Eduardo Rubio* Ventana al cielo
Hace dos semanas hablaba sobre mi intención de explicar las diferentes ventanas que existen para observar el Universo (óptica, ondas gravitatorias, astronomía de neutrinos y astronomía de rayos cósmicos), y la forma en que todos los descubrimientos que se hagan, observando los cielos por medio de cada una, revolucionará nuestro entendimiento del lugar donde vivimos.
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Todos esos descubrimientos que vendrán nos producirán enormes sorpresas. Precisamente una de ellas ocurrió la semana pasada, cuando un equipo de astrónomos observando Saturno reportó a la comunidad internacional el descubrimiento de un nuevo anillo alrededor de ese planeta.
Este descubrimiento pone de manifiesto lo siguiente: (1) La capacidad de la ciencia para hacer predicciones: (2) la importancia del uso de diferentes instrumentos, no sólo de teles-copios ópticos como lo cree la mayoría de las personas, y (3) el hecho de que aún existe posibilidad de descubrir cosas sorprendentes.
El nuevo anillo descubierto se encuentra a más de 7 millones de kilómetros del centro de Saturno, bastante alejado de los anillos ya conocidos, que se encuentran entre 70 mil y 300 mil kilómetros del centro.
La existencia de un anillo de esta naturaleza, oscuro y extendiéndose bastante lejos del planeta, fue propuesta por J. Burns de la universidad de Cornell en Estados Unidos durante la década de los 70, basado en el estudio de imágenes de la luna de Saturno llamada Phoebe.
Esta luna muestra una franja de color, que es posible explicar suponiendo que la luna tiene que atravesar un anillo de polvo fino durante su órbita alrededor de Saturno. Este anillo es prácticamente invisible utilizando telescopios ópticos normales.
El descubrimiento fue realizado por un equipo de astrónomos de la universidad de Maryland y Virginia en EE.UU., utilizando datos tomados por Spitzer, un satélite de la NASA, cuya finalidad es estudiar una región del espectro electromagnético que es invisible a nuestros ojos: la luz infrarroja.
Esta luz es emitida por el polvo que existe en el espacio interplanetario e interestelar. Esta radiación es la que emiten los cuerpos tibios, cuyas temperaturas no exceden pocas decenas de grados centígrados, como el cuerpo humano.
Detectores de este tipo de radiación permiten poder observar de noche y en el caso de los cuerpos celestes, permiten observar cosas compuestas de material que absorbe la luz. Mediante esta radiación se ha descubierto que existen gigantescas nubes de polvo en nuestra galaxia, regiones donde la luz de las estrellas de fondo es absorbida, de la misma manera que la visibilidad de un conductor disminuye cuando una camioneta expulsa una nube de humo.
El estudio de la luz infrarroja ha permitido entender cómo se comporta el polvo interestelar, cómo se forman anillos alrededor de estrellas y planetas y más aún, cómo se forman los planetas y las estrellas.
El descubrimiento del anillo Phoebe muestra cómo trabaja el método científico: cuidadosa observación e interpretación permitió predecir la existencia de un anillo invisible. Observaciones a diferentes longitudes de onda permitieron su descubrimiento.
Lunas nuevas y anillos fueron descubiertos por los viajes intrépidos de las sondas Pioneros 10 y 11, y Viajeros 1 y 2, durante los sobrevuelos alrededor de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.
Estas naves espaciales iban equipadas de cámaras ópticas muy sofisticadas y dos de ellas pasaron relativamente cerca de este anillo nuevo, sin conseguir su detección puesto que carecían de cámaras infrarrojas. ¿Qué sorpresas estarán aguardando en los confines de nuestro Sistema Solar? ¿Y más allá?
*Eduardo Rubio Herrera es Licenciado en Física por la Usac y cursa un doctorado en Astrofísica en la Universidad de Ámsterdam.
domingo, 18 de octubre de 2009
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