domingo, 6 de septiembre de 2009

Bolonia 1897

Ópera al Nuevo Mundo*
Humberto Preti
Enzo Lamberti caminaba lentamente por los Arcos de la Vía Zamboni, en Bolonia, la mañana era fría, el invierno aún no empezaba, pero desde los Alpes los prematuros vientos gélidos cruzaban los campos de trigo de los valles de la región Emiliana.
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Sus pensamientos se entrelazaban uno a uno, la decisión estaba tomada, sus dedos se arrastraban por las rojas paredes de ladrillo salido de los barriales de la región toscana. No sabía si sentarse, si correr, una tremenda ansiedad lo invadía. El futuro era posible, pero no tenía certeza de cómo lograrlo. Caminó a la estación del tren, que en 15 minutos estaría sonando su silbato para emprender el camino hacia el Puerto de Génova.

Italia ya no le ofrecía oportunidades. Él, como barítono, sin conexiones ni dinero no podría llegar al conservatorio y menos a tener oportunidades de triunfar en la música. Su aldea nativa —Crevalcore— era una colección de casas dispersas entre trigales y arroceras. En aquel ambiente rural, en ocasiones, él hacía oír su voz, cadenciosa, y al mismo tiempo fuerte y armoniosa, con carácter pero a la vez acariciadora. Cuando esto pasaba, todo el vecindario dejaba -por segundos- sus arduas tareas, para oír al émulo de Stefano Manzini. Todas las damiselas del lugar, durante sus caminatas vespertinas en Reggio Emilia, se le acercaban y le decían:
“Enzo deberías de ir a la Scala”, él hacía guiños y sonreía, acariciando ilusiones y alimentando sueños, que su padre deshacía en segundos.

—Aquí el trabajo en la arrocera es lo único que vale, los cantantes se mueren de hambre pues los sueños no dan de comer —vociferaba Don Fridolino Lamberti, con una voz gangosa quien padecía una carraspera crónica, la que después se supo originaría un cáncer que lo llevó a la tumba.

Crevalcore, Emilia Romagna, 1896
El trabajo en la arrocera era duro, los hombres segaban y aporreaban, mientras las mujeres escogían los granos negros o quebrados; ya se oía de algunas arroceras en el Piamonte y en Lombardía donde se usaban máquinas marca Buller —alemanas— para separar la granza, pero éstas aún no llegaban a Crevalcore, aquí se aporreaba en una batea de madera.

Enzo era robusto, tendiendo a gordo, aunque de buena estatura, el trabajo se le hacía pesado y sus sueños inconclusos de artista lo hacían más pesado. Los salarios eran de hambre y los inviernos insoportables, las cosechas se daban durante el otoño pero los trabajos se prolongaban hasta que las temperaturas bajas y la nieve volvían inhabitables los graneros.

Guissepe Conti era un joven nacido en Bolonia, inquieto de su edad, llegaba a Crevalcore con el tren de carga a recoger arroz y siempre insistía.
—La vida es mejor en América que aquí, yo me iré tan pronto pueda —todos lo oían y todos soñaban con el fantasma del oro de California y una vida diferente, mejor.
Después de la jornada, algunos de los jóvenes se juntaban en una taberna llamada “La Trattoria de Leo”, entre ellos, Aldo Bonatti quien tocaba la mandolina, Roberto Calvi, el piano, Italo San Remo, el bajo, y, ocasionalmente, llegaba Giovanni Pissano, a tocar el violín, también participaba Lucía Como, quien era soprano, Ugo Torcelli, un tenor, Guissepe era el bajo y por supuesto Enzo, el barítono. Después de tomar unos buenos litros de Lambrusco, el vino de la región emiliana, se improvisaba la ópera, a veces se interpretaba de una forma entonada con gran maestría, Lucía di Lamermoor, otras La Traviatta y, en ocasiones, Aída. Los días sábados y domingos siempre la trattoria estaba a reventar, el pueblo se volcaba a oír a aquellos espontáneos pero coordinados músicos, que sin recursos técnicos interpretaban con habilidad a los grandes de la ópera italiana.

La trattoria era un salón grande en una vieja casa del siglo XVII, donde se notaban, aunque descuidadas, las columnas imitación romana. Las paredes estaban llenas de gobelinos alusivos a la época del Renacimiento y en las paredes de fondo un fresco sin firma, que Tristano, el rechoncho dueño del lugar, insistía era de Leonardo da Vinci. Nadie se lo discutía, todos lo dudaban, pero las características de algunas pinceladas podrían hacer creer tal aseveración. Las mesas redondas, con el clásico mantel de cuadros blancos y rojos, la botella de Lambrusco con una candela y los saleros de cerámica toscana, le daban un toque romántico y acogedor.

*ESTE ES UN FRAGMENTO DEL PRIMER CAPÍTULO DE ÓPERA AL NUEVO MUNDO, UNA NOVELA DE HUMBERTO PRETI (GUATEMALA, 1948) QUE LA EDITORIAL LETRA NEGRA PRESENTARÁ ESTE JUEVES 10 DE SEPTIEMBRE, A LAS 6:30 P.M., EN EL SALÓN LUIS CARDOZA Y ARAGÓN DE LA EMBAJADA DE MÉXICO (2A. AVENIDA 7-57, ZONA 10).

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