domingo, 2 de agosto de 2009

Deseos de científicos





Hace 10 días concluyó Converciencia, el evento científico más importante del año. Alejandro Arriaza simplifica teorías, traduce conceptos y cuenta las inquietudes y deseos de los cerebros fugados que desean contribuir al impulso de la ciencia en el país.
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El hombre tiene la apariencia de un amable profesor de secundaria: barba cerrada, camisa a cuadros de manga corta, lentes, aire serio aunque vagamente distraído.

Quienes están a su alrededor parecen alumnos del último año de bachillerato: jóvenes delgados, de pelo algo largo y desordenado, camisetas y jeans. Parece la reunión de un consejo estudiantil con la presencia de un docente supervisor.

La realidad es otra. Los jóvenes presentes, casi sin excepción, cursan doctorados en física o matemática —o ya los tienen— en universidades europeas; el amable profesor es Fernando Quevedo, reconocida autoridad en física teórica de alta energía, con 11 años de ocupar una plaza de residente investigador en la Universidad de Cambridge —uno de sus colegas es el renombrado físico Stephen Hawkins.

La reunión es una mesa de trabajo que forma parte de Convercien-cia, un evento que convoca cada año, desde hace cinco, a científicos guatemaltecos radicados en el exterior que comparten sus experiencias, durante una se-mana, con sus colegas que trabajan en Guatemala. Converciencia se realizó del 20 al 24 de julio pasado.

Normalmente los científicos comparten sus experiencias con el público en general, pero este año reservaron un día para reunirse entre sus pares y hablar de sus ex-periencias, dudas y sugerencias en varias mesas de trabajo, dispersas por el Colegio de Profesionales en la zona 15.

Discusión en las mesas
La mesa del “profesor de secundaria” y sus “alumnos” es la de ciencias básicas, que agrupa disciplinas puras como la física y la matemática. La lluvia de ideas no se detiene.

Uno de los participantes se queja de que algunos padres de familia no incentivan en sus hijos el interés por las carreras científicas, pues favorecen otras más productivas, generadoras de más ingresos económicos.

Otro se queja de que semilleros de futuros científicos, como las Olimpiadas de Ciencias, no se sistematizan y no se les da seguimiento. La conversación deriva a problemas prácticos, como la dificultad de acceder a los célebres journals, las revistas científicas extranjeras donde se publican prácticamente todos los hallazgos científicos de todas las ramas (hay docenas de journals distintos, todos especializados) por su elevado costo.

¿Cómo paliar este problema?, cuestiona uno. Una colaboración entre universidades, en donde todas aporten un poco de dinero y para tener acceso a estos documentos en ediciones electrónicas, sugiere otro. “No se preocupen por eso”, sonríe Luis von Ahn, doctor en informática, “en 10 años todo va a estar disponible gratuitamente en Internet al al-cance de todos; es más barato esperar una década que gastar los miles de dólares que cuesta anualmente un journal (alrededor de $5 mil anuales por cada colección de publicaciones)”.

En las otras mesas de trabajo la discusión es igual de intensa. En la de ambiente, expertos en cambio climático y energía renovable se bombardean incan-sablemente con sugerencias sobre cómo resolver la problemática nacional al respecto.

Que si la energía eólica es complicada porque el flujo eléctrico que genera es irregular y hay que conseguir equipo especial para regular los cambios de corriente; que si la energía solar es nuestro gran factor desperdiciado, aprovechada como lo es por países donde ni siquiera brilla el Sol durante largas épocas del año —como Alemania y Dinamarca—; que si la energía nuclear no debería desestimarse, pues sus costos de operación son relativamente bajos aunque la inversión inicial sea prohibitiva.

Alguien, poniendo el dedo en la llaga social, apunta que las hidroeléctricas son una opción de peso, salvo que lamentablemente generan rechazo de las comunidades donde se podrían cons-truir.
Justamente en la vecindad, la mesa de las ciencias sociales —invitadas especiales este año— abordan situaciones como que en áreas como San Miguel Petapa los jóvenes tienen sus primeras experiencias con licor y cigarrillos a los 9 años.

En el país sólo se ha explorado la psicología clínica, apunta un profesional que ejerce en Estados Unidos, la cual estudia al individuo, y no se trabaja la psicología forense, que estudia a la sociedad. Tampoco se ha sistematizado el cono-cimiento de la cultura maya, señala otro miembro de la mesa. En otro nivel del edificio, profesionales de la salud discuten sobre inmunología y biotecnología. Un huracán de ideas capaz de marear al más tranquilo.

Todos los que discuten son profesionales que ejercen sus disciplinas en Alemania, Holanda, Inglaterra, Canadá, Estados Unidos... ¿Por qué vuelven estos científicos a esta reunión de colegas cada año a su país de origen? O lo que es más importante preguntarse: ¿Por qué se fueron en un principio?

Fuga de cerebros
Las historias varían y el común denominador suele ser alguna oportunidad que se abrió a estas personas. Wálter Mérida, quien trabaja con energía sustentable en Canadá, obtuvo una beca a los 17 años para estudiar un bachillerato internacional en Italia, y gracias a ello obtuvo otra para estudiar una licenciatura en Física y Química en Canadá.

Jesús García-Ruiz, doctor en antropología que trabaja en Francia, viajó a ese país por decisión personal, para aumentar su formación y decidió quedarse allá. Eduardo Rubio, que estudia su doctorado en astrofísica en Holanda, se fue de Guatemala porque aquí no podía ser astrónomo (esta carre-ra no existe en el país).

En todo caso, dice Eduardo Ortiz, doctor en Física por la universidad de Berlín y especializado en matemática financiera en Oxford, dice que salir del país es necesario porque ayuda al crecimiento personal y profesional. El problema no es irse, sino no regresar. El doctor Mérida apunta que parte del problema es la edad. “Cuando uno es más joven, volver a su patria es más fácil, tiene uno menos compromisos personales; después al fundar una familia y hacerse de más obligaciones laborales, eso dificulta las cosas”, asevera.

“Y en Guatemala hay un esfuerzo limitado para apoyar el retorno de jóvenes que se han formado en ciencias en el extranjero”, dice García-Ruiz. Pero a los jó-venes profesionales que quisieran volver, ¿qué les espera aquí? No demasiado, puesto que la ciencia no ha ocupado un lugar importante en la agenda política del país sino hasta los últimos años.

“En Guatemala no existe una cantidad fija del Producto Interno Bruto (PIB) para ciencia y desarrollo, que en países como Finlandia puede llegar hasta el 5% (es una de las cifras más elevadas de Europa)”, indica Quevedo. Y ese es uno de los puntos en las peticiones que los científi-cos han dejado por escrito este año. Los otros son la creación de la Escuela de Física y Matemática, independiente de la Facultad de Ingeniería de la Usac, que es donde se imparten estas disciplinas actualmente, y del Instituto Guatemalteco de Ciencia y Tecnología (nombre tentativo), un centro superior de alto nivel don-de científicos con gran preparación puedan realizar sus investigaciones.

Ciencia en pañales
“En otros países, la ciencia no es cuestión de fomento”, dice Ortiz. “El estamento político consulta a los científicos, no porque éstos tengan todas las respuestas, sino porque se dedican a buscarlas, pero esta actitud oficial es producto de siglos, data de los albores de la edad industrial. Newton era un héroe en su tiempo; sus enfrentamientos intelectuales con Leibnitz eran célebres. Darwin fue enterrado con grandes honores de Estado, algo poco común para civiles que no partici-paban en política o en guerras”.

“En Guatemala, en cambio, apenas en 1991 se creó el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Concyt), órgano rector del impulso científico”, cuenta la doc-tora Rosa María Amaya, quien encabeza la Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología (Senacyt), brazo ejecutor del Concyt. Y la mención de este organismo fue algo en común de todas las conversaciones y foros de Converciencia. En el Concyt ponen todos los científicos sus esperanzas y preguntas, pues es el encar-gado gubernamental de gestionar los escasos fondos oficiales disponibles y cooperaciones con el extranjero.

“Cuando se creó el Fondo para las Ciencias, en 1992, se asignaron Q15 millones anuales para investigación, cuota que aún no ha sido modificada”, cuenta Amaya. “Con la depreciación del quetzal, ahora serían como Q50 millones, que de todos modos es poco dinero. Sin embargo, el Concyt ha hecho un buen trabajo en el área de contactos internacionales”.

Han conseguido que el Gobierno de Corea del Sur done becas a estudiantes de doctorados en ciencias, y el Concyt sólo debe poner los pasajes de avión. El Gobierno del mismo país donó un Centro de Información para la Facultad de Ingeniería que vale medio millón de dólares, y el de Taiwán, cuatro centros comunitarios digitales con un valor de $50 mil cada uno.

Otro centro similar, de alrededor de $40 mil, fue donado por el Gobierno de la India. “Y es que la India es un país donde han apostado por la ciencia”, indica Ortiz, “una apuesta casi suicida por sus implicaciones políticas para un país tan pobre, y que sin embargo, fue una decisión acertada. No hay que olvidar que el premier indio, Manmohan Singh, es un académico de brillante preparación uni-versitaria. Hoy la India es un centro internacional de investigación en informática y coquetea con la energía nuclear”.

“Pero no sólo se buscan donaciones, sino aprender de los científicos que vienen a instalar estos equipos”, dice el ingeniero Hugo Romeo Masaya, director de actividades y programas especiales de Sena-cyt.

¿Adónde va la ciencia?
Conversando con los científicos asistentes se percibe un aire de optimismo respecto al estado de la ciencia en el país. El doctor García Ruiz cuenta cómo ha formado a varios guatemaltecos en sus doctorados en antropología, además de indicar que no se deben pasar por alto los elevados focos de investigación de Guatemala, como las facultades de Ciencias Químicas y Farmacia y de Agronomía de la Usac, o la Fundación del Azúcar.

El doctor Mérida comenta satisfecho que se les ha invitado a participar en comisiones que tendrán contacto a nivel Legislativo y Ejecutivo, para que el cambio en el rumbo de las ciencias en Guatemala adopte forma de políticas de Estado.

El doctor Quevedo ve avances en la creación de la Escuela de Física y Matemática y el Instituto de Ciencias, cuya creación él mismo ha impulsado. El interés de Quevedo por darle nuevos espacios a la ciencia en el país lo llevó a gestionar, con un instituto de investigación de Italia, los fondos para que tres jóvenes científicos, doctores en física, asistieran este año a Converciencia.

“El Concyt apoya en pasajes”, dice, “pero sobre todo para los científicos más reconocidos. Yo que-ría la presencia de gente más joven”.

Los retos son muchos. “La creación de los nuevos institutos, sin embargo, depende de gestiones políticas y económicas, aunque hay una corriente de simpatía hacia ellos”, dice el ingeniero Masaya. Y también debe involucrarse la iniciativa privada, opinan los físicos durante su mesa de trabajo. “El sector privado debe entender que poner su dinero en la ciencia no es un gasto, sino una inversión”, dice Mérida.

Cabe preguntarse ¿para qué invertir en ciencias? Pienso en ello, mientras escucho al doctor Quevedo explicarle a un público fascinado cómo todos los ele-mentos químicos que forman al ser humano se encuentran en las distintas capas que forman una estrella. “Somos, por lo tanto, hijos de las estrellas”, dice el investigador de Cambridge.

Un rato antes oí al futuro doctor Rubio explicar en una conferencia cómo las estrellas, al morir, se hacen más y más densas, hasta convertirse en los misteriosos cuerpos cuya gravedad es tal que ni siquiera deja escapar la luz: los agujeros negros. Adolescentes y adultos maravillados oyen los golpecitos rítmicos que el astrofísico hace sonar a través de las bocinas de su laptop.

Son las señales, convertidas en sonido, que emiten las estrellas moribun-das llamadas pulsares: en verdad estamos oyendo a una estrella. Y me digo que, además de darnos las soluciones más prácticas y acertadas para nuestro desa-rrollo como país, para eso necesitamos la ciencia, para sentirnos unidos al universo que nos rodea, para ayudarnos a crecer y a soñar.

LLUVIA DE ESTRELLAS
Este año 21 científicos guatemaltecos dejaron, durante una semana, sus puestos de investigación en el extranjero para asistir a Converciencia y compartir sus experiencias con docenas de sus colegas radicados en el país.

Los hombres y mujeres de ciencia trabajan en universidades y centros de investigación de Nor-teamérica y Europa, y se especializan en áreas tan dispares como genética, telecomunicaciones, física teórica, microbiología e ingeniería artificial.

LOS VICES Y LAS CIENCIAS
“En 1996 el Concyt recibió el impulso del vicepresidente Luis Flores Asturias, quien firmó el acuerdo gubernativo que dio vida al Fondo para el Impulso de las Ciencias”, dice Amaya.

Guatemala ha tenido, además, la suerte de contar con otros dos vicepresidentes que son científicos: el doctor Eduardo Stein, científico social, y el actual vicepresidente, Rafael Espada, conocido por su amplia experiencia internacional en la medicina.

Sin embargo, el objetivo del Concyt es impulsar una política institucional que se traduzca en programas que se lleven a cabo independientemente del interés o desinterés en la ciencia del vicepresidente de turno.

GUATEMALTECOS AL CERN
Otro de los resultados de Converciencia de este año es la firma próxima de un acuerdo que permitirá la participación de científicos guatemaltecos en el proyecto del Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en francés), que construyó en la frontera franco suiza un enorme aparato de 27 kilómetros de circunferencia, el Gran Colisionador de Hadrones, para acelerar partículas a gran velocidad y saber más sobre las moléculas que forman los átomos.

El proyecto causó temor entre la población, pues se llegó a especular que sería posible que, por accidente, el experimento creara un agujero negro que se tragaría el planeta entero. El doctor Quevedo, cuyo trabajo en la teoría de las supercuerdas es parte de los antecedentes científicos que hicieron posible este experimento, dice tranquilizador que tal cosa es absolutamente imposible. Y ahora, gracias a este acuerdo, nuevos científicos guatemaltecos pueden aportar a esta búsqueda de las partículas más diminutas de la materia.

T. Alejandro Arriaza alecantautor@hotmail.com
I. Alejandro Azurdia azurdia@sigloxxi.com

1 comentarios:

Eduardo Ortiz dijo...

Querido Magacín:

Gracias por el amplio e informativo resumen!

Quiero corregir los detalles del político indio que a la vez es físico. Se trata de Rajnath Singh, el presidente del partido Bharatiya Janata. El fue uno de los brazos derechos del premier Atal Bihari Vajpayee durante su gobierno.

No obstante el economista y actual premier Manhoman Singh, tampoco es de mala calaña. La universidad de Cambridge otorga becas nombradas en su honor a estudiantes indios de... ciencias y tecnología.

Agradezco a Ramiro Montealegre por compartir sus conocimientos de la política científica india en Converciencia. A él se debe este ejemplo.