domingo, 13 de diciembre de 2009

Borrando la línea

Orly Michaeli*
El principio. Mi vida antigua. ¿Cómo llegó a ser tan complicada mi vida? La normalidad se ha vuelto una memoria distante que guardé en un cajón inaccesi-ble, a la par de mi esperanza. Y lo increíble es que mientras yo estoy en el baúl de un pick-up, volviéndome una sardina, la vida sigue para todos los demás. En algún lugar, la personas intercambian besos viscosos, comen tortillas bañadas en frijol y bailan al compás pegadizo del reggaeton.
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Me recuerdo cuando yo hacía esas cosas. Cuando yo no era fugitiva, sino una jovencita. Yo era Yasmín Tuxoy, una jovencita de 17 años que no pensaba en palabras como “pasaporte” o “migra”.

Tenía una casa, en el pueblo Viejo Día. Mis hermanas y yo trabajábamos en la pequeña sastrería de mi padre. Co-síamos mientras el radio murmuraba canciones húmedas que se suspendían en el aire pesado. El ritmo pegajoso colgaba sobre mi cabeza mientras mis de-dos se entumecían por la mala puntería de mi aguja.

Mis hermanas y yo regresábamos a la casa para cocinar la cena a mis hermanos. Cuando ellos regresa-ban del colegio, se sentaban alrededor de la mesa, ignorando sus deberes y burlándose de sus maestras nuevas. Yo me hacía invisible y trataba de oír todo lo que decían a pesar del silbido de los plátanos que se freían. En las mañanas, yo trazaba con mis dedos las puntadas de mi aguja, imaginándome lo que mis hermanos hacían en el colegio.

—Seño, me muero de calor. Puede mover su cabeza.

Sus palabras evaporan mi fantasía y me doy cuenta de que mi cabeza está recostada sobre su hombro. El señor, desgastado por los años, o quizás por la jornada, me mira con ojos melancólicos y suplicantes. Me acomodo y acuesto mi cabeza contra la pared metálica. Mi piel, húmeda por el sudor, se despega de brazos y piernas desconocidos. Cierro mis ojos, mientras una gota triste de sudor baja por el interior de mi cuello.

Extraño las cosas que nunca reconocí. Eran tan diminutas que las pasaba día a día sin dedicarles una mirada. Extraño el olor de mi casa, una mezcla de frijol y gallinas luchando contra el mal olor del río cercano. Extraño la grama de mi jardín, áspera como la cabeza de un soldado.

Extraño acostarme en mi cuarto y ver a las estrellas saludarme entre los espacios del techo de lámina, mientras el aire se llenaba de los sollozos de los cohetes que celebran el cumpleaños de alguien. Extraño las manos de mi abuela, arrugadas como el río en un día con poca brisa; extraño la voz de mi papá, tan ruda y varonil.

Extraño las innumerables huellas que quedaban en los caminos polvorientos después de misa, y cómo mis hermanas y yo tratábamos de adivinar a quién le pertenecían. Extraño manosear la fruta colorida del mercado mientras las vendedoras chismoseaban con voces urgentes. Extraño cómo los dedos de mi hermana Luisa se entrelazaban en mi pelo y tejían trenzas perfectas.

Dejo que las memorias se envuelvan en mi cuerpo, como ramas que me arraigan a mi casa. Mi corazón parece latir sobre vidrio roto y empiezo a pensar en él.

Mi cara está empapada con una mezcla de sudor y lágrimas. No es raro ver a alguien soltando llantos en el pick-up. Al principio, partían el aire denso como una bala; pero ahora se han vuelto la banda sonora del viaje. Otras canciones incluyen la melodía del carro esforzándose por subir una colina, el suspiro in-tranquilo del viento, el murmullo del tiempo perdido y la respiración preocupada de nueve mexicanos, cuatro guatemaltecos y tres salvadoreños.

*ESTE FRAGMENTO DEL CUENTO BORRANDO LA LÍNEA, ESCRITO POR ORLY MICHAELI, PERTENECE A MIRANDO AL SUR. SERIE COMPUESTA POR SEIS CUENTOS QUE ABORDA EL TEMA MIGRACIONES. LA GUATEMALTECA MICHAELI FIGURA JUNTO A AUTORES DE MÉXICO, EL SALVADOR, HONDURAS, MIAMI Y COSTA RICA. SU CUENTO SE PRESENTARÁ EL MIÉRCOLES 16, A LAS 7 P.M., EN EL CENTRO CULTURAL DE ESPAÑA. CUATRO GRADOS NORTE, ZONA 4. LA ENTRADA ES LIBRE.

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