domingo, 10 de mayo de 2009

“Hay toda una farmacia submarina aún por descubrir”

Óscar Cóbar
De estudiante, nos cuenta Sebastián Escalón, este químico guatemalteco quiso saber cuál era el principio activo de los remedios tradicionales. Al cabo de una brillante carrera es un especialista en las moléculas de animales marinos que podrían darle batalla al cáncer y al sida.
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Entrevistar al decano de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia de la Universidad de San Carlos no es cosa fácil: en cualquier momento, un asunto de interés nacional puede tener prioridad sobre la entrevista.

Esto es lo que en efecto nos ocurre: el día anterior a la cita, un grupo de desconocidos atacó e incendió las instalaciones del Biotopo Chocón Machacas, situado en Izabal, cuya gestión está a cargo de dicha Facultad. Óscar Cóbar tiene, pues, que retrasar nuestra charla para participar en una conferencia de prensa urgente. En ésta manifiesta su repudio ante los hechos y anuncia las medidas judiciales que la Usac emprenderá en contra de los responsables.

Al final de la conferencia, tal como lo había prometido, el decano nos invita a pasar a su despacho, en donde nos habla de su carrera científica y sus apasionantes temas de investigación. La sencillez y sentido del humor de este hombre de 53 años nos hacen olvidar que estamos frente a uno de los científicos más destacados del país.

Química en las venas
Empezamos preguntándole qué lo condujo hacia las ciencias químicas. “La Química empezó a interesarme a partir del bachillerato. Tengo un tío químico farmacéutico que quería que yo estudiara lo mismo que él, y por eso me daba clases particulares de Química. Como me gustó mucho empecé a estudiar esta materia en la Usac”, relata.

Entre todas las especialidades, Óscar Cóbar optó por una de las más difíciles, pero quizás también la más bella: la química orgánica. Esta es la química de la vida, la que tiene lugar en nuestras células, la que permite que en este momento usted esté leyendo este periódico mientras digiere su desayuno. Su objetivo es entender y aprovechar la ilimitada versatilidad de un elemento extraordinario: el carbono.

Al joven estudiante le apasionó el estudio de las plantas medicinales. “Me interesaban los remedios tradicionales, y quería determinar su principio activo, la molécula responsable de que uno se cure”. Óscar se graduó de Químico Farmacéutico en 1979 y obtuvo rápidamente una plaza de profesor en la Universidad. En 1989 su carrera dio un giro inesperado cuando aplicó y obtuvo una beca de la cooperación estadounidense, la USAID, para ir a estudiar a una universidad en Estados Unidos.

Esto coincidió con su decisión de abordar un nuevo tema de investigación: la química de los organismos marinos. La idea era buscar plantas y animales marinos que sintetizan naturalmente moléculas que luego podrían ser convertidas en remedios contra enfermedades como el cáncer y el sida (lea Medicamentos del fondo del mar).

Puesto que sus estudios requerían cierta proximidad con el mar y con los arrecifes de coral, en donde se encuentra la mayor diversidad de especies, Cóbar decidió realizar su doctorado en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Él y su familia se mudaron en 1990 a la isla caribeña, cuyo peculiar estatus político le permite gozar de todas las ventajas de un Estado de la Unión Americana. “La Universidad de Puerto Rico está al nivel de las mejores del mundo. En cuanto a equipos y materiales de investigación, no tiene nada que envidiarle a nadie”.

Allí empieza un período feliz de intensísimo trabajo. “En Puerto Rico, yo estudiaba día y noche. Allí, para acceder a los instrumentos de última generación hay que pedir turno inscribiéndose en una lista. Yo solía pedir turno a las dos o tres de la madrugada para poder trabajar tranquilo, sin prisas y sin que nadie me mo-lestara. Después de un tiempo ya me conocían todos los guardianes, y hasta tenía mi propia llave de los laboratorios”.

Volver a Guatemala
Tal dedicación acabó por dar frutos. En 1997 obtuvo su doctorado. Pero además, sus descubrimientos le valieron dos distinciones importantísimas: en 1994 recibió el Outstanding Graduate Research Paper de la National Science Foundation (NSF), que premia las mejores publicaciones científicas realizadas por estudiantes de doctora-do de las escuelas superiores de Ciencias de Estados Unidos. Y apenas un año después recibió el premio Robert Laurus, otorgado por la American Association for the Advancement of Science (AAAS) al mejor trabajo científico realizado en el área de Centroamérica y el Caribe.

Con su doctorado y estos valiosos premios en mano, Óscar Cóbar se enfrentó a un dilema: volver o no volver a Guatemala. Desde la Universidad de Virginia le llegó una oferta de trabajo, firmada por la mayor eminencia del momento en el campo de la química de productos naturales. La oferta era muy tentadora: en Estados Unidos podría realizar sus labores científicas con toda comodidad y con acceso a los más modernos instrumentos. Eso sin hablar del sueldo nada desdeñable que gana allá un buen investigador...

Sin embargo, a pesar de estas ventajas, Óscar Cóbar no se dejó seducir por esos cantos de sirena y decidió volver a Guatemala, a su Alma Máter. “Yo siempre tuve la ilusión de volver a Guatemala. Quiero entrañablemente a mi Facultad y siempre le he sido fiel. Aunque las cosas no siempre fueron fáciles, nunca me he arrepentido de mi decisión. Vivo mejor aquí, y eso no tiene precio. Además, yo quería, con mi trabajo, hacer algo por mi país”.

A su regreso a Guatemala, en 1996, retomó su plaza de profesor. Y aunque en los primeros años no consiguió realizar las investigaciones que esperaba, no se dio por vencido y redobló de esfuerzos para alcanzar sus metas. Rápidamente, Óscar Cóbar se acercó a los puestos de poder: en 1998 fue nombrado director de la Dirección General de Investigaciones (DIGI) cuya misión es apoyar y financiar a los mejores equipos de investigación de la Universidad. Después de cuatro años al frente de esa entidad regresó a su Facultad para dirigir el Instituto de Investigaciones Químicas y Biológicas. Finalmente, después de toda una vida dentro de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia, fue electo decano de ésta.

Hoy en día, las labores administrativas ocupan gran parte de su tiempo. Ya no realiza él mismo experimentos, y es más frecuente verlo vestido con saco y corbata que con la tradicional bata blanca. Muchas veces añora el tiempo en que él mismo mezclaba los reactivos, agitaba los tubos de ensayo y esperaba ansiosamente a que las reacciones se produjeran. Y aunque sigue diseñando y supervisando los programas de investigación, ahora son sus estudiantes los que se ocupan del traba-jo de laboratorio. Aún así, el entusiasmo sigue siendo el mismo en esta tarea de arrancarle al átomo de carbono y sus acompañantes, algunos de sus secretos es-condidos en el fondo del mar.

Medicamentos del fondo del mar
¿Para qué proteger los arrecifes de coral y los ecosistemas submarinos de nuestras costas? Razones hay muchas: son una fuente de ingresos para el país mediante el turismo o la pesca. Además, los arrecifes y los manglares son una protección importante frente a los embates de los huracanes. Pero hay una razón adicional en la cual usted, probablemente, no había pensado: si esas especies marinas desaparecen, habremos perdido terreno en la lucha contra el cáncer y el sida.

No se trata de un acertijo: es la sorpresiva conclusión de las investigaciones de Óscar Cóbar, decano de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia de la Usac. Este investigador es uno de los especialistas mundiales de la química de productos naturales marinos. Su trabajo consiste en extraer de los tejidos de plantas y animales marinos, moléculas orgánicas que podrían convertirse en remedios contra dichas enfermedades. Y es que, según la expresión del investigador, hay toda una farmacia en el fondo del mar aún por descubrir.

A primera vista, parece difícil ver la relación entre las criaturas del mar y las enfermedades incurables que nos acechan. Para entenderla mejor, veamos el caso de los corales. Estos animales (no son plantas como muchos creen), son seres primitivos, blandos e incapaces de moverse.

Puesto que la ley de la selva también se aplica a los arrecifes, ¿cómo sobreviven los delicados corales en este ambiente hostil, plagado de animales feroces y hambrientos? Gracias a un arma defensiva que han desarrollado a lo largo de la evolución: las sustancias tóxicas. Sus células se han vuelto especialistas en sintetizar venenos muy poderosos que les permiten enviar el mensaje siguiente al resto de las criaturas acuáticas: “si me comes, te mueres”.

Al igual que los corales, muchos organismos acuáticos han adoptado esta estrategia: esponjas, medusas, algas o tunicados poseen en su arsenal defensivo, una amplia gama de moléculas tóxicas.

Ahora bien, entre un veneno y un remedio, muchas veces la única diferencia está en la cantidad que se inocula. Las moléculas sintetizadas por dichas especies marinas tienen una gran capacidad citotóxica, es decir que pueden matar células, y en esto reside la esperanza para curar nuevos tipos de cáncer.

Esta patología mortal aparece cuando un grupo de células empieza a multiplicarse rápidamente, sin ton ni son, escapando al control del organismo y provocando su muerte. Lo que buscan las terapias contra el cáncer es matar esas células rebeldes, dañando lo menos posible las células sanas. Y esto es precisamente lo que saben hacer las moléculas descubiertas por Óscar Cóbar en organismos marinos.

Tras las moléculas marinas
Las estadísticas y la historia reciente de la farmacia le dan la razón a los que creen que en los océanos están los medicamentos del futuro. “Las moléculas orgánicas de origen marino han demostrado tener una potencia diez veces superior a las moléculas de origen terrestre”, afirma Óscar Cóbar.

“El 25% de los 10 mil productos naturales ensayados anualmente por el Instituto Nacional de la Salud de los Estados Unidos contra el cáncer y el VIH provienen de fuentes marinas. Cada año se comercializan nuevos medicamen-tos contra el cáncer que provienen del mar”.

Durante el período 2005-2007, las farmacias se vieron enriquecidas con tres nuevos productos, cortesía de la fauna submarina. Entre estos, Yondelis, que se utiliza contra el cáncer de seno y que fue aislado de una ascidia, un extraño invertebrado con el aspecto de una bolsa gelatinosa pegada al fondo submarino. Otro ejemplo: Prialt, un analgésico aislado del poderoso veneno de un caracol marino llamado Cono de mago.

En los laboratorios de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia, la búsqueda de moléculas también ha dado muchos frutos, aunque, por ahora, no se ha creado ningún medicamento. Las decenas de artículos científicos publicados en las más prestigiosas revistas de química, así como las citas a estos escritos demuestran que el trabajo del equipo de Óscar Cóbar es tomado muy en cuenta internacionalmente.

El investigador nos explica cuáles son sus procedimientos para aislar moléculas nuevas: “Tenemos dos líneas de trabajo. La primera es ir a los arrecifes y recolectar las especies que no conocemos, siempre intentando dañar lo menos posible el medioambiente.

A partir de ahí realizamos estudios químicos preliminares, con los que intentamos extraer todas las moléculas que podamos para luego analizar sus efectos. La otra opción es colectar orga-nismos que ya han sido estudiados, aislar sus moléculas de interés, y modificarlas para intentar aumentar su poder”.

Óscar Cóbar y su equipo han descubierto hasta la fecha unas 50 moléculas nuevas, todas con interesantes propiedades citotóxicas, que podrían un día convertirse a su vez en remedios contra el cáncer. De estas moléculas, dos destacan sobre las demás: su estructura química es completamente nueva, y no se puede clasificar en ninguna familia química conocida. Estas moléculas podrían tener propiedades insospechadas que aún no se han estudiado en detalle.

En el laboratorio de Óscar Cóbar también se están analizando, gracias al apoyo del Concyt, moléculas parecidas a un medicamento contra el cáncer que pronto será comercializado en los Estados Unidos. Modificando ligeramente la estructura de esa molécula, llamada Eleuterobina, nuestros científicos han conseguido un producto potencialmente más eficaz contra el cáncer. Y no sólo eso: también ataca directamente a los virus como el VIH.

Sin embargo, hay que ser muy cautos cuando se habla de medicina. Estos son resultados muy preliminares, y entre todas las moléculas prometedoras que estudia un la-boratorio, pocas llegan a convertirse en medicamentos.

El proceso para que un medicamento reciba la autorización para ser comercializado es largo, complicado y extrema-damente caro. Generalmente, no dura menos de diez años. Sin embargo, muchas de estas moléculas son lo suficientemente interesantes como para que Óscar Cóbar piense en patentarlas. “Pronto llegará el tiempo en que tengamos que ponernos en contacto con una compañía farmacéutica. A ver si la industria nacional se lanza con nosotros en esta aventura”.

A pesar de los éxitos logrados por Óscar Cóbar y sus colaboradores, hacer investigación científica en Guatemala aún conlleva sus escollos y dificultades. Por ejemplo, la falta de instrumentos modernos: “Muchas veces tenemos que asociarnos con universidades extranjeras para realizar ciertos análisis químicos.

Pero estas colaboraciones se hacen con una condición: nuestros asociados aparecen, en las publicaciones científicas, como primeros autores de trabajos realizados en Guatemala, a partir de ideas origi-nales y organismos 100% nuestros”. Quizás suene injusto. Pero ese es el costo de la falta de inversión en las ciencias que aqueja este país.

“El 25% de los 10 mil productos naturales ensayados anualmente por el Instituto Nacional de la Salud de los Estados Unidos contra el cáncer y el VIH provienen de fuentes marinas. Cada año se comercializan nuevos medicamentos contra el cáncer que provienen del mar”.

“Tenemos dos líneas de trabajo. La primera es ir a los arrecifes y recolectar las especies que no conocemos, siempre intentando dañar lo menos posible el medioambiente. A partir de ahí, realizamos estudios químicos preliminares, con los que intentamos extraer todas las moléculas que podamos para luego analizar sus efectos. La otra opción es colectar organismos que ya han sido estudiados, aislar sus moléculas de interés, y modificarlas para intentar aumentar su poder”.

T. Sebastián Escalón. sebastianescalon@hotmail.com
F. Cecilia Cobar. ccobar@sigloxxi.com

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