domingo, 6 de diciembre de 2009

El unicornio y la cerveza azul

Francisco Alejandro Méndez*

Zona Viva,

22:00 horas. (Jueves)
Roberto y Nelly permanecían sentados en una de las mesas del rincón del bar El Unicornio. Pidieron una última jarra más de cerveza azul y en seguida, la cuenta. El mesero, un tanto atolondrado y molesto por la música, nervioso y poco amable, recibió con una sonrisa cínica la tarjeta de débito de Roberto, la llevó a la barra; luego regresó a la mesa, mientras los dos enamorados se trenzaban en un largo beso.
Salieron de El Unicornio.
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Zona Viva,
22:00 horas. (Jueves)
Roberto y Nelly permanecían sentados en una de las mesas del rincón del bar El Unicornio. Pidieron una última jarra más de cerveza azul y en seguida, la cuenta. El mesero, un tanto atolondrado y molesto por la música, nervioso y poco amable, recibió con una sonrisa cínica la tarjeta de débito de Roberto, la llevó a la barra; luego regresó a la mesa, mientras los dos enamorados se trenzaban en un largo beso.

Salieron de El Unicornio.

Recostados en el lomo del Mitsubishi blanco se abrazaron una vez más. Roberto abrió la puerta a Nelly, giró sobre sus talones y enfiló hacia el lado de su puerta. An-tes de abrir notó la mirada libidinosa del guarda del estacionamiento del bar. Cuando encendía la poderosa máquina del Mirage, notó que el mesero tuvo la intención de acercarse al auto, pero se devolvió hacia el establecimiento.

Roberto encendió el equipo de sonido. Acarició la pierna de Nelly. Ella no lo rechazó. Parecía que su compañera iba a caer en un profundo sueño, pero Roberto pensó que se trataba de una estrategia más para evitarlo.

Aceleró.

Enrumbó hacia el Bulevar Liberación. Tomó el carril de en medio, el cual lo llevaría hasta El Trébol, para luego tomar la Roosevelt. Su mano derecha acarició el rostro de su chica, pero ella no devolvió ni una sonrisa. Roberto pensó en cambiar el disco compacto; quizá Nelly se animaba un poco si escuchaba una bachata de Juan Luis Guerra. Su mano derecha palpó con insistencia el sillón trasero hasta que dio contra el portadiscos. Lo colocó sobre sus piernas y buscó hasta que encon-tró lo que quería. Tomó el disco y lo introdujo en la ranura. El auto se aproximaba al paso a desnivel a casi cien kilómetros por hora. Roberto esperó en vano a que sonara la pieza, pues se quedó profundamente dormido. El auto impactó contra la pared que dividía el túnel, luego, con la columna del puente, dio dos vueltas hasta que quedó volteado, echando humo. El cuerpo de Nelly golpeó el windshield y salió disparado hacia el asfalto. Roberto quedó prensado contra el timón que estruja-ba su pecho. Del equipo de sonido salía la triste voz del dominicano: Quisiera ser un pez para tocar tu nariz en tu pecera y hacer burbujas de amor....

Palacio de la Policía, 23:50 horas (jueves)
El comisario Wenceslao Pérez Chanán recibió una llamada de Darwin Baudilio Cheves, oficial de los Bomberos Voluntarios, la que le notificaba de un accidente prota-gonizado por un vehículo Mitsubishi en el que viajaban dos jóvenes, uno de sexo masculino y el femenino. La mujer presentaba fracturas en varias partes del cuerpo y había sido trasladada al Seguro Social de la Zona 9. El individuo estaba muerto. Cheves le relató también que los bomberos habían tenido que utilizar la “quijada de la vida” para destrabar el cuerpo de hombre. Wenceslao preguntó si la mujer permanecía consciente, pero la respuesta fue negativa.

—Lo llamo a usted, mi comisario, porque recuerde que en lo que va del año hemos encontrado varias parejas muertas. ¡Claro!, en otras circunstancias, pero, lo cierto es que encontramos entre sus ropas que derramaron restos de aquel líquido azul. ¿Recuerda?, la cerveza esa que están consumiendo los chavos y que los forenses encontraron en esos cuerpos. ¿Qué le parece? ¿Tal vez le interesa el caso? Estamos a las espera del juez de turno. Si se viene, hay le encargo una bolsita de manías garrapiñadas de las que usted se anda comiendo a cada rato...

Wenceslao colgó. Subió sus pies sobre el escritorio y lanzó una mirada hacia el techo. Darwin Baudilio tenía razón. Esa cerveza azul había sido encontrada entre el estómago y en la vejiga de varios de los jóvenes que habían perecido en los últimos accidentes de tránsito durante el transcurso de los pasados meses.

El comisario Pérez revisó en la computadora la lista de los muchachos que habían muerto en condiciones similares a las de esa noche. La imprimió; luego, hizo lo mis-mo con los resultados de las autopsias y las fotografías de cada caso. Extrajo de su escritorio dos bolsas de maní garrapiñado. Llamó por radio a Fabio y a Enio para confirmar su ubicación y bajó al sótano, donde ambos policías lo esperaban dentro de la patrulla.

—Tengo un presentimiento, jóvenes —gimió Wenceslao mientras su grueso cuerpo se sentaba en el asiento del copiloto de la unidad policíaca—. No sé. Hay algo que me parece puede estar relacionado con el accidente de hoy en el que perdió la vida un muchacho. Darwin Baudilio me aseguró que encontraron restos de cerve-za azul en las ropas de los muchachos y dentro del vehículo. Vamos a echar un vistazo y de paso saludamos a su papá Tecún Umán, Fabio. ¿Le parece, Enio?

Ambos policías se sorprendieron del buen humor del comisario Pérez. Fabio encendió la sirena. El auto tomó toda la Sexta Avenida y a los pocos minutos cruzó a la derecha del Reloj de Flores; se encarriló hacia el Bulevar Liberación, hasta que se detuvo delante del paso a desnivel, donde una grúa enganchaba el semidestruido auto blanco polarizado.

—Qué bueno que viniste, Wenceslao —sonrío Darwin Baudilio mientras capturó la bolsa de maní que le lanzó el comisario.

—No sé qué está pasando con la juventud. Toman y toman como descosidos. Otra vez esa cerveza azul. Ya no hayan qué inventar para alcoholizar a esos mucha-chos. ¿No te parece?

—Afirmativo, Cheves. Necesito que me mande al bombero que llegó primero a la escena. Quiero que me cuente cada detalle de lo que encontró. ¿A qué morgue se llevarán el cuerpo del patojo, cómo me dijo que se llamaba?

—Pues, mi comisario, lo trasladarán al hotel de la Morgue del Cementerio General. Ahorititita está el juez firmando el acta. ¿Vas a hablar con él?

—No. Enio está a cargo de ello, ¿cómo es que se llama el bombero?

Mientras Enio conversaba con el juez, Fabio revisó cada resquicio del automóvil: Había mucha sangre, pedazos de ropa, discos compactos regados por todos lados, papeles.

Wenceslao conversó con el cabo Sánchez, como era conocido el bombero que llegó primero al accidente, quien le brindó cada detalle de la escena que encontró. Tuvo que interrumpir su relato, pues su unidad recibió una llamada de auxilio. Wenceslao quedó conforme con lo narrado por el bombero y fue a sentarse a la radio-patrulla. Sacó su libreta y apuntó la información ofrecida por el apagafuegos.

*ESTE FRAGMENTO PERTENECE AL PRIMER CAPÍTULO DE RELATOS POLICIALES (SERIE CHANÁN), DEL ESCRITOR FRANCISCO ALEJANDRO MÉNDEZ. LA OBRA ES UNA PUBLICACIÓN DE EDITORIAL ÓSCAR DE LEÓN PALACIOS (2440-9849 Y 50). AL AUTOR ESTÁ DEDICADA LA XXXVIII FERIA MUNICIPAL DEL LIBRO: PLAZA MAYOR DE LA CONSTITUCIÓN, HASTA EL DOMINGO 13.

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