Eddy Roma reseña Los muertos deben morir, los cuentos recientemente publicados por Felipe Valenzuela. El autor considera a estos cuentos su primera obra escrita.
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Me contaba entre los lectores que aguardaban la publicación de la columna El demente ágil, escrita por Felipe Valenzuela (Guatemala, 1963) y publicada de 1992 a 1996 en el suplemento Magazine 21. Contrario al periodismo de saco y corbata, El demente ágil demostraba que se podía escribir para la prensa con esmero e inventiva.
Recuerdo una crónica que refería cómo un relato fantástico, a punto de armarse, era interrumpido por tiroteos demasiado cercanos, carreras clandestinas de autos y el llamado de una bella amiga en apuros. Una muestra de esos escritos fue reunida en Antología demente, publicada en 1994.
Este año, Valenzuela suma a su cuenta bibliográfica la publicación de Los muertos deben morir. En un aviso colocado en la página cinco nos aclara que, en rigor, este segundo libro de cuentos es su primera obra escrita. Su extensión le impedía caber en el formato fijado por la colección Ayer y hoy, en la cual se publicó Antología demente, por lo que fue postergada.
En varios de los cuentos acá reunidos, Valenzuela recorre los parajes signados por la infancia, la adolescencia y la camaradería. Las canciones de los Beatles acompañan el viaje a la ciudad de Bamberg, en Alemania. Los desplazamientos al centro de la capital en busca del nuevo disco de Pink Floyd se aderezan con comentarios favorables a Led Zeppelin, Jethro Tull y King Crimson, la música pesada de la época. Las imágenes de entonces sirven para escribir líneas como estas, tomadas de El agua nunca es igual: “Recorrí la ciudad largo rato, deslumbrado por el caleidoscopio arquitectónico que salía a mi paso: ventanas finamente contorneadas en casas como de chocolate, ángeles góticos empotrados en las esquinas, suministrando un hilo potable por la boca; esculturas de jinetes prusianos que parecían indicarme hacia dónde seguir”.
Valenzuela no se limita a satisfacer el requisito del final sorpresivo en el cuento. Si se tenía la esperanza de que algún giro remediara la situación de los protagonistas, el último dato que aporta termina por reforzar el estupor o la impotencia en que ya los tenía sumidos. Ocurre en Excepción con la regla y Tímpano Gómez y su oreja derecha, donde dos fenómenos inexplicables (el muchacho que sufre la menstruación y el delator que deja caer su oreja en cualquier rincón, de donde extrae datos reveladores) resultan desastrosos para las personas que les son más amadas.
Cabe agregar que varios de los personajes ideados por Valenzuela carecen de padre, por fallecimiento o abandono. Según les corresponda, quedan a cargo de la tiranía o la benevolencia de la madre. Un destino que comparten con Roger Waters, cantante, bajista, compositor y autor de las letras del grupo inglés Pink Floyd, vuelto protagonista del relato Oh by the way, which one’s Pink? Con el español esquemático que le atribuye el autor, Waters intenta demostrar a su joven admirador guatemalteco que el rock no es la maravilla ideada por las revistas y creída por los seguidores. “El rock se ha vuelto otra manera de religión”, le dice, al terminar. “Una religión muy fascistoide, por cierto”.
La fantasía no está demasiado separada de la realidad. Como se refiere en Hace tiempo, tiempo después, el ingreso al consultorio de una dentista permite desplazamientos al pasado, en 1974, o al futuro, ya no tan lejano, representado por 2014. Doriana, con sus guiños a El exorcista y El retrato de Dorian Gray, maneja un suspenso poco usual en la narrativa local.
En El pistolón, el periodista se impone sobre el narrador para expresar que “la carnicería despiadada del conflicto armado había cedido espacio a un hampa de mafias en formación, que igual mataba sin disimulo y abría espacios a una progresiva violencia callejera”. La violencia desatada por dos bandos con más similitudes que oposiciones, con sus cacerías de gente pensante, sus matanzas entre la población civil, y su voluntad de impedir que hasta los muertos descansen en paz, me recuerdan que otros peligros, a golpe de pandereta, acechan a quienes buscan el conocimiento.
LOS MUERTOS DEBEN MORIR, DE FELIPE VALENZUELA. ARTEMIS-EDINTER, 2009. 140 PÁGINAS
T. Eddy Roma. eddyjromaa@hotmail.com
I. Alejandro Azurdia. aazurdia@sigloxxi.com
domingo, 15 de noviembre de 2009
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