domingo, 29 de noviembre de 2009

En busca de la modernidad

Moisés Barrios
Moisés Barrios es un artista de alto calibre en la plástica guatemalteca. Su vigencia es palpable y, como descubre Oswaldo J. Hernández, mantiene una búsqueda incansable por perfeccionar sus técnicas de grabado y sus trazos como pintor.
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Del guatemalteco Moisés Barrios es posible decir demasiadas cosas. Cosas pertinentes y sustanciales. Primero, un carisma que se carga sobre sus 63 años y que, con poco esfuerzo, transporta en un cuerpo para nada envejecido. Lo complementa, y hay que hacer hincapié de esto, una faceta artística potente, deducida a consecuencia de la extrapolación de dos sentidos palpables en su trabajo pictórico y su obra con técnicas de grabado: la conciencia y la sutileza crítica latinoamericana.

Evidencias existen, claro. Basta con repasar su trayectoria de más de 40 años o la vigencia de sus trazos. Por ejemplo, 2009 puede ser traducido en alguien como Barrios, en no menos de cinco exitosas exposiciones. Dos de ellas, justo antes de que este año se vaya definitivamente al traste (lea Vigentes).

Papel de papagayo
Para encontrar a Moisés Barrios hay que sortear los cráteres / barrancos que plagan la ciudad de Guatemala. No diré exactamente su dirección. Diré y me limitaré a decir que donde vive la señal del celular desciende aparatosamente.

Imagine ahora, lector, que se introduce en una nueva dimensión, que sube a paso medio por unos escalones; al final, el olor a madera lo ubicará en una cabaña; sí, una especie de cabaña adecuadamente construida en un segundo nivel. Se encuentra usted en el estudio del pintor... Una habitación cálida, de sus paredes se desprenden múltiples referencias: literatura, historia, arte y política.

Si se le pregunta a Moisés Barrios de dónde ha salido todo aquello, se le ilumina un poco el rostro, hace memoria y ubica un momento de su vida, cuando todavía vivía en San Pedro Sacatepéquez, San Marcos: Moisés tiene 6 años. Falta un día para que asista por primera vez a la escuela. En la sala de su casa, su madre forra los primeros cuadernos que llevará a clases. Está a punto de suceder una revelación, “una revelación del color”, indica el artista.

La madre de Moisés ha tomado una hoja de papel pasante marca Papagayo que envuelve alrededor de un cuaderno recién forrado con papel periódico. Tras un lapso corto de tiempo y un poco de manipulación, la figura de un papagayo ha quedado insólitamente calcada sobre aquel cuaderno. Moisés, estupefacto, recibe el cuaderno, el papagayo, y empieza a darle color.

En el transcurso de la mañana del día siguiente, Moisés lleva varios papagayos coloreados en los cuadernos dentro de su bolsón. Sus compañeros preguntan ¿quién ha hecho ese o este otro papagayo? Moisés responde que ha sido él el responsable. A partir de entonces, el artista reconoce (ríe al hacerlo) que “pasaría toda la vida intentando convencer a todos los demás de que él es un pintor”.

Así, el suceso, esa ruptura, Moisés Barrios la redondea con varias referencias literarias. “Algo semejante”, dice, “a cuando Gregorio Samsa al despertar se encontró con que contaba con un par de alas enormes”, en el sentido kafkiano. O “en un lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...”, en el aspecto quijotesco.

Grabado anti-pop
Ahora Moisés tiene 17 años. Es el año de 1963 y acaba de mudarse a la capital. “A Guatemala iba de paso, yo iba a París. Todos los pintores vamos a París”, explica o bromea. También apenas ha conseguido su primer empleo en una casa de publicidad y ha logrado inscribirse en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP). No obstante, a clases acude muy poco, poquísimo. Dos días a lo sumo, a clase de grabado nada más. El maestro que imparte esa asignatura tiene por nombre Roberto Cabrera –un peso pesado de la plástica guatemalteca–.

Siendo mal alumno, Moisés presta atención únicamente a lo que Cabrera transmite. Son ideas literarias, sociales, políticas las que absorbe. Las clases de grabado le funcionan, al igual que a muchos de sus compañeros (Ramírez Amaya, Ixquiac Xicará), a manera de refugio.

Eran los años sesenta y parecía que internacionalmente al artista latinoamericano le correspondía obligatoriamente una responsabilidad más sombría. “El pop art, tan lleno de color y en auge, no encajaba con nuestro contexto. Lo más apropiado, para el artista latinoamericano, era trabajar las artes gráficas para que llegaran a las masas”, justifica Barrios, en retrospectiva, sobre el uso del dibujo y el grabado como proceso seriado ante “los años en que se comienza a tomar con cierta seriedad a los del conflicto armado”.

Explorador de la luz
A partir de 1970, Centroamérica experimenta los efectos del mercado y la llegada de las primeras transnacionales. A instancias de este fenómeno, se instalan gigantescas y poderosas agencias de publicidad. Moisés lo vive y sopesa la situación; decide trabajar como dibujante comercial para una transnacional en Costa Rica. Se siente con confianza; tiene recién cumplidos los 24 años. No sabía que le deparaban 8 años en territorio costarricense y un nuevo designio en sus inquietudes artísticas: la angustia, flirteando con términos existencialistas.

Para Moisés, esta época significa una primera depresión, una toma de conciencia más profunda sobre la represión que vivía Guatemala y una impotencia o desesperación que empezaba a reflejar en sus grabados que, poco a poco, técnicamente, exploraban la posibilidad de la luz en un intento impresionista.

De un momento a otro, Moisés resuelve dar por concluida su estancia en Costa Rica. Ha ahorrado lo suficiente como para mudarse a Europa y buscar, siempre reticente a postularse en una beca institucional, la mejora de su técnica como grabador por sus propios medios.

Nos encontramos en la antesala de otra ruptura para Moisés. El break lo fundamenta España, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Moisés se encuentra en el taller libre de grabado experimental. A su alrededor respiran infinidad de pubescentes españoles, con talento.

Es la década de 1970 y Francisco Franco tiene algo de ecuménico, hay censura, represión, y Moisés experimenta una paralización. Por su formación académica, se siente sin recursos teóricos suficientes, con responsabilidad de hacer algo, de decir algo. Se siente sobre todo latinoamericano. Lo único que le queda es investigar la neurosis del dibujo. Dibujar hasta la erudición y al resguardo folclórico de su raíces guatemaltecas. “Era casi caricaturesco, un conflicto de identidad bien jodido”, recuerda.

A punto de suceder la movida madrileña (1979-1980), Moisés aterriza en Guatemala. No lamenta la pérdida de aquel acontecimiento contracultural importante. Le basta lo aprendido. En su maleta de conocimiento arrastra el realismo mágico (Márquez, Carpentier, etc), un latinoamericanismo potente y una conciencia crítica avispada.

De nuevo en Guate
En los años 70, el general Romeo Lucas presidía Guatemala. El arte, explícitamente figurativo, se movía en ambientes subterráneos. Se hacía uso de cierta animalización para disfrazar la crítica puntual desde la plástica guatemalteca con respecto al gobierno militar.

Moisés, instalado en Guatemala, está terminando una serie de grabados con alusiones políticas. De España ha traído consigo un tórculo, herramienta fundamental que además dispone para uso de varios artistas. Allí transfiere la figura de unos monos (involución, soldados) y su crítica al régimen militar contagia. Aparece Luis Gonzáles Palma y junto a él, la constitución de la galería Imaginaria. La idea es original de Moisés y pronto, yuxtapuesto a los artistas que exponían en la galería, sería ubicado –más por los medios de comunicación–el grupo Imaginaria.

Volver a empezar
Años noventa. Han pasado casi 40 años desde que Moisés pintó por primera vez con seriedad un papagayo. En retrospectiva, se encuentra satisfecho con muchas cosas: de sus grabados, de sus exposiciones. No obstante, quedan aún vestigios de aquella primera sensación del color. Aquel “intentar convencer a los demás de que es un pintor”.

Con la mente en blanco, Moisés recorre la carretera hacia el océano Pacífico. Se dirige al puerto de Iztapa quizá con el pesar de haber crecido tan cerca del mar guatemalteco y nunca haberlo visto en realidad. Regresa, impresionado, al estudio y pinta. Empieza a pintar, a retomar el pincel, el lienzo. De alguna manera, vuelve a empezar. Compra una residencia, manda al diablo la publicidad, arma un nuevo estudio (la cabaña del segundo nivel), se casa, tiene una hija y se convierte definitivamente en pintor. Su trazo es excepcional.

Con una cámara en una mano y el pincel en la otra, empieza a trasladar la fotografía a la acuarela. Surgen varias series interesantes (Ilustración del Pacífico, Café Malinowski). Moisés aún mantiene la literatura, la crítica, la conciencia. Políticamente, Guatemala presenta la intención de firmar la Paz. Moisés atestigua todo y lo quiere integrar a su faceta de pintor. Pero ¿cómo? El New York Times daría la pauta al publicar el artículo A los guatemaltecos se les ha olvidado el principio de la Guerra. En él se hablaba de las compañías bananeras. Así, Moisés recupera el símbolo del banano y lo integra a la crítica histórica desde su trabajo pictórico. “Un homenaje, un tanto cínico, a la modernidad y a la idea de progreso (irónico) que vivió en algún momento Guatemala”, explica.

Moisés recurre a este tema. Lo ha hecho este año y parece que lo seguirá haciendo por algún tiempo. Su búsqueda parece ser la modernidad, la reflexión y un realismo simbólico que pueda al fin identificarnos. De ello habla justamente, claro, desde aspectos de la representación, las referencias literarias y los contextos antropológicos del arte y el paisaje contemporáneo de Latinoamérica.

Vigentes
Antes de que concluya el año existe la ocasión de contemplar parte de la obra reciente de Moisés Barrios, en dos exposiciones. Ambas parten de un interés puntual que caracteriza a Barrios: las costas del océano Pacífico guatemalteco.
Vías Fluviales (en la galería y centro de documentación El Áttico) presenta las costas del océano Pacífico, en grabado; y La Costeña (acuarelas) en la galería Panza Verde (Antigua Guatemala) con respaldo de Galería Sol del Río, de la capital.
Vías Fluviales se puede visitar en la 4a. avenida 15-45, zona 14. Y La Costeña en la 5a. avenida Sur #19 Antigua Guatemala. Ambas muestras concluyen el 16 de diciembre. Visite el-attico.blogspot.com y panzaverde.com.

“La fotografía, desde de la perspectiva de la pintura, permite explorar nuevos enfoques de la luz. El grabado presenta la posibilidad monocromática de un acontecimiento pictórico”

T. Oswaldo J. Hernánez ohernandez@sigloxxi.com
F. Cecilia Cobar. ccobar@sigloxxi.com