RENATO BIANCHI*
“Fear of the dark,
I have a constant fear
that someone’s always near”
Iron Maiden. Fear of the Dark
—Te acompañaré para siempre y al final serás mío.
Recuerdo que solía correr por los corredores de la antigua casa donde vivía y fuera a donde fuera, un ente cuya presencia sentía, repetía proféticamente como frenético estribillo de disco rayado:
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—Soy el espíritu de la ansiedad, ansiedad, ansiedad, ansiedad, espíritu ansiedad, soy el espíritu de la ansiedad, soy de la ansiedad el espíritu, ansiedad edad edad ansiedad...
Yo solía preguntarle a mi madre qué era la ansiedad. No me hacía caso o decía:
—Solamente es una palabra que has oído por ahí; tal vez tu abuelo la ha dicho, no sé. Estás muy pequeño para saber de ansiedades, apenas si empezás a hablar...
—Mami, es que cuando duermo se me aparece el espíritu de la ansiedad...
—Eh... espíritu... ansiedad... ya... no le hagás caso...
Yo solía despertar exaltado y observaba una figura con hábito de fraile, que levitaba acechándome con ojos de fuego. Creía estar soñando pero no, no lo estaba, y por más que abriera y cerrara los ojos... allí se encontraba: quieto. Crucificado.
Viéndome fijamente, como un enorme papalote negro y malvado. Y cerraba los ojos para poder dormir y no podía... y deseaba dejar de verlo, dormirme y te-ner cualquier pesadilla, me escondía debajo de las sábanas, pero él permanecía anclado en los párpados de mi mente. Y sentía que sus brazos muertos, de madera, como los de una barroca imagen de iglesia, me atraparían en cualquier momento... yo lloraba y gritaba... lo sentía muy cerca, demasiado cerca. Pero no encontraba consuelo. En el cuarto contiguo, mis padres no escuchaban mi llanto.
A veces el espectro se tomaba algunas noches de vacaciones para volar por los campanarios de las viejas iglesias. Todo cambiaba... pero súbitamente regre-saba y mis ojos se clavaban talán, talán, talán...en su negra figura tan, tan, tan espantosa. Mis miembros se petrificaban, no podía moverme; no era dueño de mí mismo. Una noche, tuve el valor de levantarme de la cama tratando de no verlo, me levanté...pero mis movimientos eran rígidos como el hierro y mis pies pare-cían dos pesados yunques de acero. No recuerdo cómo conseguí llegar a la puerta del cuarto de mis padres. Toqué, toqué. Grité y grité. Creí desfallecer hasta que oí ruido y una tenue luz se coló por los intersticios de la puerta. Súbitamente, mi padre abrió la puerta furibundo:
—¿Qué te pasa condenado?
—Mami, mami préndeme la luz ya no aguanto, lo veo allí... allí en el techo.
—¿A quién? Voy a prender la luz, allí no hay nada...
Y sucedió... lo vi claramente... era absurdo, grotesco y tan degeneradamente real. Era un espectro calvo, cuyo rostro consistía en pequeños juncos que for-maban una especie de nido vacío en cuyo centro dos ojos destilaban fuego y veneno, brillantes como dos malignos soles. Su cuerpo y sus manos parecían de insecto... alargadas y temibles. Un engendro que en su parálisis podía tocarme, sujetarme y poseerme. Quise gritar pero no pude, quise voltearme pero... me encontraba atrapado, poseído. No recuerdo cuanto tiempo estuve así... todo se había detenido... hasta que un grito ensordecedor que salió de lo más profundo de mi ser me liberó: su eco aún reverbera en mis más horrendas pesadillas.
—¡Qué pasa mijo! dijo mi mamá asustada.
—Allí está, allí está, allí, quiere inyectarme ansiedad —dije— señalando hacia el techo.
—¡ Allí no hay ni mierda, estás loco!... mirá cerote, lo que querés es chingarlo a uno todas las noches, dijo mi padre. Y se fue a dormir.
Quería coger... supongo.
Nos cambiamos de casa; sentí un gran alivio. Todo parecía normal y diferente, aunque no soportaba la oscuridad. Una noche me acosté. No lograba dormir-me. Las horas pasaban delirantes marchando a través de mi mente y las tiránicas agujas del reloj marcaban el paso. Me encontré frente al clópet. Este se abrió: allí estaba... esquelético como chirivisco. Sus fieras y filosas tenazas se agrandaban y trataban de alcanzarme. Pero su mirada ya no era aterradora como el fuego. Estaba apagada y destilaba humo. Desperté. Algo frío recorrió todo mi cuerpo. No recurrí a mis padres. Me quedé de pie ante él balbuceando incoheren-cias. Amaneció. No volví a soñarlo ni a verlo.
Estábamos mudándonos de casa. Sí. Otra vez. Entonces decidí romper una pintura que odiaba. Se llamaba la Ronda de los Ángeles, obra de una excéntrica amiga de mi madre, probablemente concebida durante un mal viaje de LSD. Esta consistía en unos ángeles iracundos y grotescos, que tomados de las manos daban vueltas... “la ronda del torotorojil, cuidado con los ángeles...”, es impresionante, pero todavía recuerdo lo que tenía escrito: “esos seres alados que rondan y rondan y que atrapan... a seres indefensos... convirtiéndolos en la rana del torotorojil...”.
—Maldita mierda, dije y le pegué una patada... voló por la habitación como engendro demoníaco. Se estrelló contra la pared: alguien tenía que terminar con aquella locura.
Me disponía a tirarlo al fuego que ardía chisporroteante en la chimenea, cuando descubrí aterrorizado que atrás de esa pintura se hallaba escondida otra... era un vívido retrato de eso... esa cosa... ese ser... que tanto me había acosado y torturado.
“‘Cause in my dreams it’s always there the evil face that twists my mind and brings me to despair”.
—Iron Maiden. The Number of the Beast.
*ESTE ES UNO DE LOS 26 RELATOS INCLUIDOS EN EL LIBRO ESCRIBIENDO CON TOURETTE (EDITORIAL PALO DE HORMIGO). RENATO BIANCHI, SU AUTOR, PRESENTÓ LA OBRA EL PASADO VIERNES. SE PUEDE ADQUIRIR EN LIBRERÍAS O POR MEDIO DEL CORREO ELECTRÓNICO ITSME_RENATO2@YAHOO.COM Y 5719-2498.
domingo, 17 de enero de 2010
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2 comentarios:
Excelente relato, lo recomiendo personalmente. La ilustración es bellísima y resume la trama perfectamente.
D.B.
Borges dice en un cuento (El Tema del Traidor y el Héroe, creo) que la ficción imite a la realidad es algo comprensible, pero que sea a la inversa es algo horroroso. En el relato de Bianchi, la presencia infernal es un reflejo del retrato, que es como decir que la ficción imita a la ficción. Lo que la hace doblemente horrorosa. La ruptura del retrato también coincide con la ruptura de un lugar de asentamiento, lo cual se presta a interpretaciones de desarraigo. La infancia que pasa y el horror que desaparece.
Según me ha comentado el autor, este es su primer libro de narrativa, y tomando este cuento como pequeña muestra, veo que ha comenzado su viaje narrativo a buen pie.
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