domingo, 30 de agosto de 2009

Ay, ¡qué bonito el cuadro... !



Es común asociar el paisaje con una reproducción de la naturaleza. José Luis Escobar indaga en los motivos que forman esa preconcepción del paisajismo y conoce los roces de este discurso con el arte conceptual.
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¿Cuántas pinturas con buganvilias y calles empedradas ha apreciado? ¿Cuántas fotos (enmarcadas o en facebook) que ha visto tienen como fondo el arco de Antigua o el lago de Atitlán?

Sin importar si es una acuarela, un óleo o una fotografía, cuando visito otras casas o estoy en las salas de espera el paisaje es una constante en el decorado. ¿Es esto una peculiaridad de paisajismo chapín?

En lo que va del año, alrededor del paisaje se han organizado retrospectivas, homenajes y talleres de fotografía. El festival de Foto30, que se inicia el próximo mar-tes, cuenta por primera vez con un equipo curatorial y el tema que sus miembros observaron también está relacionado con el paisaje.

¿Qué tiene el paisaje que nos seduce tanto?¿Por qué entre los pintores y los fotógrafos no muere el interés por este tipo de obras?

Despejar estas incógnitas me llevó a libros, revistas especializadas, a leer por lo menos una tesis y a charlar con tres peritos en arte. Este es un repaso por el paisajismo en el país y cómo la visión contemporánea replantea los elementos que lo componen.

“Toda esa pintura paisajista que se ven a las orillas de las carreteras y que incluso se vende firmada definitivamente es arte, no voy a negarlo, además, hay unas obras en las que se aprecia una destreza excepcional, pero a mi criterio, están fuera de tiempo”, expone el doctor en arte Miguel Flores, señalando que hay algunos pintores que sí dan el salto y dejan el concepto del paisaje idílico.

Flores, junto a Amílcar Dávila y Alejandro Paz, forma parte del grupo de curadores de Foto30. Las fotografías que acompañan esta nota pertenecen a este festival.

“El paisaje tiene hoy mayor amplitud. El cuerpo humano es una forma de paisaje, el registro paisajístico lleva a otras metáforas, más allá de lo obvio y académico”, cita el documentalista en arte Guillermo Monsanto.

¿Y la naturaleza?
Ninguno de expertos con quienes hablo demerita el valor del arte popular. La pintura y la fotografía están ligadas al paisaje. La primera nos remite a las escenas campestres, pero la segunda nos puede llevar a numerosos parajes, como lo apreciará en las diferentes exposiciones de Foto30.

Montañas, lagos, flora... ¿qué pasa cuando estos elementos a los que estamos acostumbrados son sustituidos, reinterpretados, abstraídos o modificados.

¿Es paisaje un cuadro que plasma a los autos en las horas pico, y que tiene como fondo a los edificios de la Zona Viva o del Centro Histórico?

¿Colgaría una foto de la basura que contamina el lago de Atitlán junto a esa otra en donde se ven sus tres volcanes majestuosamente reflejados en las aguas?

Se lo pregunto porque el concepto que tiene de paisaje quizá no sea el que encuentre en las muestras que Foto30 ha preparado.

“Es muy significativo que la primera fotografía que se toma es la de un paisaje”, señala la curadora Rosina Cazali y subraya que esa primera foto fue enmarcada en un rectángulo.

El formato de la cámara oscura favoreció eso, pero el efecto que se consiguió fue como el de una ventana, una desde la cual el espectador puede observar desde la comodidad del hogar. “Así, la fotografía empieza a hacer registros”, indica.

La curadora me habla del trabajo de los investigadores europeos del siglo pasado cuyos dibujos o fotos, en su momento, contribuyeron a formar una visión de las tierras latinoamericanas.

“Algunas panorámicas fueron creaciones de manos extranjeras (grabados, bosquejos, acuarelas y más adelante, fotografías) que realizaban aventureros, cien-tíficos, periodistas y artistas que se interesaban por la naturaleza del país”, amplia Monsanto, quien resalta el aporte, en los años 30 (del Siglo XIX), de Jacobo Haefkens y Caroline Salvin.

“El hecho de reproducir el paisaje en blanco y negro causó un cambio”, señala Miguel Flores al recalcar cómo la foto, en sus orígenes, empezó a alterar el concepto del paisaje.

Y son precisamente fotografías las que rigen la mayoría de exposiciones de septiembre, así que como observador seguramente se encontrará con sorpresas.

No se preocupe, el arte contemporáneo no será eterno, y como indica Monsanto “no nos vamos a quedar 200 años viendo instalaciones, el arte es cíclico y ya se habla de movimientos que revaloran la pintura”, así que no se deshaga de esos paisajes que hoy son tan conservadores, puede que a sus nietos les agrada exhibir un auténtico paisaje de la “vieja escuela del siglo XXI”.

Melancolía campestre
“En un país rico en naturaleza y, sobre todo, heredero de una cultura artística superior al común de los pueblos precolombinos, es natural que las costumbres autóctonas sean la base sobre la que se desarrolla la creación artística del Siglo XX, por ello, resulta comprensible que la plástica de ese siglo haya sido profusa pero sin mayores innovaciones, pues, los artistas guatemaltecos de las primeras décadas del Siglo XX, mantuvieron el estilo neoclásico y el impresionista, adap-tándose a la realidad multicolor y pluricultural del país”, escribe la maestra en arte, Marcia Vásques de Schwank, en el libro Joyas artísticas del Banco de Guatemala (2001), un libro que leí en el centro de documentación de la galería El Áttico.

Este tema de la naturaleza lo retomo con Rosina Cazali. En la charla le comento que encuentro muy lógica esa la seducción que natura ejerce en el pintor o el observador.

Rosina me dice que no sólo es el interés por plasmar o apreciar la naturaleza en un cuadro, pues existe toda una apropiación de ella y que basta ver una simple moneda para encontrar elementos de la naturaleza: quetzales, ceibas, flores, laureles…

Después de hablar del asunto natural la curadora me lleva varios siglos atrás (para acariciar el llamada Siglo de oro del paisaje holandés) y sus explicaciones agrega la nostalgia: “El concepto del paisaje (en la cultura occidental) tiene que ver con la visión de la pintura de la burguesía holandesa (Siglos XVII y XVIII), cuando empiezan a conformarse las grandes ciudades y se comienza a definir esa separación entre lo rural y lo que va situándose como la parte civilizada. En el caso de la pintura se va formando una visión bastante nostálgica de esa forma de vida que se va abandonando poco a poco”.

Así, la idea de un marco para las pinturas adquiere otro sentido cuando las veo como emuladores de una ventana que, desde la comunidad de la ciudad, me permite tener un recuerdo del campo.

Todo un desfile de fechas y movimientos surge en mi charla con ella, lo que me alerta que antes de empezar a hurgar en el paisajismo guatemalteco necesito profundizar lo que sé del paisaje en la historia universal del Arte.

Por suerte hallo una excelente lectura en el ejemplar número 32 de la revista Galería Guatemala, editada el año pasado por la Fundación G&T Continental (a la cual pertenecen las reproducciones de las pinturas que acompañan esta nota).

En la publicación leo que a comienzos del Siglo XV el paisaje se estableció como un género en Europa, generalmente expresado en temas religiosos. Y luego, que se retomó como sujeto en la pintura flamenca del Siglo XVII, y que fue el pintor inglés Constable el precursor de la pintura paisajista europea del Siglo XIX.

En la revista también encuentro que hay referentes del paisaje en tintas de la antigua China y en otras civilizaciones como la egipcia, así como en frescos del Siglo I antes de nuestra era.

“Pero constituía un elemento de fondo, pues al frente había otros protagonistas”, me explica el historiador e investigador del arte Guillermo “Willy” Monsanto, haciéndome volver a los siglos en que Rosina me daba su apreciación sobre la nostalgia campestre.

Las palabras de Willy me simplifican la información que había recopilado de varios sitios de Internet .

“Antes del Siglo XVIII el paisaje era el elemento del fondo de una pintura, siempre había enfrente un personaje (rey o santo) como protagonista”, apunta el historiador.

El Siglo XIX, continúa, trajo consigo el neoclasicismo y nuevas tecnologías, lo que altera los motivos alrededor de ese rey o reina posando, así como a la imagen de la virgen caminando en el desierto o la del santo con el niño dios en brazos.

“Se descubre que un tema, como el volcán Vesubio, puede ser un gran paisaje al agregar la ciudad destruida en sus faldas”, dice el investigador.

Trazos pulcros
Hablar con Willy acerca de volcanes y ciudades destruidas me lleva a los referentes actuales de paisaje local: el volcán de Agua, las calles de Antigua Guatemala, el lago de Atitlán... pero a diferencia de Pompeya y Herculano, en el colectivo guatemalteco el ideal del paisaje habla de escenas perfectas: aguas cristalinas, celajes señoriales, regia topografía, y, en el caso de la ciudad colonial se plasma bellamente la arquitectura, así se trate de un vestigio colonial derruido.

“Es interesantísimo cómo en Guatemala, en fotografía, se habla de paisaje. Yo he visto el trabajo de 60 fotógrafos y todos tienen un lago de Atitlán y un volcán de Agua, claro, son nuestros referentes más claros del paisaje, forman parte del discurso, de la identidad guatemalteca del paisaje bonito”, dice Miguel Flores.

“Aquí la mayoría de las personas mantienen todavía el concepto modernista del paisaje, el bucólico, el bonito que puedo colgar en mi casa y en el cual se mira un atardecer, o un bosque, o el lago de Atitlán y los volcanes”, concluyo con Miguel, mientras que con Rosina reparamos de que en los cuadros de Antigua Guatemala se plasman a granel las calles y casas de esa ciudad, pero rara vez aparecen personas. “Es casi como un pueblo fantasma”, concordamos.

También coincido con ellos en que este tipo de obras responden a un interés económico, ligado con el sector del turismo pues sus pintores trabajan para suplir a ese mercado.

En Guatemala el paisaje parece desarrollarse alrededor de los atractivos turísticos y naturales, particularmente los de la carretera hacia el altiplano: las comunidades de Atitlán, Antigua Guatemala, San Juan Comalapa. De esto platico con Flores, para quien estos lugares albergan los grandes referentes del paisaje nacional: el arco de Antigua, el lago de Atitlán, y los poblados con sus mercados, plazas e iglesias.

“Hay que anotar que el paisaje es parte de la formación de los artistas”, apunta resaltando la importancia de esta escuela y de los pintores que surgen alrededor de las regiones turísticas. Pero, también me habla de excepciones, y como ejemplo comenta del potencial de otras regiones, como los volcanes del Oriente del país, los que han sido fotografiados por el lente de Daniel Hernández.

Fotos, acuarelas u óleos, el paisaje no se limita a la belleza natural, y eso lo descubrirá si visita las muestras de Foto30.

ANTECEDENTES
La historia del arte nacional sitúa el paisajismo en los inicios del Siglo XX pero Willy Monsanto me habla de los datos anteriores a esa época, coronada por el trabajo de pinto-res como Humberto Garavito, Alfredo Gálvez Suárez, Jaime Arimany y José Luis Álvarez.

El boom del siglo pasado, y que es el gran referente para muchos de lo que es un paisaje, no fue esporádico sino resultado de un proceso. En 1776, cuando sucedió la traslación de la ciudad al actual valle, dice Willy, aparte del paisaje que acompañaba motivos y personajes religiosos, había un tipo de vistas que poseían carácter de registro topográfico. Su fin no era artístico, más bien era militar o comercial, pero involucraban el paisaje local para integrarlo a pinturas, viñetas, mapas y escudos alegóricos.

De esa época destaca Julián Falla (1787 – 1867). “De él existen unos grabados documentados en la Historia General de Guatemala, publicada por la Academia de Geogra-fía e Historia. Estos registros se realizaron hacia 1834 y retratan sitios arqueológicos en Quiché”, escribió Monsanto en una nota publicada en la revista 32 de Galería Guate-mala. A Falla se suma Delfina Luna de Herrera (1827 – 1912), quien dibujó los hallazgos prehispánicos encontrados en el Ingenio Pantaleón.

En la misma publicación escribió que a mediados del Siglo XIX llegó a Guatemala el suizo Juan Bautista Frener (1821 – 1892), quien fue grabador de monedas (se le atribu-ye la autoría del Escudo de Armas de la Nación) y maestro de dibujo, formó a pintores de caballete y acuarelistas. En fotografía Monsanto destaca al estadounidense Ead-weard Muybridge (1830 – 1904).

Gracias a sus tomas se conocen espacios desaparecidos de la Nueva Guatemala de La Asunción.
Durante el gobierno de José María Reina Barrios (de 1892 a 1898) se creó la primera Escuela Oficial de Bellas Artes, en la que participó Francisco Durini (1835 – 1885), arquitecto que había arribado en el período anterior de gobierno a Guatemala.

Durini, miembro de una familia que dejó obra artística en Centro y Sudamérica, formó a varios artistas locales y propició que destacados artistas de la época visitaran el país. Entre ellos: Tomas Muhr, Justo de Gandarias, Andrés Galeotti y Juan Espósito.

Entre los paisajistas guatemaltecos que brillaron en esos años destacan Agustín Iriarte (1876 – 1962) y Enrique Acuña Orantes (1876 – 1946). “Tanto Iriarte como Acuña, junto a José Cayetano Morales (1874 – 1929), pueden sr considerados una bisagra que une el Siglo XIX con el XX”, apunta Monsanto.

T. José Luis Escobar. jescobar@sigloxxi.com
F. Foto30 y Revista Galería #32, de la Fundación G&T Continental.

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