José Luis Escobar se adentra en las aguas de una nueva y prometedora iniciativa para rescatar la historia precolombina: la arqueología subacuática. Lo guían un buzo experimentado y dos investigadoras.Seguir leyendo...
“Vamos a mostrar fotografías de las estructuras que han sido identificadas en Samabaj, las cuales tienen dos mil años de estar sumergidas en el lago de Atitlán”.
La arqueóloga Sonia Medrano habla de la intención de la charla que dará el próximo jueves en el Museo Popol Vuh (lea Era una isla).
En la invitación que giró el museo para esta actividad vi la imagen de una olla que yace en el fondo del lago; la nítida fotografía es sólo una de las imágenes que se proyectarán en la conferencia.
“Es una oportunidad para conocer la riqueza de este sitio arqueológico”, dice Sonia, al explicarme que una visita al complejo, a diferencia de los localizados en tierra, requiere de una certificación de buceo, de equipo para realizar las inmersiones, de un vehículo acuático y de conocer la ubicación exacta de la decena de construcciones hasta ahora identificadas.
“No es como visitar Quiriguá o Kaminal Juyú; de alguna manera sabemos que las tenemos cerca y que estarán ahí el día que decidamos conocerlas. Samabaj no está a la vista”, dice la responsable del levantamiento planimétrico del sitio. Su trabajo es el primero de su tipo realizado en el país (lea Estudios previos).
“Somos pioneros; estamos abriendo una nueva rama de la arqueología, que es la subacuática, y creo que en Guatemala hay un gran potencial para ello”, resal-ta el buzo Roberto Samayoa Asmus, quien descubrió el lugar en una de sus frecuentes inmersiones.
“En el transcurso de los últimos 20 años he buceado todas las orillas del Atitlán y he notado variaciones en el fondo, especialmente entre los 90 y 100 pies de profundidad”.
Las primeras observaciones de Roberto sucedieron a principios de los años 90; la fecha coincide más o menos con sus inicios en el buceo, una actividad que para él es un ritual de los fines de semana.
“Me fui dando cuenta de que el lago tenía diferentes niveles, como gradas. Poco a poco, con la lógica y el sentido común, di con una esquina de muros, que tenían cierta correlación. En un momento determinado encontré una estela erguida y enfrente de ella un plato ceremonial, del Período Preclásico. Fue entonces cuando supe que estaba en un asentamiento prehispánico. Inmediatamente notifiqué al Instituto de Antropología e Historia para gestionar los permisos y tra-bajar en el lugar para registrar las piezas”, indica el principal gestor de los proyectos de rescate y conservación del complejo sumergido, y del Museo Lacustre de Atitlán, ubicado en el interior del Hotel Posada de Don Rodrigo. En este último, desde el año 2000, se exhiben las piezas encontradas por Roberto y otros buzos.
“Trabajé en la clasificación de las piezas de cerámica expuestas en el museo lacustre para determinar a qué período pertenecían”, recuerda Adriana Linares. Ella determinó que había de los tres períodos de la civilización maya. Ahora, la arqueóloga asiste a Roberto y a Sonia en los nuevos trabajos del proyecto de Samabaj.
Nuevos retos
“Lo interesante de Samabaj es que nada está enterrado. Trabajar en el lugar me ofreció una experiencia que no se tiene en la superficie, en donde primero hay que excavar para descubrir las estructuras. No hay montículos; lo que se ve son vestigios de diferentes construcciones, residenciales, sobre todo. Aunque hay una capa de sedimentos, acumulada en el centro del lugar en los últimos dos mil años, se puede apreciar mucho más de lo que se vería si el sitio hubiera sido encontrado en tierra”, indica Sonia, quien tuvo que modificar su experiencia como arqueóloga terrestre para alcanzar los mismos resultados, pero bajo el agua.
Rodeada de los documentos que usó para trazar los planos de Samabaj, la arqueóloga confiesa que profesionalmente los trabajos en el sitio le cambiaron rotundamente su esquema de trabajo.
“Siempre he participado en proyectos que están arriba del nivel del mar. Tanto Adriana Linares (arqueóloga asistente) como yo tuvimos que aprender a bucear e ingeniarnos la manera de hacer el plano del sitio. Fue necesario replantear nuestras técnicas para obtener los resultados, contando únicamente con media hora de inmersión diaria”.
Los trabajos de mapeo duraron de agosto de 2008 a marzo de este año. En ese período se destinaron cuatro meses para realizar aproximadamente 30 visitas a Samabaj. El tiempo total que permanecieron en el fondo (a unos 20 metros) fue alrededor de 8 horas.
Hace una semana los tres hicieron una pausa en su agenda para recibirme, y por un momento dejaron el trajín de los informes que preparan, tanto para la comunidad científica como para sus financistas, entre ellos la Fundación Reinhart, de Suiza.
Si bien este equipo de buzos acaba de terminar su fase de investigación, no pasará mucho tiempo antes de que se coloquen nuevamente las caretas y los tanques de oxígeno. Me cuentan que una segunda fase les aguarda, y que la misma se iniciará en febrero del próximo año. Esta vez se sumergirán con nuevo equipo, especial para remover el sedimento que cubre algunos puntos de Samabaj.
Sonia y Adriana indican que durante la primera etapa del trabajo subacuático fue vital la experiencia de Roberto, quien facilitó los datos para un primer plano, trazado inicialmente en papel y luego calcado en plástico. Una vez en el fondo los sistemas de medición y de ubicación dieron forma a esos dibujos, y las simples ruedas o rectángulos de referencia adquirieron dimensiones y fueron contabilizados.
“Bajo el agua no se pueden usar los metros (de banda metálica que se enrollan) que habitualmente se ven en las construcciones. Lo que nos ayudó a medir las estructuras y los monumentos fue una regla expandible, como las que usan los carpinteros, pues era más resistente a las corrientes del lago”, apunta Roberto al indicar que la brújula le señaló que la mayoría de los vestigios está orientada de este a oeste. “El módulo principal, que está atrás de una estela, está de este a oeste, y el monolito ve hacia el sur”.
Samayoa refiere que no se trata de formaciones naturales, pues es posible apreciar la intervención del hombre; y en el caso de los monumentos tallados (las estelas una vez estuvieron pintadas) se ha comprobado que están formados con rocas que no son originarias del lugar.
“Ayudó mucho que Roberto ya hubiera tomado fotos y videos. Con Adriana vimos detenidamente ese material y logramos hacer un bosquejo en plástico, porque necesitábamos sacarlo de debajo del agua. La guía de Roberto y el mapa fueron muy útiles, porque durante los meses que hicimos las inmersiones (en época de invierno) la visibilidad era corta. Sin embargo, el campo visual era como de metro y medio en los mejores momentos”, detalla Sonia, anunciándome que ya no es conveniente que les haga más preguntas. “Dejemos un poco para que la gente asista a la conferencia”, me dice.
VARIAS TEORÍAS
Hace 2 mil años que el nivel del lago de Atitlán subió, y al parecer fue algo repentino. Atitlán es de origen volcánico, producto de una fosa magmática que se secó y que al cristalizarle impermeabilizó el suelo, favoreciendo la retención del agua.
El sitio arqueológico de Samabaj se encuentra sobre esta topografía, rodeado por cortes que descienden hasta los 80 metros de profundidad hacia el Sur, y hacia el Norte se extiende por más de 100 metros de profundidad. Para el momento que estuvo expuesto a la superficie, el sitio arqueológico fue una isla frente a la playa sur del lago.
Samabaj no es un caso aislado. Roberto Samayoa refiere que las aguas guardan otros sitios, no tan grandes como el que descubrió. “Hemos ubicado por lo menos tres lugares ajenos a Samabaj, con restos de edificios sumergidos. Pero para evitar que sean saqueados preferimos no revelar su ubicación exacta”.
Los trabajos recientes, si bien ayudan a clarificar el trazo urbano de Samabaj, también conllevan muchas preguntas, especialmente para los geólogos, que aho-ra deben explicar qué pudo provocar una súbita subida de las aguas, teoría que se presenta como la más sólida, pues los hallazgos no apuntan a una destrucción o abandono del lugar.
“Es un evento que, como arqueóloga, no puedo explicar. Lo que proponen los geólogos es que una erupción volcánica pudo cerrar la salida de agua del lago, que qui-zá era un río”, indica Sonia Medrano.
Otra propuesta, dice, es que un nuevo volcán quiso surgir, pues el sonar detectó un levantamiento en el suelo, creando una especie de domo. Y un tercer planteamiento sugiere que grandes derrumbes ocurrieron, quizá provocados por actividad volcánica o telúrica, y que tales desprendimientos arrojaron uno o varios cuerpos grandes al lago, lo que provocaría también una rápida subida de nivel.
“Pero un evento tan violento hubiera dejado una marca, resultado de una ola gigante (tipo tsunami) que habría destruido a Samabaj”, dice la arqueóloga al en-listar las posibles explicaciones detrás del aumento del nivel del agua, la que transformó el panorama del lugar, sumergiendo las pequeñas islas que una vez hubo en Atitlán.
ERA UNA ISLA
Samabaj, un sitio sumergido en el Lago de Atitlán es el nombre de la conferencia que impartirá la arqueóloga Sonia Medrano, integrante del Proyecto Arqueológico Sa-mabaj. La actividad se realizará en el auditorio de la Universidad Francisco Marroquín, el jueves 24, a las 6:30 p.m. La contribución es de Q20 (Q10 para estudiantes con carné).
Samabaj es una palabra híbrida que recoge las primeras letras del apellido del descubridor del sitio arqueológico y el vocablo Abaj, que en maya significa piedra. “En otras palabras, es la piedra de Samayoa”, explica la arqueóloga Sonia Medrano.
“No era una ciudad”, dice Sonia; “más bien era una aldea, porque ciudad abarca un concepto mayor al que ofrece Samabaj, la cual tiene unos 400 metros de ancho por 350 metros. Era una isla a orillas del lago, de forma algo cuadrada, parecida al Cerro de Oro”.
Los trabajos en Samabaj han permitido determinar que el sitio cuenta con expusieron tres grupos habitacionales los cuales fueron levantados topográficamente .
El Grupo 1 se define por una sola evidencia de basamento estructural, que por sus dimensiones se asocia a un patrón habitacional. Sus muros son trazados por piedras muy bien canteadas y orientadas. La forma que prevalece es geométrica/cuadrada, aunque pierde a veces su forma por el movimiento de algunas de éstas en el transcurso del tiempo.
El Grupo 2 está comprendido por ocho estructuras. De ellas, las Estructuras 1 y 2 se encuentran casi en forma paralela y muy bien definidas por un contorno de piedras apiladas una tras otra, formando entre ellas un corredor. La Estructura 5, junto a la 2, es la más grande de todas, se encuentra muy bien alineada con piedras canteadas.
El Grupo 3 consiste en una estructura más prolongada que las otras, con dimensiones que la colocan fuera de un contexto puramente habitacional. Esta, a su vez, se encuentra con derrumbes en sus cuatro ángulos, provocados por el oleaje en el momento de que fue quedándose hundida. Lo que se presume es una escalinata se aprecia en esta estructura, la que posee una longitud de 25.8 m de norte a sur x 9.20 m de este a oeste.
Otro elemento que enriquece la complejidad de este sitio es la presencia de monumentos tallados, como la estela lisa que se encuentra al este de la Estructura 1. Se llama Monumento 1 y es un fragmento basáltico tallado de 1.20 m de alto por 60 cm de ancho. Se encuentra sostenido por una espiga, que la apuntala en su parte oeste, dejando expuesta una cara que posee tres cortes, los cuales asemejan a una navaja prismática de obsidiana.
MAYAN BLUE
“La arqueología subacuática está orientada al hundimiento de barcos y a recuperar sus tesoros. Son muy pocas las ciudades que están bajo el agua, como Alejandría (Egipto) y Cesárea (Israel). En Samabaj no hemos tenido mucha ayuda de esta ciencia, como tal.
Sí usamos los mismos conocimientos pero al aplicarlos a un sitio arqueológico estamos hablando de algo nuevo. Es la primera vez que se hace un trabajo planimétrico de un complejo sumergido. Y el próximo paso contempla la primera excavación subacuática que se hará en el país”, indica Sonia Medrano.
El Proyecto Arqueológico Samabaj no ha pasado desapercibido; lo han divulgado con anterioridad (1999 y 2000) en el Simposio de investigaciones arqueológicas en Guatemala, y, también ha sido incluido en un documental que se estrenará el próximo año.
“Lo está realizando la productora Standoff, y el documental se titula Mayan Blue. Tratará todo lo relacionado con el agua y la cultura maya. Considero que el material será de gran beneficio turístico para los poblados de Atitlán, y esperamos que contribuya al rescate del lago y para que la gente valore la cultura alrededor de él, tanto las manifestaciones actuales como la heredara por sus antepasados”, dice Roberto Samayoa.
Según la productora el documental durará 2 horas. “En el corazón de la cosmovisión Maya existen los cenotes, entradas al inframundo. Es en estos laberintos de túneles, en lo profundo de la oscuridad de Xibalbá, donde algunas leyendas cobran vida. Mayan Blue explora la historia de Yucatán y de las regiones a su alrededor, mostrando vistas únicas del paisaje acuático de la región. Desde la selva yucateca hasta los picos de la ancestral Guatemala, Mayan Blue toma la visión a través de mundos nunca vistos”, dice la sinopsis del documental.
ESTUDIOS PREVIOS
En 1930 se hizo la primera investigación arqueológica de los alrededores del lago de Atitlán. La siguiente, en 1993, fue realizada en el norte del lago, en San José Chacayá. “Ambas fueron terrestres”, apunta Sonia.
“En 1994 hubo una investigación subacuática, llamada Proyecto Agua Azul; quienes participaron en él no conocían de Samabaj y usaron parámetros diferentes de los nuestros para hacer su trabajo, el cual abarcó la parte sur del lago, de Santiago Atitlán a San Lucas Tolimán. Ese fue el primer proyecto arqueológico subacuático en Guatemala; duró un mes, pero por razones que desconozco no continuó”, cuenta Sonia, quien recuerda que de la investigación se desprendió un documental que fue proyectado en la televisión local.
En dicho trabajo sólo se mencionó que hubo hallazgos en ciertas partes del lago y se hicieron unos reconocimientos en tierra, pero se habló del potencial arqueológico de Atitlán, pues se encontraron vasijas desde el Preclásico hasta el Postclásico.
En 2007 se hizo un reconocimiento con sonar, para confirmar los lugares en que se habían visto algunas estructuras. Esta información es la que permitió a las arqueólogas Medrano y Linares hacer el trabajo planimétrico de Samabaj.
“Sin el trabajo del sonar no hubiéramos podido hacer ningún diseño de investigación. Nosotras no íbamos a hacer descubrimientos porque ya estaba claro en qué lugar estaban las estructuras, Roberto las conocía perfectamente; lo que requirieron de nosotras fue la realización de un registro exacto para poder trasladar esa información a otros arqueólogos e historiadores, y también a los geólogos, porque la existencia de Samabaj confirma que hace 2 mil años el nivel del agua en el lago era, por lo menos, 100 pies menor”, dice Sonia Medrano, (lea: Varias teorías).
T. José Luis Escobar. jescobar@sigloxxi.com
F. Roberto Samayoa Asmus
domingo, 20 de septiembre de 2009
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