Estuardo Galdámez
José Luis Escobar escribe acerca de un teatrista que apuesta por el drama, convencido de que el teatro es pragmático y una herramienta para provocar.
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En la cartelera del teatro de la Universidad Popular (UP) se anunciaba, hace 20 años, la temporada de La Rafaila, que en 1976 obtuvo uno de los extintos Premio Opus por la mejor pieza teatral del año.
Que su madre lo llevara a la UP, dice Estuardo Galdámez —entonces de 11 años—, se convirtió en una de las dos influencias que lo hicieron abrazar el teatro. La otra: la lectura de Bodas de sangre, de Federico García Lorca.
“Empecé a leer teatro, mucho; incluso realicé mis primeros tanes como escritor”, recuerda el director y dramaturgo, quien conserva aún esos escritos. “Ahora que los releo me doy cuenta de lo penosos que son”, sopesa, pero con cierto sarcasmo.
Galdámez es dentista y su interés por el escenario lo hizo titubear de la carrera justo a la mitad de sus estudios. Un acuerdo entre su ímpetu juvenil y la familia logró conciliar ambas facetas y que nuestro encuentro se desarrollara en un consultorio dental, ubicado en pleno Centro Histórico. De haber desistido no estaría dirigiendo Las Mujeres de Troya, su más reciente obra (lea En cartelera).
Desde su lado del escritorio me habla de cómo el ambiente de devoción en el que creció marcó los límites de sus creaciones de adolescente. “Eran sociodramas y cuestiones religiosas. Por supuesto, ahora los leo y me apenan”, cita de su novel época.
Sin embargo, los planteamientos de Tato —como es conocido en el círculo de teatristas— ya acariciaban un interés social. La búsqueda de un estilo propio maduraría con los años y con la primera etapa de formación, cuando completó un diplomado en Arte Dramático (1997) en la Escuela de Teatro Epidauro 2000.
Le seguirían (entre 1999 y 2006) varios talleres de dramaturgia con el guatemalteco Rubén Nájera y el español José Sanchiz Sinisterra, así como su formación superior repartida en las universidades Del Valle de Guatemala, Mariano Gálvez y San Carlos de Guatemala, de la cual este año egresa con el título de licenciado en Dramático con especialización en Dramaturgia.
Estilo propio
“Gracias a Dios, los primeros textos ni siquiera llegaron a ser leídos. Eran muy telenovelescos, pues mi principal influencia era la TV. Cambié cuando empecé a leer más, a asistir a las salas de teatro y al cine. Incluso, hice un par de experimentos para incorporar el cine a una obra teatral: el lenguaje era más cinematográfico, con escenas mucho más cortas, breves. De esa experiencia queda La agonía de Clara (1996), que se montó y gustó a la gente”.
Pero Tato justifica el éxito por el tema que abordó y no por el trabajo experimental. La agonía de Clara tuvo por trama un caso de abuso sexual. Este parteaguas en su trabajo lo convenció de que lo suyo son los temas no convencionales. “Eso, considero, ha afectado mucho mi obra”, dice, en contraste con nuestro medio, saturado por la comedia.
Es por ello que en sus textos (7 adaptaciones, 4 reducciones para uso docente, y principalmente en las 11 producciones originales montadas y otras escritas) predominan historias de “personajes malos o moralmente tachables, censurables”.
“Trato de ver lo humano que tienen estos personajes. Por ejemplo, un violador de niños; qué es lo que piensa, por qué lo hace. En el caso de un asesino, sus motivos, las razones detrás de su comportamiento; por qué es lo que es. ¿En qué momento dejamos de ser humanos, o en qué momento tenemos latentes estas situaciones?”.
La maternidad es otra constante para Tato, pero no la romántica visión de la mujer dadora de vida, “sino el hecho de ser una madre extraña, no normal”. El dramaturgo se explica: “Veo la maternidad desde otro punto de vista. Por ejemplo, una mamá que se enfrenta a un embarazo no deseado; las ilusiones de la mujer truncadas por haber tenido un hijo”.
Provocador
Tato procura que los temas que aborda no sean los aceptados. Cuando presentó Tres intrusiones en el ojo ajeno (2007 Costa Rica, y 2008 Guatemala) creyó que el público se sentiría agredido con este tríptico teatral (10 minutos por obra) que desarrollaba las tramas: pedofilia, incesto y fratricidio. Pero ocurrió algo muy interesante. Aprendió a hacerla de psicólogo, pues la gente se le acercó para confiarle sucesos personales, de su infancia o que le ocurrían con algún miembro de la familia.
“Estimulé algo en el público, y eso es lo más importante en el teatro: provocar”, dice quien no cesa en su esfuerzo por comprender a los monstruos sociales que nos rodean. “Creo que la sociedad, el ser humano, es un monstruo en sí. Tenemos potencial para hacer cualquier cosa, pero la misma sociedad es la que nos convierte y nos va ajustando”.
La incitación que pretende entre los espectadores es la que también plasma en los diálogos de sus personajes. Sus obras concentran ese big bang que existe en la mente del dramaturgo, y Las Mujeres de Troya no es la excepción. Sus 11 personajes (9 actores) se construyen unos con otros.
Detrás del montaje hay casi un año de trabajo. Y un texto que se alimenta principalmente del teatro griego (Eurípides, Esquilo y Homero) pero que se desarrolla en el Siglo XX, durante la Segunda Guerra Mundial.
Las Guerras de Troya, las dos guerras mundiales y la civil que vivió Guatemala…“Es un montaje que cobra vigencia en cualquier lugar donde ha habido una guerra”. En todas hay una minoría aplastada; en este caso las mujeres, que desde la antigüedad han sido consideradas un botín de guerra.
“Quedó bien condensada, no dura más de una hora. Su ritmo es dinámico, a pesar de que los textos originales son bastante largos y con mucha información. Lo que hicimos en Las mujeres de Troya es más pragmático, pero sin perder esa dinámica de provocación entre los personajes. Procuré que todos tuvieran un momento central”.
Otros sabores
“Como no se ha explotado”, dice de los dramas, “el público se siente extraño. En nuestras salas los asistentes se han acostumbrado a cierto tipo de teatro, al café teatro, por ejemplo. Y no estoy diciendo que sea malo; simplemente señalo que sólo eso es lo que se suele dar, y cuando alguien come siempre de lo mismo encuentra difícil abrir el paladar a otros sabores”.
“Creo que es cuestión de tiempo”, dice uno de los dos dramaturgos próximo a graduarse de la tercera promoción del Plan Universitario de Promoción y Graduación Específico para Artistas (Plart) de la Usac. El otro, es Rubén Nájera, Premio Mesoamericano de Poesía Luis Cardoza y Aragón 2009. A ellos se suman cinco más, de promociones anteriores. Pocos, si se compara con la cantidad de actores y actrices, bailarines, músicos y artistas de las otras ramas.
Aunque es un parámetro, los egresados del Plart no constituyen la única referencia. Fuera de sus aulas “hay mucho estímulo”, comenta Estuardo. “Marco Canale estimula mucho la creación y hay jóvenes que por su edad no cumplen con el mínimo de trayectoria que exige el Plan, pero que ya hacen sus tanes en dramaturgia”.
“Si le damos al público cierto tipo de teatro, o mejor, todo el abanico de posibilidades que tiene este arte, creo que la audiencia terminará consumiéndolo de la misma forma que lo hace con las comedias”.
Galdámez apuesta por romper con la tendencia de dar “todo digerido” al espectador. “El público debe completar la obra, no nosotros… él debería ser creador. Le damos todo masticado, digerido para que lo único que tenga que hacer sea sentarse a llorar o reír. No le hacemos crear, ni razonar. Aunque él necesita relajarse (comedias) es bueno que tenga otro tipo de teatro, pues necesita pensar. El público también es un creador. Creo que los teatristas lo hemos menospreciado, pero no es tonto, tiene mucha capacidad de creación”.
Promiscuidad teatral
René Estuardo Galdámez Rodríguez (1976) ha dirigido 13 obras, ha sido asistente de director en otras 3 y escrito o adaptado 36, 11 de ellas dramáticas. “He actuado pero no creo que sea buen actor”, dice quien ha participado en alrededor de 20 obras.
Galdámez es fundador del grupo teatral de la Facultad de Odontología de la Universidad de San Carlos de Guatemala, y miembro fundador de Elementos y La Lumbre, este último aún activo.
“Estar en un grupo crea un proceso; es mucho más rico cuando se hacen varias propuestas en el mismo grupo de personas. Con cada presentación crecen los actores, no la obra. Crecen sus integrantes y el grupo mismo va madurando”.
En su trayectoria el dramaturgo ha formado parte de pocos colectivos; sin embargo, no ha sido obstáculo para compartir el escenario con sus colegas. “En diferentes puestos, en todos estos años he trabajado con casi todas las personas involucradas en el teatro. Me habría gustado hacerlo junto a Luis Tuchán, pero ya se retiró de las tablas. Esta promiscuidad teatral es muy rica, porque al final he aprendido de todos. Cada teatrista tiene algo que contar”.
En pocas palabras
Pragmático
“Creo que el teatro sí es parte de la literatura, pero que es más una cuestión pragmática, de acciones. Debe ser una herramienta para provocar y transformar”.
Técnica y espíritu
El guatemalteco Rubén Nájera y el español José Sanchiz Sinisterra considera que son sus principales influencias. “En cuanto a técnica ha sido Sanchiz, y en cuanto a espíritu, Nájera”.
Arduo
“Es muy difícil hacer cierto tipo de teatro, sobre todo el que no es comercial, ya que no es tan fácil de ubicar”.
En cartelera
Las mujeres de Troya continúa en cartelera en el Teatro de Cámara Hugo Carrillo, del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, 24 calle 3-81, zona 1. La presentación de hoy es a las 5 p.m. Las últimas funciones son: viernes 12 y sábado 13 (8 p.m.) y el domingo 14 (5 p.m.). La admisión es de Q60 y Q30. Más información: 5191-4290 y 4003-888.
T. José Luis Escobar jescobar@sigloxxi.com
F. Morena Pérez mperez@sigloxxi.com
domingo, 7 de febrero de 2010
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