Eduardo Rubio* Ventana al cielo
En las últimas entregas he abordado temas como la historia de la astronomía, los motivos que me llevaron a estudiar astronomía, y también he dedicado una larga serie de artículos a explicar la evolución estelar.
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En otra entrega hacía referencia al estado de las ciencias en América Latina, y hoy quiero hacer una reflexión relacionada con la importancia de promover e invertir en ciencia. Escribo esto debido a una actividad que se organizó en nuestro país a finales de julio: Converciencia 2009.
Esta actividad, organizada por el Concyt, estuvo destinada a promover la difusión de la ciencia en nuestra sociedad y la participación de científicos que trabajan en diversas áreas del conocimiento humano dentro y fuera del país.
Es perfectamente válido que usted, amigo lector, se pregunte: ¿Y para qué sirve promover la ciencia en un país como el nuestro? Tengo buenas razones para creer que la ciencia es algo que debemos promover.
La inversión en ciencia a largo plazo permite crear una masa crítica de personas (científicos) con conocimiento especializado en diversas áreas del saber humano.
Estas personas son capaces de resolver problemas únicos de una sociedad, o bien de una rama de las ciencias puras. Entonces me preguntará usted nuevamente ¿Qué diferencia hacen estas personas con conocimiento especializado de otras que pueden hacer un trabajo semejante sin un estudio especializado?
La diferencia es que estas personas han sido entrenadas en el método científico, el cual, a partir de observaciones meticulosas y hechos concretos, permite predecir el comportamiento esperado de un sistema en el futuro. Un ejemplo sencillo: si usted conoce las leyes físicas que rigen el movimiento de la Luna, el Sol y la Tierra, puede calcular con exactitud cuándo va a ocurrir un eclipse de Sol, o bien, hacer que una nave espacial se pose en la superficie de la Luna con delicadeza.
Un ejemplo más dramático es el que se presenta cada invierno en nuestro país, cuando algún huracán visita las costas y deposita una cantidad de lluvia enorme en las laderas de las montañas. Si existieran los recursos monetarios y humanos para crear un monitoreo sistemático podríamos estar, cada invierno, en la capacidad de saber cuándo es más probable que ocurra un deslizamiento, y quizá con ello salvar las vidas de algunas personas.
Estos son ejemplos del beneficio a corto y mediano plazo que tiene el invertir en ciencia. A largo plazo los beneficios son aún más estimulantes, no sólo para una sociedad sino para el mundo entero. En 1905 Albert Einstein explicó el efecto fotoeléctrico, fenómeno por el cual es posible desprender electrones de ciertos materiales al bombardearlos con la luz adecuada. El entendimiento de este efecto permitió luego desarrollar cámaras muy sofisticadas utilizadas por los astrónomos para detectar las estrellas más débiles en el cielo.
Por muchos años esta tecnología fue utilizada casi exclusivamente por los astrónomos en sus telescopios. En la actualidad este tipo de cámaras son accesibles para muchas personas en todo el mundo: hablo de las cámaras digitales. Son tan populares que revolucionaron la forma convencional de hacer fotografías y las debemos a la idea de un científico teórico hace más de 100 años.
¿Era Einstein un ser humano diferente de los que viven en Guatemala? ¡No! ¿Cuál es la diferencia entonces? Quizá que la sociedad donde él vivía reconoció la importancia de la ciencia y de los científicos. Como ven los beneficios son ilimitados. Actividades como Converciencia crean conciencia en la sociedad sobre la importancia capital que tiene para un país la inversión en ciencia. Es necesario invertir en ciencia. Es tiempo de invertir en ciencia.
* Eduardo Rubio Herrera (Guatemala, 1978) es licenciado en Física por la Usac; estudió una maestría en Astronomía en la UNAM y actualmente cursa un doctorado en Astrofísica en la Universidad de Ámsterdam en los Países Bajos.
domingo, 23 de agosto de 2009
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