domingo, 1 de noviembre de 2009

Ventanas al Universo (III)

Eduardo Rubio * Ventana al cielo
Hoy quiero comentar sobre la herramienta que los astrónomos utilizan para estudiar la luz visible: el telescopio. Es por medio de la luz que nos llega de las estrellas y planetas, que la humanidad estudió el Universo durante varios milenios y que logró construir modelos para explicar el movimiento de los planetas.
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A pesar de la gran cantidad de información que es posible registrar con nuestros ojos, fue necesario esperar hasta la invención del telescopio para atisbar la magnitud de las escalas cósmicas y la variedad de fenómenos que existen en el Universo.

Durante 400 años la aplicación del telescopio en observaciones astronómicas ha permitido descubrir y entender muchísimos fenómenos estelares y debido a esto, el óptico es quizás la ventana mejor explorada de todas.

No se conoce con certeza cómo y cuándo se supo en Europa de la existencia de anteojos que permitían magnificar cosas lejanas. De los estudios realizados por los historiadores sobreviven los nombres de tres holandeses: Hans Lippershey, Zacarias Janssen y Jacob Metius, todos ellos fabricantes de anteojos para teatro. Hacia 1608 llegó a oídos del italiano Galileo Galilei la existencia de este tipo de anteojos.

De acuerdo con lo descrito por Galileo en su libro El mensajero de los astros, él logró adquirir ejemplares de estos lentes fabricados en los Países Bajos, y empezó a estudiar cómo mejorarlos. Es de esta manera como logra construir una versión de telescopio que permitía hasta 3 aumentos y que más tarde, al perfeccionar la técnica de construcción, alcanzaría 30 aumentos.

Con este telescopio Galileo empezó a realizar observaciones sistemáticas del cielo, descubriendo cosas nuevas: los cráteres y mares de la Luna, las fases que presenta el planeta Venus, la cohorte de satélites de Júpiter, y la naturaleza estelar de la Vía Láctea. Nuevos y más grandes telescopios se construyeron luego del telescopio de Galileo, que revelaron innumerables descubrimientos.

El telescopio de Galileo utilizaba lentes, como los utilizados para hacer anteojos para leer. Este tipo de telescopios se denominan refractores, ya que los lentes del objetivo magnifican los objetos refractando la luz (la refacción es el mismo fenómeno que hace que una varilla se tuerza al sumergirla parcialmente).

Hacia 1668 Isaac Newton inventó, aprovechando las propiedades geométricas de la parábola, un nuevo tipo de telescopios llamados relectores, los que magnifican objetos reflejando la luz mediante un espejo parabólico. Hacia finales del siglo XIX los telescopios más grandes utilizados eran refractores, siendo el más grande el de Yerkes, en Estados Unidos, con un diámetro de 102 cm.

En cuanto a los reflectores el problema que limitó su tamaño era construir y pulir espejos de grandes dimensiones. Estas limitaciones fueron superadas durante la primera mitad del siglo XX, con la inauguración del telescopio Hooker de 2.5 metros. En la actualidad existe una gran variedad de telescopios reflectores; los Ritchey-Chrétien son los más utilizados en todos los telescopios profesionales del mundo, ya que emplean espejos hiperbólicos para evitar distorsiones.

Para aumentar el diámetro de los espejos muchos observatorios modernos los utilizan segmentados en paneles, o combinan la señal de varios telescopios. Entre los observatorios más grandes del mundo están el Gran Telescopio Binocular en EE.UU. (11.7 m), el Gran Telescopio de Canarias (espejo segmentado de 10.4 m) y el del Observatorio de Páranla, con 4 telescopios de 8.2 metros. A corto plazo existen planes para construir un telescopio de 30 metros. Imagine usted qué se descubrirá.

*Eduardo Rubio Herrera es Licenciado en Física por la Usac y cursa un doctorado en Astrofísica en la Universidad de Ámsterdam.

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