No suelo visitar los centros comerciales en un domingo por la mañana, ni tan temprano. Falta pocos minutos para que las puertas abran al público y todo marcha en absoluta calma.
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Mientras los primeros empleados se asoman a sus quioscos y locales, yo preparo mi equipo. Mi intención es fotografiar varias veces una misma escena, pero desde ángulos distintos, y así, documentar un día en la plaza de Oakland Mall.
El ambiente matutino definitivamente contrasta con las horas en que todo mundo se vuelca al comercial. Los primeros visitantes no tienen idea de cómo colocaron los autos que se exhiben a la entrada, ni los preparativos de cada una de las tiendas que integran la Villa Navideña. Poco a poco, cual imán, los nuevos modelos rodantes atraen a curiosos, quienes no se resisten a los ornamentos y bocadillos de la villa. “Los días más concurridos son entre jueves y sábado”, me dice una de las vendedoras.
Desde el mediodía observé a varias familias que se acercaban al gran árbol navideño de la plaza, para tomarse fotos. El detalle del árbol, así como la iluminación de la fachada definitivamente transforman el edificio de este comercial. Y es que de noche todo cambia: hay más personas, más familias to-mándose fotos, y más curiosos recorriendo la plaza, adquiriendo productos típicos, velas, galletas y bisutería.
En medio de la multitud mi lente captó a un niño jugando con sus estrellitas. La imagen me remitió a mi propia niñez. Este fue el instante más mágico de la jornada, el más navideño.
F y T: Cecilia Cobar, ccobar@sigloxxi.com
domingo, 20 de diciembre de 2009
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