Francisco Alejandro Méndez
España me recibió como se merece un enamorado. Encontré a Madrid primaveral, soleado y con miles de vilanos cayendo por las calles. Eso me recordó la escena de la televisión cuando llegan a su ciudad los ganadores de la serie mundial de beisbol en Estados Unidos. De los edificios caen millones de papeles, y ellos van en un auto convertible saludando a cuanto fanático les grita.
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España me recibió como se merece un enamorado. Encontré a Madrid primaveral, soleado y con miles de vilanos cayendo por las calles. Eso me recordó la escena de la televisión cuando llegan a su ciudad los ganadores de la serie mundial de beisbol en Estados Unidos. De los edificios caen millones de papeles, y ellos van en un auto convertible saludando a cuanto fanático les grita.
Pero yo voy aquí por Madrid en un taxi, al que nadie le echa siquiera una ojeada. Las semillas, convertidas en pequeñas bolas de pelos blancos, caen por miles, como nieve, pero sin frío. El taxista me ha dicho que muchos españoles sufren alergia por las benditas motas. En Guatemala les llamamos mishitos, por aquello de los gatos, pero no se ven en grandes cantidades.
Hago detener la marcha dos veces al taxista. Le muestro la foto de Inmaculada, donde cada vez que la veo está más hermosa. Se rasca la cabeza y me explica que Madrid es muy grande y que habría miles como ella.
Yo, un tanto molesto, le contesto que como ella ninguna. Prefiero ignorarlo antes que reventarle la cara.
Otra rubia parecida a Inma rebasó el taxi en un convertible. Inmaculada nunca me contó que tenía auto y menos que manejara. Quizá era una prima suya, porque son iguales.
Es domingo. Este día los taxistas tienen un suplemento especial para ellos, así que le pago el equivalente a 25 dólares por el viaje de Barajas a Gran Vía.
La pensión está en la calle Fuencarral. Alfonso habló con un amigo español fotógrafo. Él me recomendó el sitio. Parece que acertó en cuanto a mi situación económica. Soy más pelado que un gato. El sitio, aunque parecido a los refugios que utilizaron los kosovares para cubrirse de la estupidez, no está mal del todo. Con un par de maletas he subido seis niveles a pie por unas gradas que más parecen obstáculos. Está oscuro y pienso que no es un lugar indicado para invitar a Inmaculada. El dueño tiene más cara de cubano que de español. Es moreno, su hablado es caribeño.
Chico, ¿de dónde tú eres, de México? Eso nos ocurre con frecuencia a los centroamericanos. La referencia es México. Lo demás no lo conocen, o simplemente no existe para ellos. Pero, bueno, eso ya me tiene curtido; en Cuba me hicieron la misma pregunta. Es una de las grandes ofensas con que nos reciben en cualquier parte. Total, te la aguantás porque ni modo.
* * *
Mi cuarto es una total pocilga. La cama está preparada para dormir, con sus colchas y almohadas en orden. Sin embargo, dentro de las sábanas todavía hay cabellos de cabeza y de pubis.
No hay baño adentro. Solamente un balcón que da a la calle y un pequeño lavamanos, donde justamente pondré mi verga cuando tenga ganas de orinar. Un viejo armario parecido al de la canción infantil de Dame el llavero abuelita y enséñame tu ropero, solamente que en su interior no encontré la espada de mi abuelito, sino residuos de roedor y de insecto con antenas.
Quizá no sea la mejor guarida, pero aquí me encuentro. Dejo mis pertenencias y salgo en busca de Inmaculada. Llevo un anillo de compromiso en una caja azul dentro de la bolsa izquierda de mi pantalón, un mapa, dinero y mi pasaporte.
* * *
Madrid es hermoso. Aquí nació ella. La gente es más alta que yo, pero no más valiente. Coño de país, como dicen los caribeños. En casi todas las esquinas aparecen kioscos con revistas para todos los gustos. Por supuesto que compro una Interviú. Me han explicado que a pocas cuadras está la Puerta del Sol. Cerca hay bares por todas partes. Estoy seguro de que en uno de ellos está ella, esperando por mí: por su amado guatemaltequito que le dará la sorpresa de fin o principio de siglo, como se prefiera.
Antes de proseguir mi camino compro una cajetilla de Ducados. Siempre me han gustado estos cigarros, son lo que más me recuerdan un Payaso. Claro que he traído un abastecimiento de este exquisito cigarro, que precisamente mató a mi abuelo de enfisema pulmonar, pero que a mí me ha salvado varias veces de lanzarme a las profundidades de un barranco. Un cigarro es el compañero más fiel y cínico. Debo apurarme. Ella estará en el sitio menos pensado. La tomaré por la espalda. Le cubriré sus ojos con mis manos y le preguntaré ¿quién soy, mi amor? Luego se volteará y me lanzará un beso, como el primero, como el segundo, como los de siempre. Yo le diré Completamente Inmaculada, mía en cualquier parte del mundo.
Seguramente me dará un pellizco para convencerse de que soy yo, el mismo de carne y hueso y no una ilusión. Echará a rodar unas lágrimas. Yo se las quitaré con mis labios y le atravesaré suavemente un dedo en su boca para que no diga más nada.
Pediré una fría cerveza y le diré: pues sí, mi amor, ¿en qué estábamos? Llegaré puntual a la cita, como si la hubiera visto apenas ayer. Sacaré el anillo. Tomaré su mano izquierda, cogeré esos delgados y largos dedos y le pondré el último recuerdo de mi abuela.
Seguramente ella estaría orgullosa de que una española lo portara. Mi abuela siempre pensó que los españoles nunca se deberían haber mezclado con los indios. Cada vez que tuvo ocasión lo repitió una y otra vez. Aunque, claro, ella era bajita, morena y la sangre india le corría de arteria a arteria.
—Ellos son mejores y más cultos que nosotros, mijo. Tienen reyes, no como nosotros con gobernantes de porra y corruptos...
—En este lado de América éramos descalzos. No teníamos más que puro monte, mijo —me repetía, tras pegarme con la Biblia en la cabeza.
Me encantaría toparme con un anuncio en el que la Reina informe sobre la boda de la infanta con un obrero centroamericano, mejor si es guatemalteco, cobrizo, de pelo pishpinudo, mandíbula salida, bajito y con brazos fuertes de tanto cargar. Si la abuela viviera, le explicaría que la única venganza nuestra es la que llevo yo dentro del corazón y que dice Inmaculada, mi amor, no desesperes, aquí está quien más te ama.
Me parece que este bar con apariencia de gitano está muy bien para empezar.
—Una cerveza, por favor.
*ESTE ES UN FRAGMENTO DE LA NOVELA COMPLETAMENTE INMACULADA, DE FRANCISCO ALEJANDRO MÉNDEZ (GUATEMALA, 1964). HA SIDO REEDITADA ESTE AÑO POR LA EDITORIAL CULTURA.
domingo, 24 de mayo de 2009
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1 comentarios:
Y si antes no salí a comprarla, hoy voy y me la compro. Me quedé completamente picada. Es que Francisco es un tremendo narrador que lleva a los lectores justo a los escenarios e incluso al interior de sus personajes. Enhorabuena, la Editorial Cultura se apunta otro hit al reeditar a un autor joven y excelente.
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