domingo, 15 de noviembre de 2009

Ghostgirl

Tonya Hurley*
Como los demás, Damen nunca le había prestado a Charlotte la menor atención, y un poco de maquillaje y un alisado profesional era poco probable que fueran a cambiar su actitud. Aun así, Charlotte no perdía la esperanza. La esperanza de que si conseguía pasar un tiempo valioso con él, sobre todo ahora que había mejorado su aspecto exterior, la cosa saldría bien.
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Y no era sólo que se hiciera ilusiones; se trataba de una conclusión a la que Charlotte había llegado después de observar a Damen detenidamente. En los centenares de fotografías que le había hecho a escondidas a lo largo de varios años, Charlotte creía haber detectado cierta decencia, por qué no decirlo, en él. Estaba en sus ojos, en su sonrisa.

Damen era imponente y atlético y se comportaba como puede esperarse de un auténtico guaperas, es decir, con superioridad, aunque sin que por ello dejara de ser agradable. No era de sorprender que fuese esa decencia el rasgo de Damen que menos le gustaba a Petula. Quizá era la cualidad que más detestaba por tratarse precisamente de aquella de la que más carecían ella y todas sus amigas.

Con la risa de las candidatas a animadoras resonando todavía en sus oídos, Charlotte, de camino al gimnasio, deseó con todas sus ganas que la suerte se pusiera de su parte. Las asignaciones de las taquillas estaban expuestas en la doble puerta, y Charlotte se dirigió directamente hacia ellas. Recorrió despacio con el dedo la columna de nombres dispuestos por orden alfabético en la hoja de la pe a la zeta, echando un vistazo a los números de taquilla correspondientes mientras buscaba el suyo.

Todos los nombres le eran familiares; eran compañeros con los que había crecido, a los que conocía desde preescolar, primaria o secundaria. Sus rostros se encendieron y apagaron sucesivamente en su cabeza como un pase de diapositivas. Luego llegó a su nombre: “Usher Charles. Taquilla 7”.

“¡Siete! ¡Número de buena suerte!”, se dijo interpretando aquello como un buen augurio. “Un número bíblico, es más.” Rebuscó en su mochila y extrajo un lápiz, lo devolvió al interior y pescó un bolígrafo. Corrigió su nombre de forma permanentede “Charles” a “Charlotte”. No quería ningún error, y menos en este día.

Otra inspección con el dedo por la lista le reveló que la taquilla de Damen estaba en la otra punta del edificio. Echó a andar hacia la suya propia, dándose ánimos mentalmente.

“No pasa nada”, se consoló Charlotte, que probó la combinación de su candado un par de veces, abriendo y cerrando la puerta de su taquilla cada vez, antes de salir en busca de la de Damen.
Continuó andando y hablando para sí, mientras gesticulaba como un histrión que ensaya un monólogo, y de repente sintió como si se ahogase.

Preocupada, advirtió que había alcanzado la pasarela, la cual aparecía atestada de fumadores que daban una última calada antes de clase. La exhalación sincronizada de monóxido de carbono producía una densa niebla acre y ya era demasiado tarde para contener la respiración. Así que apretó el paso. Las conversaciones fueron apagándose una a una al paso de Charlotte. Las colillas, extinguidas en vasos de café extragrandes o pisoteadas en el cemento mientras las últimas virutas de humo se elevaban en torno a ella.

Cuando hubo dejado atrás la neblina y se acercaba a las puertas del extremo opuesto de la pasarela, Charlotte vio cómo un puñado de estudiantes se arremolinaba y retrocedía por el corredor, igual que cazadores de autógrafos a la puerta de la entrada de artistas de una representación que ha colgado el cartel de localidades agotadas.

—¡Damen! —exhaló sobrecogida. Por encima de la multitud no acertó a divisar más que su espesa y hermosa cabellera, pero era cuanto necesitaba ver. Tenía la certeza de que era su pelo. Ni moldeador, ni cera, ni crema, ni gomina, gel, champú de volumen, espuma o rastro alguno de metrosexualidad. Nada más que una imponente cabeza de pelo ondulado. Sin perder de vista su presa, Charlotte echó a andar con aquella insólita modalidad desesperada de paso atropellado que ya empleara esa mañana para alcanzar la parada del autobús, y se precipitó jadeando hacia la taquilla contigua a la de él. Llegó un instante antes que Damen y su multitud de adoradores, que había abierto una brecha para dejarle paso.

Hacía mucho que no estaba tan cerca de él, y aquello la afectó más de lo que habría pensado. Le había visto, en fotos al menos, durante todo el verano, pero ahora lo tenía allí, en persona.

CHARLOTTE USHER SE SIENTE PRÁCTICAMENTE INVISIBLE HASTA QUE UN DÍA LO ES DE VERDAD. PEOR AÚN: ESTÁ MUERTA. PERO ESO NO IMPIDE QUE SIGA CON SU PLAN: SER POPULAR PARA SEDUCIR AL CHICO QUE AMA.

GHOSTGIRL, DE TONYA HURLEY, PERTENECE A LA SERIE INFANTIL Y JUVENIL DEL SELLO ALFAGUARA. EL LIBRO ESTÁ A LA VENTA EN LAS PRINCIPALES LIBRERÍAS. VISITE ALFAGUARAINFANTILYJUVENIL.COM.

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