Que no te engañe mi color, aunque estoy pintada de rojo, no soy comunista.
Débito no ha dicho palabra alguna pero noto que es una tarjeta más educada, la única con límites.
Algunos bancos tienen intereses moderados, otros son unos usureros. Débito ¿Qué pensás cuando oís a la ilimitada de tu compañera?”.
A mí me tienen que dar dinero para trabajar. A ésta (señala a la de crédito, con desdén) no la bloquean cuando llega al límite, al contrario le otorgan extrafinancia-miento. (Y con ironía, dice) ¡qué buena onda son las compañías verdad, siempre se preocupan por tu felicidad! Yo alcanzo la plenitud sin convertirme en una adicta al P.O.S. (su mirada se clava en la tarjeta de crédito) no, a la ranura, como otras insisten en llamar a este aparato.
¿Quién vale más, el dinero o vos?
Eso me suena a lucha libre –interrumpe la de crédito-. Si vamos al tema de lujuria el pisto es pura masturbación. Sólo se soba y soba. A nosotras nos estimulan nuestra banda magnética y por eso nos enamoramos más del aparatito, jiji.
Sos tan odiada como necesario ¿Qué te dice eso?
Mirá Allan, vos querés que yo tenga conciencia o sentimientos. Te iría mejor convencer a un empresario y decirle que no haga dinero. Tengo un grosor de tres milí-metros. De dónde diablos me saco la conciencia. Yo solo quiero tener mis llegues con la ranu... con el P.O.S, ya te dije.
Con la implementación de nuevas tecnologías, en algunos países, basta pasar la tarjeta para que un rayo magnético lea la banda. ¿Qué vas a hacer cuando todas las operaciones se registren de esa manera?
¿Qué clase de castidad vengativa me estás diciendo? ¿Es una amenaza? ¿Me querés ver llorar? Pero si yo sólo llevo la felicidad a tu casa. Vos no me entendés. Me echás la culpa de tus debilidades. ¡Sos un mediocre… mediocre!. El que no sabe manejar sus impulsos sos vos.
Débito, necesito una opinión menos victimizada
Entiendo porqué llora mi colega. Ese jueguito es muy propio de ella. Yo soy más moderada y lo hago sólo cuando hay que hacerlo. El rapidín que obsesiona a la promiscua crédito me deja insatisfecha. Claro, no niego que a veces siento como si no me necesitaran y quisiera que me usaran más.
Al reparar en los testimonios de las tarjetas noto que la charla se está convirtiendo en una terapia grupal entre una insatisfecha y una insaciable. Mejor hago que Crédito y Débito se fundan en un abrazo. “Qué ridículas son”, me digo mientras se sinceran. Aún mocosa, agarro la de débito y la guardo. Es una inútil.
Decido concluir la entrevista con la de crédito y le hago unas preguntas rápidas.
¿Tu palabra favorita?
Aprobado
¿La que menos te gusta?
Bloqueado
¿Y la que usás para maldecir? Putetzales
¿El sonido que más te agrada? El ruidito del P.O.S cuando aprueban una transacción.
¿Y el que más odiás? El que se oye cuando me somatan sobre la mesa. No sólo suena feo, duele.
¿Qué quisieras que el dios dinero te dijera cuando llegués al cielo? Crédito, gracias por ayudarme.
*
Pido la cuenta y dejo que la tarjeta de crédito pague. Me levanto de la mesa, pensando que tanto mi entrevistada como yo salimos satisfechos del restaurante. Creo que el voyerista que llevo dentro visitará algunas tiendas, aprovechando que pronto será Navidad.
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