domingo, 3 de mayo de 2009

Diario de un aprendiz de ausente


César Brañas

Seguir leyendo...

EL FANTASMA que me lleva la mano para escribir estos disparates, vaciló demasiado esta vez, contra su gusto por el exabrupto, por la improvisación, al planteársenos el problema del título más apropiado o menos inapropiado e impertinente para esta colección, para este mosaico revuelto. Mi Fantasma ya está viejo, y el problema le tocaba muy de cerca, pues se trataba de una cuestión de adecuación cronológica. Ya nos expusimos —él y yo, que firmo— con el Diario de un aprendiz de cínico (harto ingenuo) de 1939-41, publicado en 1945. Ya nos pusimos en ridículo con el Diario de un aprendiz de tí
mido (un poco pretencioso) entregado en 1956. Ya decepcionamos con el Diario de un aprendiz de viejo, en 1962 (que como todos los viejos se ilusionaba con una juventud eterna, dionisiaca, de apariencia, de artificio, juventud que hace sonreír a las jovencitas y malhumora a las adolescentes dueñas del mundo).

¿Sería ahora un aprendiz de Caduco? ¿De Provecto? ¿De Senecto? ¿De Decré
pito? ¿De Carcamal? Problema. ¿Y por qué todos los detestables epítetos apli-cables a los ancianos respiran un aire malsano de erudición libresca, dicho sea con perdón del honesto, justo y feo vocablo Carcamal? De ahí, de esa runfla de honorables dudas, este epíteto innocuo. «transaccional», a que echamos mano, en el apuro: Diario de un aprendiz de ausente.
¿Una alusión a la ausencia inevitable
e irreversible, acaso próxima? No se debe jugar con el fuego eterno. Mejor decir que alude sólo a esa ausencia proviso-ria que padecemos cí-nicos, tímidos y viejos. Escribir sin estar en sí. írsele a uno la pluma. Hablar solo. No recordar lo que se ha dicho. No coger, al vuelo, lo que se quiere realmente decir. Ausencias. Desvaríos. Mi Fantasma concede. Está bien. Reconoce en mí un aventajado aprendiz de ausente, y me estimula. «Tú llegarás», parece decirme, auspicioso. Sólo que olvida mis ochenta años. (Y él es también un poco ausente: ambos, algo más que «persona de quien se ignora si vive todavía, y dónde está»). Aprendiz de ausente... pero de distinta ausencia que la del lector razonable, sabio en alejarse de páginas que, está seguro, sólo le ofrecen motivos de desazón, o de decepción...

CONFORME envejezco, crece el árbol de mi ignorancia. A la infinita muchedumbre de cosas que no pude aprender y d
e aquellas que ni siquiera supe de su existencia, se agrega el océano de cosas nuevas, las primeras que saben los hijos de mis nietos. Por eso cada día admiro más a quienes viven en la divina arrogancia de ignorar cuánto ignoran.

ENVEJEZCO... ¡Mentira! Lo que envejece es el mundo a tu alrededor. Las cosas, las gentes, todo envejece, caduca, muere. ¡No pierdas esta ilusión! De lo contrario, envejecerías.

ME HE CANSADO de envidiar lo que otros hacen, logran o poseen. Me he cansado de aborrecer lo que aborrecen otros, de abominar de lo que otros abominan. Me he dado cuenta, cuán tardíamente, de que he perdido la vida haciéndoles coro en ese juego, haciéndoles el juego. Inútilmente. Amargándome la vida.

DOCTO en adulaciones, alguna vez me has dedicado alguna pequeña alabanza, sin duda con reservas. Y qué bien te prodigas y te desenvuelves en la adulación. Me acometen ganas de adularte.

UN GRAN escritor hace burla de las placas que colocan en las calles en recuerdo de algún gran hombre, placas cuyo destino, dice, es que nadie las lea. Y pensar que todo el trabajo de este gran escritor tiene el mismo destino. Que después de su muerte, coloquen una placa con su nombre, en cualquier calle sin nombre.


SE ME HACE sospechoso el héroe sin defectos ni errores. Debo inventárselos. (Y a fe, que le haré un bien a su gloria). Tenemos necesidad de héroes: pero que no nos sobrepasen demasiado, que no sean sobrehumanos.

—YO NUNCA he perdido contacto con la pobreza, dice, sin malicia, el rico usurero.

EL SOLTERÓN («soltero bastante viejo» lo define complaciente, eufemístico, el diccionario, como término familiar, sin recoger el matiz peyorativo que por lo regular se le añade y a menudo se le acentúa) «es un amoral, un inmoral o un cobarde», se escribe por ahí. Lo dicen esos grandes hombres que padecen a sus mujeres y a sus hijos y cuántas veces, a los hijos de sus mujeres. No se piensa en el privilegio que puede considerarse el ser un amoral, un inmoral o un cobarde en medio de una pléyade de insignísimos normales, morales y valientes...

ES UN SEÑOR muy honorable, lleva los cuernos con mucha gallardía. Casi infunde respeto.

PIENSA que las cosas desagradables, las más sencillas, que le ocurren, son una ofensa gratuita a su dignidad. Es una dignidad de vidrio.

NO OLVIDARÉ las canas de aquel noble anciano que conocí en mi infancia, cuando los adultos, en digna función educativa, me enseñaban que las canas son ve-nerables y un símbolo de sabiduría. Aquel anciano parecía un patriarca. La imagen que se nos formó de un patriarca. Fue más tarde cuando supe que era un bella-co, destituido de todo asomo de inteligencia y bondad, pero que tuvo muchos hijos y acumuló mucho dinero... (Ignoro si los adultos que se esforzaban en inculcarme el respeto a las canas por las canas mismas se equivocaban, o si sólo preparaban la noble respetabilidad de su vejez).

—ES UN LOCO. ¿Quién le hace caso?
—Toda la gente.

*ESTE ES UN FRAGMENTO DEL DIARIO DE UN APRENDIZ DE AUSENTE, DE CÉSAR BRAÑAS (GUATEMALA, 1900-1976), QUE ESTÁ INLCUIDO EN DIARIOS DE APRENDICES 1939-1976, MAGNA TERRA EDITORES, 2009

Ilustración Alejandro Azurdia.

0 comentarios: