Iñaki Carro
Ninguno de nosotros durmió aquella noche. En cuanto Santiago abandonó la casa, convenimos en que lo mejor sería acostarnos y esperar. Pero no pudimos conciliar el sueño. Cada uno de uno de nosotros sumido en su propio desasosiego, vimos consumirse en silencio aquellos inagotables minutos que aún restaban hasta el ama-necer.
Cuando por fin nos levantamos, nadie habló. El temor a que aquellas paredes escucharon nos oprimía la garganta.
Hacia las siete de la mañana alguien llamó a la puerta. Jorge la abrió. Miguel y yo escuchamos desde la cocina. Seguir leyendo.
domingo, 30 de mayo de 2010
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