Joaquín Orellana
Paulo Alvarado escribe acerca de un músico que no cesa en la labor más propia del artista: inventar.Seguir leyendo...
Hace siete años asaltaron a Joaquín Orellana en la calle; le causaron una herida en la cabeza y le dejaron permanentemente dañado el oído izquierdo, de modo que ahora oye en un “estéreo desbalanceado”, según bromea.
Sin embargo –en un tono que mezcla el humor con su compromiso social– asegura que no por eso se va a pasar a la derecha… Siempre atento a los fenómenos acústicos y con un espíritu lúdico que no lo abandona, comenta que si se tapa la oreja con la mano, el aparato de audición que ahora se ve forzado a usar le causa un efecto de feedback con cuyo nivel y altura tonal puede jugar, debido a la retroalimentación entre el diminuto micrófono y el amplificador que contiene el aparato. Una molestia para cualquier otro; un descubrimiento con posibilidades estéticas para el maestro.
Como quiera, y tras las numerosas contribuciones que lo apartan de la generalidad en la música nacional, Orellana se niega a aceptar que se le defina como un “compositor de ruptura”. Admite, al contrario, que “ha emitido ciertas propuestas” porque su sensibilidad ha sido golpeada por los acontecimientos de su entorno, especialmente la violencia de Estado y las condiciones de miseria en las que nuestra sociedad tolera que siga viviendo una considerable parte de la población. “Lo único que sí he roto han sido algunos platos de mi casa…” –asegura, con la chispa que le es innata, este genial autor de la Humanofonía guatemalteca. Con ese mismo fulgor, el próximo martes, asistirá al lanzamiento de su página web (lea En línea).
Compositor prolijo
A partir de 1971-1972, Joaquín Orellana empieza a experimentar con todos los recursos musicales que su imaginación le propone. Incluso se embarca en la composición de sones de factura tradicional, como un trabajo de su subconsciente, y que incluirá décadas después en sus obras escénicas más extensas.
Es “la patria que sufre un acto de contrición”, afirma. Sin embargo, lo que sobresale es una prolija serie de composiciones, tales como Cantata Dialéctica (1974), Imposible a la X y Tzulumanachí (1979), Evocación profunda y Traslaciones de una Marimba (1984). En los Cerros de Ilom (1992), Sacratávica – Las voces de Río Negro (1998), La Tumba del Gran Lengua (2001), Balada de la migrante muerta en camino (2007)… por mencionar algunos títulos, que no sólo indican la constancia de su trabajo, sino su ocupación con ese lado de la guatemalidad que quisieran callar los mismos que la han causado.
El manifiesto estético Hacia un lenguaje propio de Latinoamérica en música actual que dirigió a los compositores latinoamericanos a mediados de los años setenta, resume la filosofía de Joaquín en una frase. Mas, no es el enunciado de un teórico, preocupado por llamar la atención en círculos académicos e inscribirse en las enciclopedias. Orellana es el músico activo que no cesa en la labor más propia del artista creador: inventar. Y, aparte de la música que sigue componiendo y los útiles sonoros que continúa diseñando y construyendo, gana reconocimientos en Francia, Estados Unidos y Colombia.
Orellana dirige el Departamento de Música de la Dirección General de Bellas Artes. Actúa como director huésped de la Sinfónica Nacional de Guatemala. Funda y guía agrupaciones de cámara. Imparte conferencias en diversos países. Este músico es materia de incontables artículos, entrevistas, programas y homenajes.
Con voz propia
Joaquín Orellana Mejía nació en 1937. El músico se crió con sus abuelos. “Cada día, a las 5:30 de la mañana me llevaban a misa, en la iglesia de San José”, recuerda. En el templo, un instrumento llamó la atención del pequeño: un armonio de pedales que allí tocaban, y que, dice, se le antojaba una “bicicleta de hacer música”.
De adolescente, Joaquín admite que le apasionó todo lo mitológico y oculto. Le hacen un exorcismo, “pero como se puede ver, no dio resultado”, comenta jocoso. En esos años leyó mucha literatura esotérica. Fue cuando se propuso componer “música abstracta”.
Así, experimenta en el piano con progresiones basadas en tritonos (un procedimiento usual en la música heavy metal, pero 20 años más tarde), en diametral contraste con las enseñanzas de su maestro de armonía en el Conservatorio, el austriaco Franz Ippisch.
Tardíamente empieza a estudiar violín, hasta 1956, con Carlos Ciudad-Real, y a componer formalmente. En 1963, a los 25 años de edad, completa el ballet Contrastes, en el cual integra por primera vez una cinta magnética pregrabada, hecha con la ayuda de sus amigos El Canche Lange y El Chito Falla. El envío de esta obra a Argentina le permite ganar una beca en el legendario Instituto Torcuato di Tella, que dirigía Alberto Ginastera. Allí estudia de 1967 a 1968, con Gerardo Gandini, Fernando von Reichenbach, Luigi Nono, Cristóbal Halffter, Vladimir Ussachevsky y Roman Haubenstock-Ramati.
Joaquín recuerda especialmente a su maestro Francisco Kröpfl, quien se obsesiona a tal punto con su docencia, que lo citaba para corregir sus ejercicios los domingos por la tarde. A diferencia de sus condiscípulos, Kröpfl le permite acceso secreto a los laboratorios de sonido en horario nocturno, porque “Orellana ya sabía lo que quería en su música”. De esta manera prepara la obra electroacústica Metéora, la cual estrena en 1968.
Luego, regresa a Guatemala y tropieza con la incomprensión y el rechazo local, particularmente de parte de sus propios colegas músicos, a más de las condiciones tecnológicas que, por supuesto, distan enormemente de las que le brindaba el Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales, donde había cambiado enteramente la perspectiva de su trascendencia como compositor.
Con todo, antes que resolver problemas técnicos o manufacturar instrumentos para compensar la falta de un equipo de audio que ya no estaría a su alcance lo que Orellana busca es su propia voz. Como consecuencia empieza a trabajar en la primera de sus Humanofonías (retratos electroacústicos de la sociedad guatemalteca).
bien útiles y muy sonoros
Cuando se habla acerca del compositor guatemalteco Joaquín Orellana, se suele abundar en la descripción de los Útiles sonoros ideados por él a partir de la década de 1970. Algunos llegan al extremo de etiquetarlos como piezas escultóricas, porque comparten ciertas características con la escultura del siglo XX. Entretenidos en este asunto, parecen obviar que, en realidad, los objetos que ha construido obedecen a la lógica de los instrumentos de percusión en general; basta con darle una mirada a una lámina en la que se ilustra la percusión de una orquesta sinfónica moderna.
Lo que distingue a las creaciones orellanescas, en el aspecto material, es que se trata de piezas de fabricación artesanal (carpintería, soldadura y ensamblaje a mano), o que han sido elaboradas con objetos preexistentes (marimbas desarmadas, latas de alimentos, cuerdas desechadas de guitarra, tubos de metal, entre otros). Sin embargo, lo importante es que han sido creadas con una intención bien precisa: a una misma vez deben incorporar tradición con vanguardia y –lo más relevante– las circunstancias sociales del autor. En conjunción con el empleo electroacústico y escénico que hace de la voz humana, especialmente por el uso de partículas de fonética indígena y textos guatemaltecos, Joaquín Orellana ha alcanzado a crear una música guatemalteca que identifica como “la expresión del animal estético angustiado”.
El maestro reconoce que la marimba es una constante en el paisaje sonoro del país. Pero hace 40 años se dio cuenta que si se dedicaba a repetir fórmulas de baile, se convertiría en “otro trasnochado”, mientras que si escribía obras académicas como las de cualquier instrumento, se convertiría “en un europeo más”. Crea entonces una serie de objetos derivados de la marimba y otras percusiones regionales, que le servirán para producir una música fundamentada en texturas sonoras, libera su ejecución de la especialización erudita y, sobre todo, inventa un lenguaje propio que no se cifra en los elementos tradicionales de la melodía, la armonía y el ritmo. Es la invención, por primera vez en la historia de la música de Guatemala, de un discurso musical altamente original.
De músicos y álbumes
Pendientes
Salvo por los pocos discos que incluyen alguna música suya, la mayoría de sus obras (aún las que se han presentado públicamente) siguen pendientes de un registro fonográfico profesional. Sus partituras permanecen en manuscrito.
Tesis
Su trabajo ha sido tema de tesis universitarias por parte de estudiosos como Igor de Gandarias, Carmen María Méndez y Alejandra Privado.
Actor
La película Sinfonía Automática, dirigida por Ana Carlos, ofrece un retrato biográfico ficcionado de Joaquín Orellana, protagonizado por él mismo.
En Línea
El martes 2 de febrero, a las 7 p.m., en Casa Ibargüen (7a. avenida y 12 calle, zona 1) se presentará el sitio web joaquinorellana.org, diseñado por David Marín, y una exposición de sus útiles sonoros. En el lanzamiento también participarán el Cuarteto Contemporáneo de Guatemala, el Coro Nacional y artistas invitados. La entrada es libre.
T. Paulo Alvarado presto_non_troppo@yahoo.com
F. Cecilia Cobar ccobar@sigloxxi.com
domingo, 31 de enero de 2010
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1 comentarios:
Excelente artículo. A mi me parece que ésta es la mejor revista cultural de Guatemala. Felicidades.
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