domingo, 22 de agosto de 2010

La orilla africana

Rodrigo Rey Rosa

No quería emborracharse y era demasiado pronto para irse a dormir. Salió del Bodegas Melilla y dobló a la avenida de Juan Carlos I, en lugar de volver hacia Primo de Rivera, donde quedaba el hotel.
Anduvo hasta la plaza de España, mirando hacia atrás de vez en cuando, pero no vio al marroquí. Las calles comenzaban a animarse; la hora de la siesta había terminado. Igual que en Tánger, aquí la actividad humana era alegrada por los gritos y gorjeos de los pájaros.
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