domingo, 1 de noviembre de 2009

La última defensa ante la deforestación


Sebastián Escalón recorre las comunidades que en Petén gozan de una concesión estatal para explotar los recursos del bosque. En su visita conoce las dos caras de la moneda: oportunidad para las comunidades y para el manto forestal, y el daño que causa la frontera ganadera y el narcotráfico.
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Desde la ventanilla del avión que me lleva hacia Flores el panorama es descorazonador. Al entrar a Petén, y dejar atrás los cerros de Alta Verapaz, un desierto verde se extiende hasta el horizonte.

Lo que hace pocos años fue una selva exuberante, provista de una de las mayores biodiversidades del mundo se ha convertido en un interminable pastizal, entrecortado por ríos, ya sin caudal y restos de bosque que hablan del desastre que ocurre en el mayor departamento del país.

Al sur del río de La pasión, aparece una inmensa mancha verde oscuro que forma una figura geométrica perfectamente delimitada: es una plantación de palma africana.

En Guatemala el bosque pierde cada año más de 70 mil hectáreas, según el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (Conap). La mitad de las 2 millones de hectáreas que forman la reserva de la Biosfera Maya ha sido devastada y está ocupada por inmensas fincas ganaderas ilegales, muchas de ellas en manos de narcotraficantes. Ante esta desoladora perspectiva me es imposible imaginar que volveré de este viaje a Petén, al que fui invitado por la ONG ambientalista Rainforest Alliance, con cierta dosis de optimismo.

Estoy por conocer cómo trabajan las concesiones forestales comunitarias de Petén, un modelo único, creado en Guatemala, de explotación sustentable del bosque. En éste los habitantes de las comunidades se hacen responsables del manejo y la conservación de la naturaleza, y a cambio, se benefician de algunas de sus riquezas.

Las concesiones están situadas dentro de la Reserva de la Biosfera Maya, en la llamada zona de usos múltiples, la cual permite la extracción razonable de productos forestales. Si todavía existe selva en Petén, es en gran medida gracias a estas comunidades que han sabido protegerlo.

Su historia es bastante atribulada. Cuando la Reserva fue decretada en 1990, varias comunidades forestales quedaron dentro de sus límites. Éstas tuvieron que luchar largos años para obtener el derecho a seguir explotando los recursos del bosque. Las concesiones forestales fueron otorgadas por el Estado, por medio de el Conap, a partir de 1997. En total se autorizaron 10 concesiones, de las cuales dos fracasaron al no cumplir adecuadamente su parte del contrato con el Estado. Aun así, casi medio millón de hectáreas de bosque están en manos de las comunidades.

Según Macedonio Cortave, director de la Asociación de Comunidades Forestales de Petén (Acofop), que agrupa a todas las concesiones, éstas benefician directamente a 15 mil personas.

Aterrizo en el aeropuerto de la ciudad de Flores y me recibe Juan Trujillo, uno de los líderes comunitarios que en los años 90 hizo posible estos proyectos. Ahora trabaja para Rainforest Alliance ayudando a las comunidades a exportar el xate, una palmera cuya hoja es muy utilizada en floristería.

“Hoy vamos a ver las concesiones de Uaxactún y Árbol Verde, que están entre las mejor protegidas y las que mejor funcionan. Mañana iremos a Carmelita para que vea las dos caras de la moneda”, me anuncia Juan, originario de Carmelita, comunidad localizada en el municipio San Andrés, Petén.

Una explotación racional del bosque
La primera etapa del recorrido junto a Trujillo es la tienda de muebles de la cooperativa Árbol verde, en donde nos recibe Juan Funes, su director. Su concesión tiene un área de 65 mil hectáreas situadas entre los parques de Tikal y Yaxhá. Árbol verde se dedica básicamente a la extracción de madera: caoba, cedro machiche y santamaría.

Esta se hace según reglas muy estrictas. Cada año, la comunidad debe revalidar la certificación FSC (Forest Stewardship Council / Consejo de Administración Forestal), que demuestra que la explotación maderera es sustentable y no pone en peligro el medio ambiente. Para esto la comunidad debe traer a un experto, quien decide si la concesión está bien manejada.

Sus criterios son numerosos. Por ejemplo, la cooperativa debe respetar un plan de explotación que sólo les permite talar un árbol por hectárea cada 40 años. Además, está prohibido talar a menos de 150 metros de un río o próximo a los sitios arqueológicos desperdigados por la selva, entre otras reglas.

Árbol verde debe también evitar la tala ilegal, las invasiones y los incendios. Para lograrlo gasta Q400 mil anualmente. Nueve vigilantes patrullan constantemente y una garita de control cierra el paso de la ruta que penetra en el área. Estas medidas hacen de la concesión una de las mejor conservadas.

“En Árbol verde estamos superpoblados de jaguares. Un estudio de Wildlife Conservation Society (Sociedad para la conservación de la vida salvaje) mostró que tenemos hasta 12 por cada 100 km2”, dice con orgullo Funes.

Beneficios sociales en Uaxactún
Seguimos nuestro camino. Dejamos atrás Tikal y nos adentramos en la selva por una carretera de terracería. Nuestro destino es la población de Uaxactún, famosa por su sitio arqueológico y su espléndido observatorio astronómico desde el cual los Mayas estudiaron el paso de los equinoccios y los solsticios.

Benedín García, líder histórico de la comunidad y presidente de la cooperativa OMYC (Organización, Manejo y Conservación) nos recibe. Uaxactún tiene 1,600 habitantes, de los cuales 85% son beneficiados por la cooperativa. La actividad principal de OMYC es la exportación de madera, explotada según las mismas exigencias que en Árbol Verde. Pero, además, aquí se explotan el xate, la pimienta gorda (una pequeña fruta de la cual se extrae un aceite esencial), y el chicle (la savia del árbol del chicozapote con la que se fabrica goma de mascar natural). También hay una zona de la concesión reservada a la cacería deportiva de pavos.

Pero de acuerdo con Benedín esto es sólo el principio: “Calculamos que para darle empleo al 100% de nuestra población, y así eliminar del todo las actividades agrícolas que puedan dañar el bosque, necesitamos un mínimo de 20 proyectos. Esperamos que para 2012 lo hayamos logrado”.

Para alcanzar sus metas, la cooperativa quiere promover el turismo ecológico y montar una carpintería para darle uso a la madera que no califica en el mercado internacional.

Gracias a la cooperativa varios jóvenes están cursando carreras técnicas en los alrededores de Flores. Siempre que vuelve un nuevo profesional, la comunidad siente que se consolida y que depende menos del exterior. “Nuestra visión es desarrollar las capacidades locales. Por eso, lo poco que obtenemos como ganancia lo reinvertimos en infraestructura, salud y educación. Imagine si sólo trabajáramos para un contratista, o fuéramos peones en una finca, ¿qué oportunidades para mejorar tendríamos, qué les enseñaríamos a nuestros hijos?”, dice enfáticamente el líder comunitario.

Los salarios que paga la cooperativa son bastante elevados para el área rural. Por ejemplo, un buen xatero en Uaxactún puede ganar hasta Q100 diarios. El salario mínimo rural es de Q52 diarios, pero en muchas fincas, el jornal, trabajo agotador de sol a sol, no pasa de los Q30, sin la comida.

¿Parques nacionales o concesiones?
Además del beneficio social las concesiones traen un claro beneficio ecológico. En la Reserva de la Biosfera Maya las concesiones están mejor conservadas que los parques nacionales, como lo muestran estudios realizados por Rainforest Alliance. Todos los líderes comunitarios concuerdan en que, si el área de la Laguna del Tigre se hubiese dado en concesión en vez de convertirla en parque nacional, la ganadería y las invasiones no hubieran destruido lo que fue uno de lo más bellos y valiosos humedales de Mesoamérica.

El Estado, al decretar parques naturales sin tener los recursos para defenderlos, no le hizo ningún bien al bosque. Estos resultaron ser las zonas más vulnerables, vigiladas por un puñado de guardarrecursos mal equipados, mal pagados, sin ningún respaldo por parte del sistema judicial, e incapaces de impedir las agresiones.

En cambio en las concesiones, el impacto ambiental que pueda tener la explotación moderada del bosque está ampliamente compensado por el control que ejercen las comunidades. Ejemplo claro de esto son los incendios forestales. “Cuando hay un incendio en un parque nacional, hay que esperar a que el Gobierno pague para que alguien venga a apagarlo. Pero si ocurre en una concesión, te puedo asegurar que el 80% de la comunidad corre a apagarlo porque sabe que se está quemando su xate, su pimienta y su chicozapote”, comenta Juan Trujillo.

El modelo de concesiones comunitarias es tan original e interesante que personas del mundo entero vienen a informarse de su funcionamiento para intentar reproducirlo en sus países. Pero también podría implementarse en otras partes del país. Según Omar Samayoa, de Rainforest Alliance, “podría haber concesiones en la Sierra del Lacandón o en la Sierra de las Minas. También en Quiché y Alta Verapaz hay remanentes de bosque que podrían dar lugar a concesiones más pequeñas”.

La otra cara de la moneda
No todo es lindo en las áreas concesionadas. En nuestro segundo día en Petén, Juan Trujillo me lleva a Carmelita, a unos 80 kilómetros de Flores, la otra cara de la moneda.

Carmelita es conocida por ser la puerta a El Mirador. El viaje en mula de dos días que permite llegar a esta mítica ciudad Maya (fronteriza al norte con el estado mexicano de Campeche) empieza en esta comunidad, fundada en 1925 por un grupo de chicleros. Carmelita tiene 329 habitantes y goza de una concesión forestal de un poco más de 50 mil hectáreas.

¿Por qué representa la otra cara de la moneda? El área está manejada con los mismos criterios que las otras concesiones. Aquí también se invierten los beneficios de la cooperativa en educación, al becar a los hijos de los socios, o en salud, llevando a todo aquel que se enferme hacia los hospitales de la cabecera petenera.

El aserradero, con su maquinaria nueva, la bodega de xate y las oficinas de la cooperativa muestran que las cosas funcionan razonablemente bien. Además, conversar con los líderes del proyecto, como el joven Carlos Crasborn es todo un placer. Este maestro de 27 años, quien fue nombrado por segunda vez director de la cooperativa, representa el relevo de los que iniciaron el proceso.

Pero Carmelita tiene un problema: la frontera ganadera ha llegado a sus puertas. El panorama que observamos en el camino hacia el poblado habla por sí sólo: las fincas suceden a las fincas. Sospechosas propiedades ganaderas en donde un número ridículamente bajo de vacas se cuecen bajo el sol. Inocentes rumiantes que ni siquiera son parte del negocio.

Juan Trujillo me explica cómo se ha ido desforestando la Reserva de la Biosfera Maya. Esquemáticamente sucede así: un grupo de campesinos, muchas veces manipulado por narcotraficantes, invade un área selvática, tira el bosque abajo y siembra maíz. Cuando la tierra se agota, al cabo de un par de años, los campesinos venden esas tierras a terratenientes, quienes las convierten en fincas que permiten el lavado de dinero. El grupo campesino repite entonces el proceso en otra parte.

Antes de llegar a Carmelita, pasamos por las concesiones forestales fracasadas de San Miguel La palotada, La pasadita, y La colorada. En éstas largos cercos de alambre de púas, que delimitan las fincas ilegalmente tomadas, dan testimonio de su fracaso.

Macedonio Cortave, director de Acofop, me explica lo que les pasó: “Estas concesiones fueron dadas con defectos. Su área era muy pequeña, situada en zonas con bastante intervención agrícola. Además, la cultura de estas comunidades es distinta a la nuestra. Es gente de oriente y occidente, con una visión agrícola de tumba y quema.” Para colmo, algunos de sus líderes fueron los primeros en vender ilegalmente tierras. El Conap acabó rescindiendo dos contratos de concesión y puso dos más en observación, medidas simbólicas, ya que el Estado no se ha dado a la tarea de desmontar las fincas ilegales.

Puesto de control militar
Sin embargo, en el camino a Carmelita nos topamos con algo que podría reflejar un cambio de actitud de las autoridades: un puesto de control en el que nos cierran el paso un grupo de militares acompañados por policías y un guardarrecursos de Conap.

Este puesto fue construido hace poco más de un año. Aquí se le cierra el paso a todo aquel que pretenda introducir ganado, alambre de púas o combustible para hacer quemas. El puesto, por precario que parezca, ha logrado en cierta medida detener las invasiones. “Aquí lo único que la gente respeta es al Ejército,” comenta Juan Trujillo.

Nos identificamos, y nos abren el paso.

Para la comunidad de Carmelita este puesto de control ha supuesto un alivio. Antes de su aparición la población tuvo que enfrentar varios intentos de invasión. Esto supone ganarse enemigos y no es bueno tener enemigos en estas tierras de narcos. “Muerto el perro, se acaba la rabia”, es la frase que mejor describe cómo se resuelven los conflictos por estas tierras.
La presión ganadera también ha provocado tensiones muy serias en el seno de la comunidad, tal y como me lo explica Carlos Crasborn: “Cuando hay invasiones la gente agarra, supongamos, una caballería de terreno, y la vende por Q90 mil. Eso es mucho dinero, ganado con poco esfuerzo. En nuestra comunidad algunos quisieran hacer lo mismo. Nosotros hemos tenido que impedirlo, y algunos se lo han tomado como algo personal”.

Carlos, nativo de Carmelita, procura no desplazarse por su pueblo a pie. Juan Trujillo no vive más allí, las notas anónimas que recibió fueron claras y repetidas. A Carlos Catalán, otro de los líderes de Carmelita, lo mataron en 1997, a inicios del proceso.

Demasiada presión
Miro por la ventanilla del avión que me lleva de vuelta a la capital, pienso en la frágil esperanza que representan estas comunidades: la de ponerle coto al desierto verde que avanza sobre la selva petenera. ¿Podrán las concesiones forestales hacer frente a las amenazas y seguir siendo la última defensa del bosque petenero?

“Confiamos en que, mientras las concesiones provean de bienestar tanto a nuestros pobladores como a los de las zonas aledañas, la misma gente luchará por defender el bosque que queda. Sin embargo, vamos a necesitar respaldo. Necesitamos que el Gobierno tenga sus instituciones fuertes en el área. Necesitamos también que todos los guatemaltecos valoremos la Reserva de la Biosfera Maya y la cuidemos. De otra forma, nosotros solos, difícilmente podremos resistir a tanta presión”, concluye Macedonio Cortave.

T. Sebastián Escalón, sebastianescalon@hotmail.com
I. Alejandro Azurdia, aazurdia@sigloxxi.com

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